El Rastro de Madrid (o simplemente El Rastro) es un mercado al aire libre, originalmente de objetos de segunda mano, que se monta todos las mañanas de domingos y festivos en un barrio castizo del centro histórico de la capital de España. Nació hacia 1740 en torno al «Matadero de la Villa», ocupando las aceras de la cuesta de Ribera de Curtidores del barrio de Lavapiés, como un zoco semi clandestino de venta de objetos usados (baratillos) El Rastro, con más de un cuarto de milenio de existencia, ha ido reglamentando su existencia y actividad comercial.
Su creación es contemporánea de la de los Cinco Gremios Mayores en Madrid, y fue creciendo a lo largo de los siglos, hasta los 3500 puestos máximo permitido por las últimas leyes municipales que tenía en el umbral del siglo XXI. El Rastro madrileño está documentado desde 1740 como un lugar de encuentro para la venta, cambio y trapicheo de ropas de segunda mano, alternativo al negocio de la venta ambulante.
Se formaba alrededor del antiguo matadero, origen de su insospechado nombre. «Rastro» era en el siglo XVI sinónimo de carnicería o desolladero. Eloy Gonzalo, llamado El Héroe de Cascorro, (Malaguilla, Guadalajara, España; de diciembre de 1868 – Matanzas, Cuba; 18 de junio de 1897) fue un soldado español distinguido durante la Guerra de Cuba. En homenaje Madrid le dedica una estatua en la plaza de Cascorro desde 1901. Se crio en la inclusa de Madrid. Fue destinado al Regimiento de Infantería María Cristina núm. 63, en la localidad de Puerto Príncipe, provincia de Camagüey en Cuba, adonde llega en noviembre de 1895.
El 22 de septiembre de 1896 una partida de unos tres mil insurrectos, al mando de Máximo Gómez y Calixto García, cercó la pequeña población de Cascorro, no lejos de Puerto Príncipe. El 26 de septiembre la situación del destacamento español se hizo tan comprometida que la única solución era volar un bohío desde el cual causaban graves daños a la guarnición. Eloy Gonzalo se presentó voluntario para prender fuego a la posición de los insurrectos cubanos.
Dice la leyenda que pidió ser atado con una cuerda para que, si caía, su cuerpo pudiera ser recuperado. Así, armado con su fusil y con una lata de petróleo, y atado con una cuerda, se deslizó hacia las posiciones insurrectas, prendiéndoles fuego y regresando indemne a su posición, la cual fue liberada pocos días después por una columna española al mando del general Adolfo Jiménez Castellanos (1844–1929). Cuando Felipe II estableció su Corte en Madrid, en el año 1561, la villa no alcanzaba los cien mil habitantes.
Desde finales de aquel siglo XVI, las principales calles y plazas de Madrid se vieron invadidas por baratillos (mercados públicos) donde los ropavejeros vendían ropa usada, siendo la Plaza Mayor y la Puerta del Sol los lugares favoritos. La proliferación era tal, que en 29 de marzo de 1599 se prohibió la realización de juntas y baratillos, así como la de vender cosa suya ni ajena, nueva ni vieja, grande ni pequeña, de día y de noche, en ninguna plaza ni calle de toda esta Corte. La prohibición desplazó estos mercados fuera del área metropolitana. La persecución de las autoridades a los baratillos, buhoneros y mujeres encargadas de venta ambulante ("barateras"), se extendió hasta bien entrado el siglo XVIII.
En 1624 y 1626 está documentada la prisión a los barateros de la Puerta del Sol, ordenada desde la Sala de Alcaldes de la Villa. Sin embargo, en la Plaza de Herradores se permitía la existencia de almonedas especializadas en la venta de cosas viejas. Las mencionadas prohibiciones y otros bandos municipales (Ordenanzas de Policía de la Villa) fueron debilitándose con el paso del tiempo. La población de la capital de España en 1787 era de 164.000 madrileños según el censo de Florida blanca. De todos los barrios, el de Lavapiés, era el más poblado y con mayor industria. Conocemos el lugar que ocupó el Rastro del siglo XVII por la descripción del Plano de Teixeira.
Se sabe que era zona de mataderos y en sus aledaños se realizaban tareas relacionadas con el curtido de las pieles de los animales sacrificados; actividades que han quedado reflejadas en el callejero madrileño: calles del Carnero, Cabestreros, Ribera de Curtidores (denominada por entonces calle de Tenerías) El nombre se origina porque al transportar arrastrando las reses, ya muertas y aún sin desollar, desde el matadero, cercano al río Manzanares, hasta las curtidurías, se dejaba un rastro de sangre aumentado por el desnivel de Ribera de Curtidore La proliferación de estas pequeñas industrias de cuero, atrajeron otras de curtidores, tejedores, zapateros, sastres, etc.
La zona, además del matadero, albergaba dos fábricas, una de salitre y otra de tabaco. La aglomeración de personas atrajo la venta ambulante a estos barrios meridionales. La Plaza denominada del Rastro aparece ya rotulada así en la cartografía de Tomás López en 1757. En 1761 se menciona en los documentos como "Matadero de Carneros del Rastro". Existen sainetes de 1760 que indican la existencia de mercadillos en las cercanías de la "Plaza del Rastro". El Rastro por la Mañana, de Don Ramón de la Cruz describe un conjunto de puestos ambulantes, con cajones de madera en el que se venden productos alimenticios, callos, salchichas y demás casquería, entre los habituales cajones de ropavejeros y vendores de botones.
En 1811 el Ayuntamiento, con el objeto de controlar el número de puestos callejeros decide ofrecer licencias a los vendedores del Rastro. Esta situación permitió que algunos vendedores comenzaran a alquilar sus puestos a otros. En 1875 se inauguró el Mercado de la Cebada en los aledaños del rastro, como el mercado cerrado de mayor volumen en Madrid. Las referencias históricas continúan a lo largo del siglo XIX. Así, en la magna obra de Pascual Madoz, o en los escritos costumbristas de Mesonero Romanos. Otro autor del siglo XIX que describió el Rastro como mercado de objetos viejos fue Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid de [1876] el rastro en realidad es un nido de gitanos ]. El último capítulo de su pasado truculento, la tradicional matanza del cerdo (en los meses de invierno), continuó realizándose junto al Rastro hasta a comienzos del siglo XX, cuando se inauguró el nuevo matadero del paseo de la Chopera junto al río Manzanares en el año 1928.
A pesar de la eclosión a lo largo del siglo XX de las tiendas comerciales y de los Grandes Almacenes, el Rastro continuó creciendo aportando nuevas mercancías y atracciones: músicos callejeros, organilleros y pianos ambulantes, titiriteros, prestidigitadores. Eloy Gonzalo tomó parte en más acciones militares, siendo condecorado con la Cruz de Plata al Mérito Militar, pensionada con 7,50 pesetas mensuales. Sin embargo, fallecería en el Hospital Militar de Matanzas a consecuencia de una enfermedad. Sus restos fueron repatriados y reposan en un mausoleo del Cementerio de la Almudena de Madrid junto a los de otros muertos durante los conflictos de Cuba y Filipinas. La gesta de Eloy Gonzalo apenas tuvo relevancia militar en la guerra. Sin embargo, la figura del héroe de Cascorro se hizo muy popular en Madrid probablemente por su condición de expósito y por la necesidad de exaltar un rasgo de heroísmo individual en una guerra.
En el mismo año 1897 el Ayuntamiento de Madrid decidió homenajear a este héroe. Para ello, le dedicó una calle (la calle de Eloy Gonzalo) y levantó una estatua en el popular Rastro. La estatua fue esculpida por el escultor segoviano Aniceto Marinas e inaugurada en 1902 por el rey Alfonso XIII. Se trata de una estatua tremendamente descriptiva, que muestra a un soldado común, rifle al hombro, llevando una soga y una lata de petróleo. Más tarde, un acuerdo municipal del año 1913 bautizó esta plaza con el nombre de Nicolás Salmerón, nombre que conservó hasta que la popularidad del héroe dio paso a la denominación oficial de plaza de Cascorro. El Rastro es Patrimonio Cultural del Pueblo de Madrid. Así lo declara la Ordenanza del año 2000 actualmente en vigor que regula el Rastro de domingos y festivos y se refiere únicamente a la venta de los puestos desmontables que son la esencia de este mercado madrileño. El Rastro no es patrimonio del Ayuntamiento de Madrid. Sus sucesivos alcaldes no deben remodelarlo constantemente ni desplazarlo a su antojo cuando molesta sus proyectos urbanísticos. Su obligación es protegerlo con una seguridad ciudadana adecuada para los más de 100.000 visitantes que a él acuden cada vez que se celebra. No se conocen muchas obras literarias dedicadas exclusivamente al Rastro hasta el siglo XX salvo algunos sainetes. En 1697, Armesto y Casto escribió Las vendedoras de la Puerta del Rastro. Ramón de la Cruz, en el siglo XVIII, estrenó la obra teatral picaresca “El Rastro por la mañana”. López Silva y Carlos Arniches escribieron varios sainetes cuya acción se desarrolla en este lugar y estos autores tienen una calle del Rastro que lleva su nombre. Sin embargo, muchos autores desde siglos anteriores hacían referencias al mercado.
Citaremos entre ellos a Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Covarrubias. En el siglo XIX, Mesonero Romanos y Fernández de los Ríos hacen descripciones del Rastro en sus obras. Pío Baroja hace un relato encantador de sus novillos escolares en el mercado. “Una de las curiosidades es el Rastro; consiste en una calle ocupada por toda clase de barracas, como las ferias de los pueblos rusos, donde se halla de todo. Hay vida, animación, bullicio, bajo este sol ardiente ¡Es admirable! Estas compraventas infinitamente ricas se alojan en casas sucias, con trastiendas y escaleras legendarias; hay allí montones de telas, de tapicerías y de bordados como para volverse loca. Esos miserables parecen completamente despreocupados; agujerean con clavos hermosas telas que cuelgan de la pared para suspender viejos cuadros; caminan sobre bordados extendidos en el suelo; muebles antiguos, cuadros, esculturas, caja para reliquias, platería, viejos clavos enmohecidos... He comprado una cortina de seda rojo salmón, toda bordada; me pidieron 700 francos y me la dejaron en 150, y una falda de tela bordada con flores pálidas de un tono lindísimo, que me dejaron por 100 centavos después de haberme pedido 20 francos. Es una desdicha no tener un millón de francos para gastar; se amueblaría un estudio... ¡Ya con cien mil se compraría mucho!”
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