miércoles, 27 de junio de 2018

Plaza del Marqués de Salamanca



La plaza del Marqués de Salamanca se encuentra en la confluencia de las calles Ortega y Gasset y Príncipe de Vergara, en Madrid. Es la única plaza que tiene el barrio de Salamanca.1

Inicialmente, en 1904, recibió el nombre de plaza de Salamanca,​ pero en 1944 recibió el nombre completo de plaza del Marqués de Salamanca​ para que no fuera confundida con la provincia de igual denominación.​ Está dedicada al malagueño José Salamanca (1814-1883), marqués de Salamanca y constructor del barrio que lleva su nombre.

En el centro de la plaza se levanta la estatua del marqués de Salamanca, realizada en 1903 por Jerónimo Suñol. También se encuentra en esta plaza la sede del antiguo Instituto Nacional de Industria (INI) y próxima sede del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Alrededor de la actual plaza del Marqués de Salamanca fue creciendo todo el distrito, uno de los que conformaron el Ensanche de Madrid en el siglo XIX, comienzos del XX, gracias al personaje que le da nombre, José de Salamanca y Mayol.



domingo, 24 de junio de 2018

Hospital de Incurables de Jesús Nazareno



Edad caduca, vana y transitoria
que con la furia que en el paso llevas
envejeciendo vas las cosas nuevas
sepultando en olvido la memoria..

Catalina de la Cerda y Mendoza (1616)
Soneto al doctor Cristóbal Pérez de Herrera

Dentro de los amplios límites del mundo de la pobreza hay sectores que siempre preocuparon de manera preferente. En España, la asistencia a los expósitos y a la infancia desvalida en general ha estado siempre presente en el pensamiento de gobernantes y teóricos; desde el siglo xvi, esta inquietud se materializó en la creación de instituciones de exclusiva atención a los niños abandonados.

Pero había otro colectivo, tanto o más necesitado de ayuda que los niños expuestos, al cual no se prestaba una atención específica e individualizada: los ancianos enfermos o sin recursos que durante siglos tuvieron acogida en centros benéficos, llamados en general «hospitales», donde se atendía por igual a los enfermos, peregrinos, huérfanos, viudas y todo un conjunto de personas marginadas a las que daban comida y techo, por unos días o por largas temporadas.

Estos establecimientos, verdaderos asilos-enfermerías, sirvieron también de última morada a viejos sirvientes o esclavos de familias benefactoras de la institución, y en ellos se administraba el dinero legado por los amos o señores en concepto de pensión. Fueron el refugio de los últimos años de muchos empleados de las propias instituciones que solicitaban este servicio como una recompensa a sus años de trabajo, como que sucedió repetidas veces con administradores o capellanes del Hospital General de Madrid.

En 1460, el secretario y tesorero de Juan II y Enrique IV convirtió en asilo unas casas de su propiedad, en la calle y plazuela de Santa Catalina de Madrid; «para doce pobres honrados á quienes la demasiada edad quitó la fuerza para ganar el sustento» y que fueron conocidos como «los Donados». El apelativo les venía de su vestimenta, una saya de paño pardo, con caperuza, similar a la de los monjes donados; con el tiempo la calle donde estaba situado el asilo tomó el nombre de la institución. Dice Mesonero" que en esas casas se llegaron a albergar personajes de alcurnia, como el propio Carlos V.

Este pequeño albergue, denominado también «hospital», existió hasta mediados del xix, aunque las condiciones de vida (que en principio fueron similares a las de una comunidad religiosa) y la regla del fundador habían cambiado por esas fechas.

Salvo este pequeño número de privilegiados, los ancianos desamparados de Madrid, sin domicilio fijo, iban a parar al Hospicio del Ave María y San Fernando (1668), que en principio se fundó para dar cobijo a pobres sin hogar. En otros puntos de España existieron casas de recogida de mendigos, con el apelativo de Casas de Misericordia ^ que entre sus habituales acogían a los ancianos sin recursos. Fundado por el protomédico de galeras de Felipe II Cristóbal Pérez de Herrera (t 1620) existió por breve tiempo en la capital uno de esos establecimientos, el Albergue Real (1596), en el mismo solar donde luego se levantaría el Hospital General ^. En el albergue, a diferencia de los hospicios creados por los hospitalarios de San Juan de Dios, nunca se mezclaron individuos sanos con enfermos porque su finalidad era la de servir de «parroquias y dormitorios»; los acogidos debían oír misa cada mañana, aprender doctrina cristiana «para hacerse hombres de bien y virtuosos» y vivir de las limosnas recolectadas.

A partir del último tercio del siglo xviii, el Estado intentó canalizar los bienes destinados tradicionalmente por la Iglesia y los particulares para la atención a los necesitados, institucionalizando la caridad. La consideración social del pobre ya estaba muy lejos de la óptica de la caridad cristiana que estimaba la ayuda a los menesterosos como un medio de salvación y los mendigos inútiles eran vistos como un estorbo, e incluso un peligro para la seguridad de la Corona. Todos los pobres no válidos para el trabajo, junto con pequeños delincuentes, prostitutas, y niños sin hogar mayores de siete años, van a ser encerrados en el Hospicio que se convertiría en una verdadera cárcel.

Los planes de beneficencia arbitrados por los monarcas ilustrados, materializados por Carlos III, que daban asistencia y hospitalidad domiciliaria a los pobres honrados (jornaleros en paro, sus viudas y huérfanos) que carecieran de trabajo o que se vieran en graves dificultades económicas, excluían de sus prestaciones a los enfermos crónicos, como lo eran la mayoría de los ancianos, y a todos aquellos que carecieran de domicilio. A los viejos, como a los demás necesitados, se les proporcionaba socorro en dinero si se estimaba que su petición tenía fundamento, sin que la circunstancia de la edad estuviera especialmente contemplada.

Pese a los intentos del Estado para centralizar la asistencia a los necesitados, en Madrid continuaron con su labor benéfica algunas instituciones privadas que ejercían la caridad indiscriminada, como la Junta Parroquial de San Sebastián ^ y la Hermandad del Refugio '°, que entre sus múltiples prestaciones incluían la de asistir a los pobres en sus domicilios, con dinero, médico y medicinas. Naturalmente muchos de sus protegidos serían ancianos necesitados, pero tampoco se cuidaba de forma especial la asistencia a este colectivo.

Los trabajadores que pertenecían a gremios y cofradías profesionales tuvieron ayudas en situaciones de enfermedad, muerte o viudedad, hasta la extinción definitiva de tales asociaciones en 1836; las prestaciones tenían una duración limitada y era condición indispensable la cotización del beneficiario. Pero gran parte de la población laboral no cualificada, como los jornaleros, no pertenecían a ningún gremio o asociación y no podía esperar ningún socorro fijo cuando la enfermedad o la vejez les impedía trabajar; no les quedaba más recurso que los hospitales públicos, rechazados de forma unánime por los pobres, o el hospicio, donde permanecían hasta la muerte.

Con el paso de los años el conjunto de la sociedad pasaría a considerar el problema de la asistencia a los pobres como un deber social de los poderes públicos. Por otra parte, los avances de la medicina dieron lugar a una especialización de los hospitales, que dejaron de ser asilos permanentes de sanos y enfermos para pasar de forma gradual a convertirse en centros destinados a la curación, excluyendo muchos de ellos a los enfermos crónicos y a los viejos cuya única patología fueran los achaques propios de la edad y que necesitaban de lugares especializados, aún inexistentes.

A partir de 1834 la capital contó con otro establecimiento de recogida de mendigos, verdadera cárcel, de régimen similar al seguido en el Hospicio, donde fueron a parar muchos ancianos desvalidos: el Asilo de San Bernardino. Fue creado durante la epidemia de cólera de 1834 para apartar de la calle a los marginados. Las autoridades sabían, por experiencia, que los pobres eran un peligroso medio de propagación de enfermedades; también se temía por el terror y el desorden causado por la epidemia.

movilizaran aquellas masas incontroladas en un levantamiento popular contra la Administración. La matanza de frailes, a quienes el populacho atribuyó la contaminación de las fuentes, ocurrida a mediados de julio, precipitó la apertura del Asilo en condiciones muy precarias. San Bernardino llegó a ser el mayor depósito de pobres de Madrid " y un indicativo de la miseria general de la capital, porque estaba muy solicitado pese a las condiciones de represión que se daban en él.

UN ESTABLECIMIENTO ORIGINAL PARA LA ASISTENCIA A LAS
ANCIANAS EN EL MADRID DEL SIGLO XVI

Siguiendo el modelo de otras cofradías y hermandades religioso-benéficas del siglo XVI, en 1596 la Congregación del Amor de Dios y la Santísima Virgen de los Desamparados se dedicó al socorro de un heterogéneo colectivo de marginados que incluía a doce ancianas achacosas, denominadas «carracas» por el vulgo. También asistían a parturientas pobres, mendigos sin domicilio a los que daba albergue por las noches, y niños desamparados que generalmente habían sido encontrados vagando por las calles.

En un principio se llamó Hospital de los Desamparados y no tomó el nombre de Colegio hasta que Felipe II destinó allí a los niños huérfanos que, por mandato suyo, estaban desde 1592 en el Colegio de Niñas de Santa Isabel. Con los años la fundación pasó a ser el Colegio de los Desamparados, a donde iban a parar los chiquillos procedentes de la Inclusa que hubiesen cumplido los siete años.

Pero la Congregación no abandonó totalmente sus otras facetas caritativas, excepto en lo referente a los mendigos callejeros. Que sepamos es éste el único antecedente en la capital de un centro benéfico con una cierta dedicación a las ancianas enfermas o impedidas. Esta labor continuó sin interrupción hasta el año 1805, fecha en la que la Junta Rectora del Colegio —integrada por miembros de la nobleza colegiada de IVladrid—, solicitó al Consejo de Castilla que la sala de mujeres impedidas, y la destinada a maternidad, fueran dedicadas exclusivamente a los niños. Alegaban que el alto costo que suponía la asistencia a las ancianas y parturientas podía ser sufragado por los hospitales públicos General y Pasión. Dos años antes se había fundado en Madrid el Hospital de Jesús Nazareno, dedicado exclusivamente a las viejas achacosas, y probablemente en su existencia se basó la decisión de cerrar la enfermería de las «carracas».

Por Real Orden de 11 de noviembre de 1805 se terminaba con las prestaciones a mujeres en el Colegio de los Desamparados, con la salvedad de las «carracas» que ya estaban en la casa, a las que se atendería hasta su fallecimiento. La guerra de la Independencia, con sus terribles secuelas de miseria, desbarató los planes de reforma, y en los Desamparados se continuó admitiendo a mujeres impedidas hasta 1817.

EL HOSPITAL DE JESÚS NAZARENO DE MUJERES INCURABLES

Esta fundación, nacida a principios del siglo xix, reunía todas las características de aquellas instituciones de caridad de los siglos xvi y xvii que en origen surgieron de la iniciativa privada y, dado su interés público, pasaron más tarde a la tutela de la Administración.

En el año 1800, la condesa viuda de Lerena, marquesa de San Andrés, solicitó el permiso real para fundar un hospital dedicado al cuidado de las mujeres ancianas, impedidas o afectadas de enfermedades consideradas incurables, como parálisis y «chochez». Conseguida la real autorización en el año 1803, aquel piadoso establecimiento se instaló en la calle de Conde Duque, esquina a la del Limón número 4^^. En 1815 fue trasladado a la calle del Burro, hoy Colegiata, y en 1824 les fue cedida por el Rey el inmueble que había albergado el Colegio de Niñas de Monterrey, fundado por Felipe V en la casa del conde de este título, en la calle de Amaniel número 11. En 1851 el edificio, al que Mesonero califica de precioso hospital, sufrió un terrible incendio que destruyó diecisiete casas.

Con los años, el Hospital de Jesús Nazareno sería conocido bajo el más cruel de los apelativos, un nombre que implicaba la pérdida de toda esperanza; el Hospital de Incurables.

La condesa viuda de Lerena reunió un grupo de señoras piadosas —llamadas Damas Tutoras— y con ellas se ocupó del centro, concebido realmente como un asilo de ancianas. Este planteamiento caritativo, aún bajo las directrices del más puro pensamiento ilustrado, estaba en la línea de actuación de muchas damas de alta cuna que dedicaban parte de su tiempo y su fortuna a labores filantrópicas. Un ejemplo significativo era la amplia labor de la Real Junta de Damas Nobles dependiente de la Real Sociedad Económica Matritense, a cuyo cargo estaban la Inclusa, el Colegio de la Paz y otras escuelas de formación profesional para niñas y adultos pobres.

LAS CONDICIONES PARA LA ADMISIÓN Y VIDA EN EL HOSPITAL

En el Reglamento se especificaba que las ancianas aspirantes al Hospital de Jesús Nazareno debían carecer de hijos que las cuidaran y ser pobres pero «no mendigas que fueran de puerta en puerta»; en resumen, personas necesitadas pero de una cierta calidad de vida, lo que se conocía como pobres vergonzantes.

Sólo se admitía a mujeres incurables, tullidas o muy ancianas que no se pudieran valer por sí mismas. No se acogía a las de males contagiosos, calenturas, «llagas», o enfermedades que necesitaran tratamiento. Además de las ancianas, estaba prevista la admisión de niñas tullidas que no tuvieran padres ^^. Los hombres no tenían derecho a ser atendidos en el establecimiento tampoco las mujeres castigadas por la Santa Inquisición, aunque estuvieran absolutamente inútiles.

El hospital debía mantenerse exclusivamente con limosnas recogidas personalmente por las Damas Tutoras, con una bolsa y de puerta en puerta, convenientemente acompañadas de un lacayo. También podían obtener fondos pidiendo a la entrada de los principales templos. Para facilitar la tarea se repartían entre todas ellas la visita a los diferentes barrios de Madrid. Todos los domingos se reunía la Junta de Tutores con su presidenta, para tomar decisiones sobre la Casa. El modelo era el de una gestión directa y personal, tanto en la forma de recaudación de fondos como en la proximidad a las ancianas asiladas y sus problemas; dos circunstancias que fueron la clave del éxito de muchas cofradías y asociaciones religioso benéficas del Siglo de Oro.

El sistema de financiación, basado exclusivamente en las limosnas, no debió ser suficiente para mantener el hospital y cuando en 1812, en plena ocupación francesa, ocurrió la terrible crisis de subsistencia, tuvo que cerrar durante tres años por absoluta falta de fondos '*'. A partir de 1815 el hospital reanudó su labor con ayuda de subvenciones reales, ampliando su asistencia a seis enfermas más.

En 1821 el hospital contaba como único ingreso fijo con 24.020 reales de subvención sobre arbitrios piadosos, procedentes de los derechos de puertas cedidos por Carlos IV a beneficencia, y rentas eclesiásticas (indulto cuadragesimal, bula de cruzada y otros), pero hacía un año que no se cobraban. También tenían medicinas gratuitas de la Botica Real, por valor de 1.040 reales.

Las rentas eventuales eran las limosnas recogidas por las señoras y los distintos donativos particulares. No tenían ningún capital en efectivo, pero sí ocho vales reales y algunas alhajas de poco valor: dos copones de plata y un cáliz. El gasto total de la casa era de 65.440 reales al año.

EL PERSONAL ASISTENTE

En principio el hospital debía ser dirigido por un sacerdote, que hacía los oficios de rector, cuyas obligaciones eran las de celebrar misa todos los días en la enfermería, administrar los sacramentos a las ancianas y explicarles los fundamentos de la doctrina cristiana. Otro de sus cometidos era el rezo diario del rosario con las asiladas.

En origen estuvo prevista la fundación de una congregación de treinta religiosas de clausura —Hermanas de Jesús— que tendrían su noviciado en el mismo hospital, con la misión de cuidar a las ancianas, repartiéndose las labores domésticas y asistencíales. Sólo serían admitidas mujeres solteras, limpias, de buenos informes y conocida virtud. Como dote debían entregar a su entrada 200 ducados que se invertirían en equipo: hábito, túnicas, ropa de cama, etc. Si recibían alguna herencia o mayorazgo, la legarían íntegra a la institución. Profesarían después de un año de noviciado, durante el cual recibirían enseñanzas de latín, seguramente con la intención de que ayudaran en los oficios religiosos. La Congregación de Hermanas de Jesús no llegó a materializarse y en el año 1821 eran seis Hermanas de la Caridad, que desde principios de la centuria iniciaron su trabajo en los distintos establecimientos benéficos, las que se ocupaban de las ancianas. Había también capellán, mayordomo, demandadero, portero, médico y cirujano. Dado que el número de asiladas en estos momentos era de trece, debían estar muy bien atendidas.

En 1848, al final de la etapa estudiada, las personas asistidas eran ya ciento nueve y el personal del hospital se componía de un director, un comisario de entradas, un capellán, dos profesores de medicina que se alternaban por meses, dos practicantes, veinte Hermanas de la Caridad, un mozo de cocina, tres lavanderas, dos demandantes y el encargado de la noria.

El Hospital de Incurables pasaba por la misma escasez de recursos que el resto de los establecimientos similares de Madrid, con el agravante de no contar con ninguna renta fija. Con frecuencia la Junta de Tutoras solicitaba ayuda para arreglos o mejoras en los sucesivos domicilios, o para cubrir necesidades vitales, pero no siempre recibían la respuesta deseada. Por ejemplo en 1818 la Junta pidió al Rey «leña para las coladas», pero no se la dieron. En 1824 pedían al Ayuntamiento que les fueran concedidos cuatro maravedíes por entrada en los teatros para reparaciones del edificio de la calle de Amaniel; la respuesta fue también negativa, «por estar las entradas ya muy gravadas...», y en 1826 volvieron a pedir al mismo estamento ayuda económica para resolver una gravísima necesidad. Esta vez consiguieron la franquicia de puertas en productos de consumo que suponían alrededor de 7.000 reales al año.

El Hospital de Incurables pasó a depender de la Junta Municipal de Beneficencia durante la segunda etapa de mandato liberal, según lo ordenado por la Ley General de Beneficencia de 1822. En la primera etapa de vigencia de esta ley (1822-1823) no se incluyó al Hospital de Incurables entre los centros públicos de beneficencia —como se hizo con el Hospital General, Inclusa, Hospicio, etc.—, quizás porque en éste se atendía a pocas ancianas y no recibía subvenciones fijas de la Corona.

A partir de 1836 el número de enfermas fue aumentando progresivamente de forma paralela a la disminución de los ingresos fijos, sobre todo.

de limosnas, como consecuencia del cambio en la mentalidad de la sociedad con respecto a la ayuda a los necesitados, que esta época se pretendía fuera asumida por el Estado.

En 1848 los ingresos procedían en su mayor cuantía de las estancias de las enfermas de pago —50.000 reales—. Por consignaciones del Estado recibían 24.000 reales, de limosnas y legados 10.000. Rentas de inmuebles —dos tiendas— y venta de diversos efectos (ropa vieja de las fallecidas, medicinas sobrantes) sumaban 7.904 reales. En total 89.965 reales.

El gasto era de 246.628 reales. La partida mayor correspondía a las estancias de enfermas y asiladas —ciento nueve en total—; otros gastos eran el pago de salarios y la comida del personal que superaba los 62.000 reales. La reparación y conservación del edificio, muebles, ropa y el gasto de la iglesia completaban el total. El grave déficit era pagado por la Junta Municipal de Beneficencia.

A mediados del siglo fallecían en el hospital unas cuarenta mujeres al año; este número tan alto de defunciones se justifica porque la población asistida estaba compuesta de personas mayores y enfermas terminales, que no salían del establecimiento más que muertas.

El Hospital de Incurables cumplía una función útil aunque insuficiente, dado que solamente podían atender a un número muy limitado de enfermas. Del mismo modo que los demás centros públicos de beneficencia, fue bajando su calidad de vida al tiempo que aumentaba el número de acogidas y se limitaban sus rentas, sobre todo a partir de que los liberales lo consideraron por fin centro público de beneficencia en 1836. Los ancianos enfermos no tuvieron en Madrid un establecimiento de similares características hasta 1852, en que se fundó el Hospital de Nuestra Señora del Carmen, de la calle de Atocha, en el edificio antes ocupado por la Casa de Reclusión para Mujeres de San Nicolás de Bari.

martes, 19 de junio de 2018

Puerta de Hierro



La Puerta de Hierro es un monumento de la segunda mitad del siglo XVIII, ubicado en la parte noroccidental, en las inmediaciones del Monte de El Pardo. Ocupa una isleta ajardinada, definida por varios ramales de las autopistas A-6 y M-30, que bordean un enclave de difícil acceso. Está construida en estilo barroco clásico.

Toma su denominación de la verja de hierro forjado instalada en sus vanos. La puerta ha prestado su nombre a varios lugares situados en sus inmediaciones. Con este topónimo es conocido el nudo viario configurado por la confluencia de la A-6 y la M-30, así como el complejo deportivo Real Club Puerta de Hierro, el Hospital Puerta de Hierro y la urbanización Puerta de Hierro.

A diferencia de las otras tres puertas monumentales de la ciudad (las de Alcalá, Toledo y San Vicente), la Puerta de Hierro no se encuentra en el casco urbano, sino en las afueras. Tal ubicación responde a su función original. Fue erigida como entrada al Real Sitio de El Pardo, una zona de caza históricamente reservada a la monarquía española y que, en la actualidad, se encuentra protegida a través del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.

Se edificó entre 1751 y 1753, durante el reinado de Fernando VI, a cuya iniciativa se debió también la construcción de una valla que rodeaba el perímetro del Monte de El Pardo, así como el cercano Puente de San Fernando, cuyas obras se realizaron simultáneamente. La citada tapia tenía como misión impedir el furtivismo y evitar que los animales salvajes del coto escapasen.

A principios del siglo XX, circulaba por los vanos de la puerta el tranvía que comunicaba la zona de La Florida con el pueblo de El Pardo, explotado por la Sociedad del Tranvía del vapor de Madrid a El Pardo, fundada en 1903 y clausurada en 1917 por dificultades económicas.

La puerta no se encuentra en la actualidad en su emplazamiento original. En 1991 fue desmontada piedra a piedra y trasladada a una isleta cercana a su primitivo enclave, para facilitar la ampliación de la carretera A-6.

La puerta es obra del arquitecto Francisco Nagle, quien diseñó un conjunto de clara influencia francesa, integrado por un arco de medio punto, rematado por un frontón y sujetado por dos contrafuertes, y dos pilastras dórico-romanas, que aparecen a ambos lados, separadas del arco. Una verja de hierro forjado une los diferentes elementos arquitectónicos, realizados en piedra blanca de Colmenar de Oreja.

El monumento exhibe numerosos ornamentos, llevados a cabo por el escultor Oliveri y el arquitecto Francisco Moradillo. A ellos se deben distintos relieves y esculturas, entre los que destacan dos esfinges, el escudo real instalado en el frontón y los bajorrelieves de trofeos de los contrafuertes. Éstos están rematados por jarrones de los que brotan un penacho en llamas, motivos que también coronan las dos pilastras laterales.

sábado, 16 de junio de 2018

Sala J'Hay



En el número 54 de la Gran Vía donde se encuentra el cine Rialto, en su subterráneo, existió una discoteca, antes cabaret, antes sala de fiestas, antes salón de té que se llamó J'HAY. Su historia comenzó en los años cuarenta como Salón de Té donde acompañados por la orquesta, en aquellas fechas probablemente "Los Miuras de Sobré", se merendaba honestamente. Nadie podía suponer entonces el devenir de la sala que, anticipamos, no cambió de propiedad ni de dirección hasta su cierre y pasó de los suizos y pastas a los whiskys para los soldados americanos de la base de Torrejón.

Su época de esplendor fueron los años cuarenta y cincuenta. Por allí pasaron figuras, que probablemente nadie recuerde pero que entonces tenían el mismo peso que pueda tener ahora, por ejemplo, Alejandro Sanz. Alguna figura ha resucitado como es el caso de Jorge Sepúlveda, que alternaba con un cantante de tangos llamado Jorge Cardoso.

Ya Sala de Fiestas, vió pasar por su escenario al Trío Calaveras, acompañantes de Jorge Negrete en tantas películas,a una ya pasadita Lilian Harvey, protagonista de muchas películas de la UFA, que fué la principal productora alemana de los años treinta y cuarenta. Al final de esos años cuarenta barría en España Tomás Ríos y su orquesta, un artista argentino casado con la gran bailarina Pilar López y que siendo realmente feíto enloquecía a las adolescentes de la época. A las puertas de Radio Madrid, algunos metros más arriba en la misma calle, le esperaban a la salida de un programa que allí tenía y dónde popularizó "Bendita" y "la feria de las flores" entre otras.

Antes trabajó otro artista que también resucitó años después: el balear Bonet de San Pedro que llevó a todos los patios de vecindad canciones como "Carita de ángel" y la polémica "Raskayú". Polémica porque no se sabe de que forma se extendió el rumor de que se refería a Franco, algo que también ocurrió con "Se va el caimán", y es que entonces se leía mucho entre líneas. Lo de los patios de vecindad se debe a que en aquellos benditos tiempos sin TV, la radio no empezaba hasta la una de la tarde, y acababa a las doce de la noche, y las vecinas cantaban a voz en cuello por las mañanas, eso sí, respetando un riguroso turno. ¿Quién ha oído hoy en día cantar por el patio?

Antonio Machín, el inolvidable Antonio Machín también honró a la Sala allá por el año 45, igual que Gloria Lasso , antes de marchar a Francia, donde triunfó. Beatriz de Lenclós,Pancho Lomuto y Chola Luna, ¡el negro Galindo!,muchos artistas entre ellos la gran, la inigualable Ana María González que cantó a Agustín Lara como nadie lo ha hecho. El maestro Soriano, gran representante de artistas la apodó "la voz luminosa de Méjico", claro que en Madrid, y al estar basstante rellenita, enseguida pasó a ser "la voluminosa de Méjico". Nadie como ella ha cantado "María Bonita" y nadie debe atreverse a cantar el chotis "Madrid".Ella fué quien dobló la canción que María Félix le canta a Fernando Rey en "Mare nostrum".

Lolita Garrido ha llegado hasta nuestros días y todavía estremece oirla cantar "Viajera". Después vino Irma Vila, la reina del falsete, con su "Malagueña salerosa".

Pocos saben que allí nació "la vaca lechera". Jacobo Morcillo, autor de la letra, buscó en J'Hay a un jovencísimo músico, tanto que el director del local, Alejandro Favieres, le llamaba "el nene", que se llamaba Fernando García Morcillo, sin parentesco con Jacobo, que accedió a escribior la música y a estrenarla ante un reducido púbico de empleados de la Sala. De todos es sabido que la canción arrasó.

En J'Hay llegó a formarse una orquesta que no ha tenido igual en la música ligera de este país. Todo sus componentes tuvieron orquesta propia más tarde y estuvieron entre los mejores instrumentistas de siempre. Salvo error eran el maestro Cisneros al piano, Juanito Sánchez al saxofón (llegó a tener en propiedad y dirigir la sala Casablanca), Joe Moro a la trompeta ( la mejor trompeta de jazz), Fernando García Morcillo al trombón y casi seguro que Jesús Fernández, el concertino de la Orquesta Nacional, que al parecer también tocaba el saxo. Semejante orquesta sería imposible hoy en día y todo el mérito hay que atribuirselo a l etermno director de la sala Alejandro Favieres.

Más tarde, los tiempos cambiaban, se pasó a la etapa de cabaret, con lo que la impronta artística se diluyó un poco. Los clientes de este tipo de salas cambiaron y desaparecieron los matrimonios que iban a disfrutar del espectáculo, sustituídos por un publico masculino que iba con otros fines. La masiva asistencia de soldados americanos reforzó el nuevo rumbo de la sala. Todavía había algún relámpago como cuando actuó Faico y en otro orden de cosas el éxito de Fernando Vargas, digno rival del Johnson del Molino de Barcelona, pero las cosas nunca fueron iguales.

martes, 12 de junio de 2018

Real Jardín Botánico



El Real Jardín Botánico de Madrid es un centro de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Fundado por Real Orden de 17 de octubre de 1755 por el rey Fernando VI en el Soto de Migas Calientes, cerca del río Manzanares, Carlos III ordenó el traslado a su situación actual en 1781, al Paseo del Prado, junto al Museo de Ciencias Naturales que se estaba construyendo (actualmente Museo del Prado), en Madrid, España. Este jardín botánico alberga en tres terrazas escalonadas, plantas de América y del Pacífico, además de plantas europeas.

Felipe II creó el jardín botánico a instancias del médico Andrés Laguna, junto al Palacio Real de Aranjuez. Más tarde Fernando VI instaló en la capital el jardín botánico, situándolo en la Huerta de Migas Calientes (actualmente Puerta de Hierro, a orillas del río Manzanares) en 1755, creando así el Real Jardín Botánico. Contaba con más de 2000 plantas, recogidas por José Quer, botánico y cirujano, en sus numerosos viajes por la Península Ibérica y Europa, sobre todo a Italia donde fue destinado, u obtenidas por intercambio con otros botánicos europeos. La continua ampliación del jardín llevó a que Carlos III diera instrucciones en 1774 para trasladarlo a su actual emplazamiento en el Paseo del Prado de Madrid, dentro del programa de ordenación del Salón del Prado y Atocha.

El Conde de Floridablanca, primer ministro de Carlos III, puso especial interés en el traslado del Jardín al prado viejo de Atocha. No sólo porque permitiría embellecer el proyecto del Salón del Prado, sino, sobre todo, porque serviría como un símbolo del mecenazgo de la Corona con las ciencias y las artes. No hay que olvidar que en esta zona del Salón del Prado se ubicarían además del Real Jardín Botánico, el Real Gabinete de Historia Natural (posteriormente Museo del Prado) y el Observatorio Astronómico. Uno de los científicos que participó en el proyecto de construcción del Real Jardín Botánico en el Prado fue el catedrático Casimiro Gómez Ortega.

El primer proyecto del nuevo jardín fue encomendado al asesor científico Casimiro Gómez Ortega y al arquitecto Francesco Sabatini, que entre 1774 y 1781 (año de la inauguración) realizó la traza inicial, con una distribución en tres niveles, y parte del cerramiento, en el que destaca la Puerta Real (Paseo del Prado). Sobre esta base, entre 1785 y 1789 Juan de Villanueva realizó un segundo y definitivo proyecto, más racional y acorde a la función científica y docente que debía tener el jardín. Éste ocupaba una superficie de 10 hectáreas distribuidas en tres niveles aterrazados que se adaptaban a la orografía del terreno, dispuestos en forma de cuarteles cuadrados, siguiendo un trazado octogonal y rematados en las esquinas con fuentes circulares. Las dos inferiores (Terraza de los Cuadros y Terraza de las Escuelas Botánicas) permanecen hoy en día tal y como fueron construidas, mientras que la superior (Terraza del Plano de la Flor) fue remodelada en el siglo XIX con rasgos ajardinados. El recinto estaba cerrado por una elegante verja de hierro, fabricada en Tolosa (Guipúzcoa) asentada sobre piedra de granito (obra de José de Muñoz) y contaba con dos puertas de acceso: la ya citada Puerta Real de Sabatini, de corte clásico con columnas dóricas y frontón, y otra secundaria, diseñada por Villanueva, enfrente del Museo del Prado, por donde actualmente se accede al recinto (actual Plaza de Murillo).

También contaba con estufas, semilleros e instalaciones para los enseres de mantenimiento y labor. En la zona este se erigió un pabellón de invernáculos llamado Pabellón Villanueva, obra singular dirigida por el arquitecto real, en cuya construcción pesaron más los criterios estéticos que los científicos, por lo que desde principios del siglo XIX se destinó a acoger la biblioteca, herbarios y las aulas necesarias para las cátedras de botánica y de agricultura.

El Jardín se convirtió en el receptor de los envíos de las expediciones científicas que auspició la Corona en este período. Entre el siglo XVIII y XIX participó en el desarrollo de al menos cinco expediciones científicas, entre ellas destacan la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (actual Colombia) cuyo director fue el célebre José Celestino Mutis, la Expedición Botánica al Virreinato del Perú de los botánicos Hipólito Ruiz y José Antonio Pavón, la Real Expedición Botánica a Nueva España (actual México), de los botánicos Martín Sessé y José Mariano Mociño, la Expedición alrededor del Mundo de Alejandro Malaspina con los botánicos Antonio Pineda, Luis Née y Tadeo Haenke, y la Comisión Científica del Pacífico, ya en el siglo XIX, donde participaría el botánico Juan Isern.

El Jardín recibió durante esta época dibujos, semillas, frutos, maderas, plantas vivas y principalmente pliegos de herbario, que contribuyeron a acrecentar sus colecciones científicas y biblioteca.

A comienzos del siglo XIX el jardín botánico se había convertido en uno de los jardines botánicos más importantes de Europa, gracias fundamentalmente a las colecciones científicas que albergaba y a la labor de su director, el botánico Antonio José Cavanilles, uno de los botánicos más importantes de la historia de la ciencia española. Cavanilles reorganizaría el Jardín, el herbario, los semilleros y daría al centro una relevancia internacional. Además de su uso científico, el jardín solía ser frecuentado durante la primavera y el verano por la alta sociedad y proporcionaba gratuitamente al público plantas medicinales. Su sucesor en la dirección, el neogranadino Zea, se posesionó del cargo el 17 de septiembre de 1805 con el célebre discurso "Acerca del mérito y de la utilidad de la Botánica", donde pidió la renovación de los métodos de enseñanza. Sin embargo, la Guerra de la Independencia trajo al jardín años de abandono, que se prolongarían durante el primer tercio del XIX, a pesar de los esfuerzos de su director en aquel momento Mariano Lagasca.

En 1857, siendo director del jardín Mariano de la Paz Graells, zoólogo y también director del Museo de Ciencias Naturales, se realizaron importantes reformas que aún perduran, como la estufa fría que lleva su nombre y la remodelación de la terraza superior. También en esa época se instaló un zoológico, que doce años más tarde se trasladó al Jardín del Buen Retiro (donde se conocería como Casa de Fieras). La puerta del lado del Museo del Prado es retratada por el pintor valenciano Francisco Domingo Marqués.

Sin embargo, en la década de los años ochenta de ese siglo, el Jardín ve mermada su superficie. En 1882 se segregan dos hectáreas para construir el edificio que actualmente ocupa el Ministerio de Agricultura. Además, en 1886 un ciclón que asoló esa zona de Madrid causó terribles daños en el Real Jardín, provocando el derribo de 564 árboles de gran valor.​ En 1893, se abre la calle de los libreros (popularmente conocida como cuesta de Claudio Moyano) perdiéndose un extremo del cuerpo principal del jardín, con lo que su superficie queda reducida a las ocho hectáreas actuales.

En 1939, el Real Jardín Botánico pasa a depender del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 1942 es declarado Jardín Artístico y en 1947 Monumento Nacional.​ Sin embargo, siguen décadas de penuria y abandono hasta que es cerrado en 1974 para abordar profundas obras de restauración, que acabaron devolviéndole su estilo original. Las obras se llevaron a cabo entre 1980 y 1981, encargándose el arquitecto Antonio Fernández Alba de la remodelación del pabellón, y el arquitecto Guillermo Sánchez Gil, junto al paisajista Leandro Silva Delgado, de devolver a los jardines su trazado original en niveles aterrazados.

Contiene, aproximadamente, 5.000 especies diferentes de árboles y plantas de todo el mundo. En febrero de 2005, el Real Jardín Botánico amplió su espacio expositivo en 1 ha.

Las plantas vivas expuestas al público se disponen en cuatro terrazas, aprovechando el desnivel del terreno.

Es la terraza situada más abajo y la más espaciosa de todas. En ella se encuentran las colecciones de plantas ornamentales, medicinales, rosales antiguos, aromáticas y de huerta y frutales, dentro de los cuadros geométricos formados con setos de boj que rodean pequeñas fuentes (fontines) en el eje central de los cuadros. Al final del paseo central de esta primera terraza se encuentra la rocalla.

Esta segunda terraza es un poco más pequeña que la anterior. En esta terraza se muestra la colección taxonómica de plantas. Ordenadas filogenéticamente por familias, se sitúan alrededor de doce fuentes. Se puede hacer un recorrido por el reino vegetal desde las plantas más primitivas a las más evolucionadas.

Ésta es la terraza más elevada y un poco más reducida, con un estilo romántico. Está dividida en veinticinco figuras o arriates curvilíneos, limitados por setos de durillo, cuatro glorietas y una glorieta central con un estanque y un busto de Carlos Linneo. Está plantada con una gran variedad de árboles y arbustos plantados sin orden aparente. En su límite este se sitúa el Pabellón Villanueva, edificado en 1781 como invernáculo, y que actualmente se utiliza como galería de exposiciones temporales. La terraza está bordeada por un emparrado de hierro forjado, construido en 1786 y que sirve de apoyo a diversas variedades de vid, algunas de edad considerable.

En el flanco norte de esta terraza se sitúan el invernadero Graells, una estructura del siglo XIX, donde encontramos plantas tropicales, acuáticas y briófitas. Junto al anterior se encuentra el invernadero mayor y más moderno, el de Exhibición, que se encuentra dividido en su interior en tres ambientes de diferentes exigencias de temperatura y humedad (tropical, templado y desértico).

Esta terraza añadida como ampliación del Jardín en 2005, es de dimensiones bastante más pequeñas que las anteriores y está detrás del Pabellón Villanueva. Destinada a albergar colecciones especiales, aquí se encuentra la colección de Bonsáis donada por el expresidente español Felipe González. La terraza está diseñada por el paisajista Fernando Caruncho.

Herbario

Se trata del herbario más importante de España, al reunir cerca de un millón de pliegos, algunos del siglo XVIII. Está formado por: el herbario de Fanerogamia, el herbario de Criptogamia y las colecciones históricas. Estas últimas reúnen las plantas recolectadas en las expediciones científicas realizadas durante los siglos XVIII y XIX e incluyen los herbarios americanos de Ruiz y Pavón, Mutis, Sessé y Mociño, Neé, Boldo e Isern y los herbarios filipinos de Blanco y Llanos y el de Vidal. Su código de identificación internacional es MA.

Biblioteca y archivo

La biblioteca del Real Jardín Botánico se formó al mismo tiempo que el jardín se acrecentaba. En 1781 tenía unas 151 obras de las cuales 83 eran de Botánica, 19 de Historia Natural y 49 de Química; en 1787 se acercan al millar, después de ser agregados los libros de José Quer; en 1801 son ya unas 1500, después de la adquisición de los de Antonio José Cavanilles; más tarde se les sumarían algunos de Simón de Rojas Clemente, los de Mariano Lagasca, etc.

En lo que respecta al archivo, guarda desde 1775 la abundante documentación generada por el propio Jardín, más la que se ha ido agregando, por depósito o donación, de las distintas expediciones botánicas de los siglos XVIII y XIX. El primer catálogo, "Índice de los Manuscritos, Dibujos y Láminas del Real Jardín botánico", es de 1815 y lo hizo Simón de Rojas Clemente, entonces su bibliotecario. Actualmente la biblioteca consta de unos 30 000 libros de todo lo relacionado con la Botánica, 2075 títulos de publicaciones periódicas, unos 26 000 folletos o tiradas aparte, 3000 títulos en microfichas, 2500 mapas. Cuenta con las instalaciones y aparatos adecuados para la consulta en Internet, lectura y reproducción, en papel, de microfichas y microfilms, fotocopiado de libros y revistas y escaneado cenital.

Banco de Germoplasma

Desde su fundación el Jardín Botánico mantiene un intercambio de semillas con otras instituciones de todo el mundo. La relación de las semillas que se pueden intercambiar se edita anualmente en una publicación llamada Index Seminum, que se distribuye a más de 500 jardines y centros de investigación. A partir de 1987, con la construcción de una cámara frigorífica donde se pueden guardar a baja temperatura, desecadas y herméticamente cerradas, se mejoraron las condiciones de conservación de las semillas. Esta mejora permitió ampliar el plazo de viabilidad de las semillas, por lo que se decidió realizar campañas de recolección por todo el estado.

Departamento de la Biodiversidad y Conservación.

Trabaja en todo lo relacionado con la diversidad vegetal, en concreto de las plantas vasculares, tanto del ámbito mediterráneo como del tropical y subtropical. En la reconstrucción filogenética y estudio del papel evolutivo de la hibridación. En la biología de las plantas acuáticas. En la cartografía botánica, la conservación y gestión de zonas húmedas, la etnobotánica y la palinología.

Departamento de Micología.

Desarrolla su investigación con profesionales que trabajan en taxonomía, nomenclatura, distribución, conservación y ecología de hongos.

sábado, 9 de junio de 2018

Cine Castilla



EL CINE CASTILLA (C/ GENERAL RICARDOS)

En el año 1943 en las inmediaciones del puente de Toledo, muy cercano a la glorieta del Marqués de Vadillo se proyectó la construcción de un nuevo cinematógrafo aprovechando algunos muros medianeros de la demolición de unas casas de vecinos y un solar adyacente a estas. El solar de forma trapezoidal y con dos fachadas vistas se emplazaba exactamente en una de las esquinas que formaban la intersección de las calles del General Ricardos n 14 y el camino Alto de San Isidro hoy paseo del Quince de Mayo n 1.



El antiguo edificio y el solar colindante eran ambos propiedad de don Juan y don Sotero García, los cuales encargaron al arquitecto J. de Lara la construcción de un cinematógrafo y una vivienda en el solar resultante con superficie de 639,81 m2.

El proyecto salvaría el muro medianero con la casa nº 16 de General Ricardos y parte de la cimentación del antiguo inmueble, sumando además un solar en la parte más alejada a la calle principal por donde se extendería el patio de butacas. El nuevo cine estaría ligeramente ligado a las influencias del racionalismo ya que todos los voladizos para balcones y marquesinas eran redondeados, sus muros eran altos y sencillos paños lisos de cemento coloreado y tan solo servían como adorno las líneas que proporcionaban los huecos de las ventanas. Este se levantaría en tres alturas y albergaría una sala para 920 espectadores más una vivienda en la planta más alta del inmueble y con entrada independiente desde el nº 1 del Camino Alto de San Isidro. Ocupando un espacio sobrante en la planta baja se emplazaría además un local para bar cafetería con comunicación y servicio al cine.

La fachada más larga estaría ocupada en gran parte por el patio de butacas ofreciendo de esta forma un ordenado y rápido desalojo de la sala a través de tres puertas laterales de emergencia. Las fachadas serían todas enfoscadas a la catalana con su correspondiente zócalo perimetral de mampostería.

La entrada al local se había dejado en la esquina en curva, creando un pequeño porche con dos columnas y precedido de una pequeña escalinata que elevaba la planta unos centímetros sobre la rasante y que estaba amparada por una marquesina también en curva. En el porche se encontraba una de las taquillas y un espacio reservado para la publicidad quedando en el centro de este la sencilla entrada al vestíbulo principal por medio de una puerta de dos hojas. En este amplio espacio se habría dos escalinatas de acceso a las localidades altas construidas íntegramente en mármol y de 17 cm de altura y 30 cm de huella cada uno de los peldaños. El suelo del los vestíbulos sería también mármol del mismo color que el de las escaleras.

Entre los dos tiros de escalera y como habíamos citado anteriormente se encontraba el local dispuesto para bar con acceso desde el propio vestíbulo, y que podría funcionar completamente independiente al cine. En la planta de sótano, y aprovechando la cimentación del antiguo inmueble se instalarían los aseos masculino y femeninos, además de un gran espacio de esparcimiento, la carbonera y cuartos de calefacción del cine.

La entrada al patio de butacas se realizaría desde el vestíbulo de la planta baja a través de de tres puertas dobles de 1,50m, dos laterales y una central desde las cuales nacerían tres pasillos que surcarían la sala de lado a lado. El suelo del patio se construiría con bastante inclinación hacia la pantalla, en madera sobre rastreles: sobre este las 674 cómodas butacas. Como habíamos citado anteriormente se podía desalojar la sala por medio de tres puertas de dos hojas directas al camino Alto de San Isidro, dejando una cuarta y última puerta de acceso directo al escenario que quedaba tras la pantalla, pudiendo utilizar la sala indistintamente el local como cine, teatro o salón de actos. Volviendo al vestíbulo principal y ascendiendo por cualquiera de los dos tiros de escalera llegaríamos hasta un nuevo vestíbulo donde se diseñó un gran hueco central con barandilla desde donde se veía el piso inferior. En esta misma planta y utilizando la más luminosa y mejor ubicación se situó el bar, con espacio suficiente para instalar mesas y sillas conformando un amplio ambigú. Las escaleras seguían ascendiendo una planta más, hasta el piso primero donde estarían las entradas al entresuelo y la cabina de proyección. Al entresuelo que tendría mucha inclinación se accedía desde dos huecos desde el vestíbulo, las bancadas se habían diseñado también en madera como el suelo del patio de butacas y en él se instalarían 246 butacas más.

La cabina se diseñó con todos los sistemas de seguridad del momento, materiales inflamables, puertas de hierro que se abrían hacia el exterior, y una perfecta ventilación a través de una amplia chimenea. En esta planta además se proyectaron además retretes para caballeros y señoras. El local contaría con un sistema de baterías en caso de corte de suministro eléctrico y un electrogenerador propio. En la planta segunda y última y ascendiendo desde un portal en el camino Alto de San Isidro por una escalera completamente independiente al cine se establecía una amplia vivienda con tres dormitorios, comedor, despacho, cocina, vestíbulo y cuarto de baños. La vivienda se realizaría con materiales de primera calidad, solados de baldosín hidráulico imitación de mosaicos, carpinterías en madera de roble, cocina con fogón doble y termosifón para agua caliente sanitaria, etc.

La cubierta se realizaría con cerchas metálicas que sujetarían el amplio tejado de “Uralita”. Todos los que conozcáis la zona y halláis continuado la lectura hasta este punto estaréis pensando que me he equivocado en algo porque este edificio no está donde debería estar, y es que desconozco las causas, pero este cine nunca se construyó.

El proyecto era impecable, el solar ideal, no tenía ninguna pega pero no se llegó a edificar. Bien es cierto que algunos años después se levanto dos números más abajo un nuevo cine Reyzabal, el Cinema España, pero creo que esto no fuera impedimento para su construcción. Cuando hace algunas semanas pedí en el Archivo de Villa la documentación de un cinematógrafo en la calle del General Ricardos n 8 me entregaron este expediente que muy posiblemente confundiera también a Mary G. Santa Eulalia y Pascual Cebollada, ya que en su obra “Madrid y el Cine” dan datos inexactos acerca de la construcción del cinema España, mezclando datos del cine Castilla con el otro. Desde luego no tiene ninguna importancia ya que son mínimos los datos y las fechas y localizaciones cuadran prácticamente.

Creo, porque no lo puedo asegurar con fiabilidad que el edificio originario si se demolió y en su lugar se construyó uno nuevo de más altura, aunque la fisonomía de ambos es prácticamente idéntica, por lo cual se podría tratar de una reforma y ampliación. El solar anexo lo ocupa una nueva edificación.