miércoles, 28 de marzo de 2018

Madrid Rock



Dentro de la historia de las tiendas de discos en Madrid, hay un nombre que suena en la cabeza de todo amante al Rock, el clásico Madrid Rock de la Gran Vía.

La primera tienda se encontraba ubicada en la céntrica calle San Martín, paralela a la peatonal calle Arenal. Se abrió a principio de los ochenta, en una zona llena de tiendas de discos de segunda mano, pero no tardó demasiado tiempo en destacar por una oferta llena de productos musicales (cassettes y vinilos, más tarde llegaron los CD) que solo podías encontrar allí (o en tiendas de segunda mano), o poder comprar los plásticos comerciales de moda.

A causa de su éxito se abrieron dos tiendas más, las dos muy céntricas, como fueron la de la calle Mayor, y el local más conocido y famoso, que fue el de Gran Vía, ubicado a la salida de la boca del metro Gran Vía y casi haciendo esquina con la calle Montera.

Con la apertura de la nueva tienda el salto de popularidad fue mayúsculo y su crecimiento enorme, en un Madrid donde Internet iba entrando poco a poco y, si querías un disco, tenías que ir a la tienda. Uno de sus secretos era la profesionalidad de sus empleados, entendidos de la música de sus departamentos. Un ambiente de tres plantas donde en cada una estaba una selección cultural diferente; en la parte de abajo películas y música clásica; en la central todo tipos de CD´s, vinilos y cassettes, bien distribuidos por géneros y orden alfabético para mayor comodidad, y la planta primera donde se encontraba el “merchan”, entradas y CD´s varios. Se abrieron sucursales por Madrid y la Comunidad, llegando a tener tiendas en Sevilla o Córdoba.

Algo clásico era ver gente perdiéndose durante horas entre sus muebles buscando Vinilos, CD´s, o grupos nuevos que ibas descubriendo por sus portadas, o buscar ofertas a precios muy rebajados de clásicos de todos los géneros.

En la tienda era normal ver siempre colas por las firmas de los grupos “top”, tanto nacionales como internacionales. En muchas ocasiones esas colas las tenías por la noche (como se ven ahora en eventos deportivos) cuando la tienda había cerrado para comprar por la mañana los discos que iban saliendo. Recuerdo la salida a la venta del Use Your Illusion I y II de Guns & Roses, la expectación que se creó y las imágenes de las filas sin fin de personas salieron hasta en los noticiarios nacionales.

24 años de vida fue la duración de la cadena, para que en 2005 echaran el cierre definitivo con motivos que no convencieron a todos.

La polémica se generó cuando el gerente, Miguel Ángel Moreno, comentó que su cierre venía precedido por la piratería, de copias ilegales en Internet y el Top Manta, aunque lo que sí que es cierto es que las ventas en tienda habían caído un 30/35 % de facturación.

El otro motivo del posible cierre fue la especulación inmobiliaria, ya que el local de más de 1500 m2 en la mejor zona de la capital para su comercio, era un reclamo para su compra. Se vendió a un grupo textil por 20 millones de Euros, según reflejan las crónicas de la época para convertirlo en lo que es actualmente, una tienda Bershka.

Después del cierre, Madrid se quedó bastante huérfano de referentes para la venta de música, para comprar éxitos siempre quedaría El Corte Inglés, o la Fnac, o las pequeñas tiendas “Tipo” hasta su desaparición, pero no tenía la gracia de pasar una tarde en Madrid Rock revisando discos.

Para el anecdotario de la tienda todavía puedes encontrar a Los Hermanos Alcázar, conocidos como los ”Jevis” de la Gran Vía o Madrid Rock , que los encuentras muchos días en la zona compartiendo charlas sentados frente a la tienda.

Por suerte, todavía quedan tiendas especializadas por la capital, como “Sun Records” o “Escridiscos”, donde puedes comprar discos o entradas de conciertos, o las tiendas de segunda mano donde puedes buscar y a veces encontrar sorpresas a precios razonables, pero eso, será otro capítulo.

jueves, 22 de marzo de 2018

El Club Consulado



En el número 38 de la calle de Atocha estaba el Cine Consulado, y en sus bajos la mítica discoteca Club Consulado.

Desde allí se emitió durante muchos años, los domingos por la mañana, a las doce horas, el no menos mítico programa musical de Radio Madrid (la SER), El gran musical, que nació en el año 1962 de la mano de Tomás Martín Blanco.

Por el desfilaron las más famosas figuras de la canción moderna, convirtiéndose en poco tiempo en el de mayor popularidad de las ondas españolas. En 1970 pasó a llamarse Los 40 principales, con Rafael Revert al frente, nombre que tomó de una sección que ya existía en el anterior

A esa misma cadena de discotecas pertenecían el Club Victoria, el Versalles, el Ayala, el Alexandra, el Canciller, el Ducal, el Imperator, el Ciudad Lineal, el Lisboa o el Kursal. Todas tuvieron su máximo apogeo en los 60 y 70.

sábado, 17 de marzo de 2018

Pasapoga Music Hall



Pasapoga Music Hall fue una sala de fiestas de Madrid (España), situada en los bajos del cine Avenida, en el número 37 de la Gran Vía. La palabra "Pasapoga" fue un acróstico formado con las dos primeras letras del apellido de cada uno de sus cuatro propietarios: Patuel, Sánchez, Porres y García. Desde 1942 Pasapoga se convirtió en una de las salas más importantes del país, siendo luego reconvertida en una discoteca hasta que finalmente fue clausurada y reconvertida en tienda de moda.

A partir de los años cuarenta, uno de sus propietarios y director general, Luis Sánchez-Rubio González, que a su vez era el Presidente Nacional del Espectáculo de Madrid, transformó el Pasapoga antiguo a una sala de fiestas moderna, elegante y muy cara que además significaba un referente de España en Europa. Luis Sánchez-Rubio era además, el propietario de unas tiendas de ropa exclusiva en Madrid, situadas en la Gran Vía y Preciados, que se llamaban "Sánchez-Rubio".

Su planta en forma de herradura, al modo de los teatros tradicionales, y su exuberante decoración, con columnas y pinturas murales imitando frescos antiguos, albergaron conciertos de artistas como Antonio Machín, Frank Sinatra o Rosa Morena. Escenas del Pasapoga aparecen en la película "Los ojos dejan huellas" de 1952.

Reconvertido después en discoteca con sesiones temáticas, el local ofrecía sesiones como club de música house enfocado al público gay, allá por el año 2000. Fue en Madrid el local que lideró el circuito de discotecas gay, entre las etapas de Xenon y Cool (o Royal Cool).

La sala cerró sus puertas en 2003. En febrero de 2007 se anunció su desaparición definitiva cuando el Ayuntamiento decidió autorizar el cambio de uso del edificio del cine Avenida para uso comercial. Al estar protegido debió ser conservado su aspecto anterior, por lo que su reforma para adaptarlo al nuevo uso fue limitada.

«La sala de fiestas más famosa del mundo». Así de grandilocuente se anunciaba el Pasapoga en 1952, con un cartel que recalcaba las exclusivas actuaciones de cantantes hispanoamericanos y el humor de los actores Antonio Casal y Ángel de Andrés, ambos con mediática descendencia artística en su hija y sobrino respectivamente. Diez años atrás había tenido lugar la inauguración de tan fastuosa sala, cuando el humor era distinto y la Gran Vía madrileña, donde estaba situado, se llamaba Avenida de Pi y Margall. Aquellos bajos venían de ser un salón de billar que había quedado en desuso poco antes de la Guerra Civil.

Su reapertura vendría de la mano de cuatro empresarios que decidieron formar un acrónimo con las dos primeras letras de sus apellidos. Patuel, Sánchez, Porres y García dieron lugar a Pasapoga, sin imaginar que de tan comunes sobrenombres surgiría el cabaret más emblemático del solar patrio. Aquel Patuel que aportaba la primera sílaba ejercería años después de suegro de Carmen Sevilla, cuando esta ya se había divorciado del prestigioso compositor Augusto Algueró. Crónica social aparte, si algo distinguía al Pasapoga era su decoración. Columnas, palcos y escalinatas flanqueaban las pistas de baile, y sus cortinas, espejos y pinturas murales dotaban a la sala de un glamur que hacía olvidar que se trataba en realidad de los bajos de un cine, situados a ocho metros bajo tierra. La ostentación parecía ser el lema de Pasapoga, en unos años de posguerra en los que todavía seguían vigentes las cartillas de racionamiento. El precio de la entrada hacía que el espectáculo estuviese reservado para tan solo unos pocos privilegiados, con eventos por entonces tan elitistas como desfiles de joyería y exhibición de sombreros.

En 1952 José Luis Sáenz de Heredia quiso trasladar la esencia de la sala al séptimo arte, llevando por vez primera al Pasapoga a la pantalla grande, en una de las escenas de Los ojos dejan huellas. En dicho thriller el director sitúa a los protagonistas disfrutando de una velada en el famoso music hall, del mismo modo que en otras secuencias retrata otros emblemáticos y concurridos lugares de Madrid. En el film se puede contemplar como el público acude trajeado y de etiqueta mientras toman una copa y la orquesta ameniza la pista de baile. Su fotografía en blanco y negro dota de una mayor elegancia a una época que nada tendrá que ver con lustros posteriores, donde las actuaciones de jotas aragonesas irán sustituyéndose paulatinamente por el contoneo de exuberantes vicetiples.

Durante los primeros años la cartelería del local pretendía reflejar lo que allí dentro ocurría con términos tan publicitarios como «sensacional», «fantástico» y «maravilloso», sin olvidar el recurrente «grandioso acontecimiento», que servía para borrar de un plumazo cualquier atisbo de competencia. Incluso los términos anglosajones tenían cabida con tal de llamar la atención del viandante, como ocurriría en 1956 con la actuación de Monna Bell, ganadora del primer Festival de Benidorm cuando este tenía prestigio, a la que bautizaron en sus carteles como «Lady Crooner». Un años más tarde la sala acogería los conciertos de la internacional Juliette Gréco, llegada exitosamente del Olympia de París y arrastrando ya el calificativo de «musa de los existencialistas». También de Francia vino otra de las mayores atracciones nunca vista hasta entonces y que causaría admiración y revuelo a partes iguales. Se trata de Coccinelle, la primera transexual mediática que había labrado su fama trabajando en el Carrousel de París y a la que medio mundo se acercaba a contemplar para aplaudir los milagros de la ciencia. Tal situación se repetiría en España, donde la artista tenía que asumir su condición de fenómeno con el consuelo de sustituir cualquier feria ambulante por las cortinas de oropel y las piezas de mármol macizo. Lo llamativo del evento es que se sitúa en 1962, en plena dictadura franquista, cuando la Gran Vía recibía el nombre de Avenida de José Antonio y con una mentalidad imperante incapaz de entender un caso similar. De los dos pases que la sala tenía de manera habitual, el anuncio aclaraba que Coccinelle tan solo actuaba en la función de noche, quizás por aquello de que para la moral de la época resultaba demasiado impactante contemplarla en horario de tarde, reservando su lugar a esa franja nocturna en la que todo es más permisivo. Coccinelle cantaba y bailaba, al ritmo de una orquesta dirigida por el que había sido trompeta solista de la banda del dictador, ante un público que quedaba atónito de su belleza, hasta el punto de apenas recibir aplausos, seguramente porque aún andaban impactados asimilando los avances quirúrgicos a los que la protagonista se había sometido en Casablanca.

Al comienzo de la década de los setenta, la sala había adoptado con los nuevos tiempos ese hecho tan característico del resto de cabarets: el alterne. El tópico solo se diferenciaba de otros locales en que el aspecto seguía siendo lujoso, manteniéndose las actuaciones y su inamovible orquesta. Lejos quedaban visitas como la del rey Abdullah de Arabia Saudí o la hija y esposa de Franco, en un momento en el que el propio portero del local disponía de corbatas para todo aquel que no trajese la suya. Esta nueva etapa en la que la falta de compostura se hacía hueco entre las costumbres, queda latente en la película de 1974, Polvo eres…, protagonizada por Manuel Summers y Nadiuska. Esta última interpreta a una joven descarriada que accede a casarse con un seminarista frustrado bajo un matrimonio de conveniencia y a lo largo del film se suceden los guiños al pasado de ella como chica de alterne en Pasapoga, citando la sala en varias ocasiones a modo de chascarrillo y dando a entender que se trataba del no va más en asuntos de descorche. Más curioso es el caso al que tuvo que enfrentarse el director Luis García Berlanga años atrás, cuando la férrea censura aún revisaba los guiones previamente y desestimaron la idea del realizador valenciano de rodar un plano general de la Gran Vía. El propio Berlanga contó años después la explicación que había recibido del censor de turno, y que no era otra que el miedo a verlo capaz de incluir en esa toma a un cura saliendo de Pasapoga. Algo chocante, irreverente y quizás hasta realista. Los años setenta prosiguieron entre actuaciones de vedettes de importación como la argentina Moria Casán, cantantes singulares como Bambino y cómicos de renombre como Fernando Esteso, que animaba las Nocheviejas y que con su «producción arrevistada» se iría convirtiendo en una habitual de la sala hasta prolongarse sus visitas a 1999, en su etapa más crepuscular.

Pasapoga logró superar un incendio a finales de 1979 con daños materiales pero sin víctimas mortales, como sí ocurriera años más tarde en Alcalá 20, discoteca situada también en los bajos de un teatro y cuyo trágico suceso hizo poner en tela de juicio la seguridad de este tipo de locales subterráneos. Cuando aquel accidente tuvo lugar Pasapoga se jactaba de ofrecer «el primer porno-musical de Madrid», que llevaba por título Coito colectivo y había obtenido la clasificación S, la cual por entonces servía más de reclamo erótico que de advertencia moral.

La década de los ochenta avanzó con las constantes actuaciones de cómicos mediáticos tales como Eugenio, Cassen, Quique Camoiras, Manolo de Vega o Kymbo, al que anunciaban como «el humorista de color», un distintivo que probablemente hoy levantaría ampollas. Las mismas que provocaba Machos 87, el espectáculo que protagonizó Susana Estrada y donde era crucificada en vivo mucho antes de que lo hiciese Madonna y sobre una plataforma giratoria que disponía la sala. Pero nada era suficiente para atraer al público y por entonces Pasapoga decidió ofrecer a sus clientes el servicio de un bufé que se prolongaba hasta el cierre. Los años noventa traerían consigo un declive del género de variedades que venía acompañado del nulo interés del público por seguir acudiendo a tales espectáculos. Aun así la competencia, reflejada en salas como Xenon, Windsor y Pirandello contaban entre sus filas con artistas entre los que destacaban el Dúo Sacapuntas, el transformista Paco España o la televisiva Regina Do Santos. Pero se trataba del canto del cisne, aunque en Pasapoga recurriesen a un clásico como la castiza vedette Addy Ventura, que anunciaba su despedida de los escenarios para unos espectadores que intuían que llegaba el fin de una era. Galanes y bellezas, que así se titulaba el espectáculo de aquel 1998, no encajaba en las corrientes de un siglo XXI que esperaba a la vuelta de la esquina.

En los últimos años mutó en discoteca, conservando su barroca decoración y destacando por sus sesiones de música house y un público mayoritariamente gay que con su asiduidad consiguió darle al local una segunda oportunidad. Es por entonces cuando la mediática Tamara (hoy Yurena) graba allí su videoclip «A por ti», encumbrándose como musa catódica de la modernidad. También María Jiménez decidió resucitar musicalmente presentando su disco Donde más duele en la misma sala. Curiosamente la artista ya había estado vinculada a Pasapoga, cuando en 1982 rodó la inefable película Perdóname, amor, y en ella interpretaba algunas de sus canciones sobre el escenario.

Finalmente, con unas rentas imposibles, una competencia feroz y la especulación acechando, Pasapoga llegaba a su fin. El 8 de febrero de 2004 cerraba sus puertas tras haber dado la noche anterior su última fiesta en la que no faltaron los globos y el confeti.

No habrá en España otro cabaret con más nombre y trayectoria, sencillamente porque hace ya mucho que España dejó de ser un país de cabarets.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Real Fábrica de Tapices



La Real Fábrica de Tapices fue fundada en 1721 por Felipe V, siguiendo el modelo francés. Su intención era implantar una industria nacional que supliera las importaciones flamencas que hasta entonces habían surtido los palacios españoles, en un intento de potenciar la economía nacional, dentro de la política de fomento de la industria que se desarrollará durante el siglo XVIII, y ante la incapacidad de satisfacer la demanda existente para decorar los Sitios Reales, se decidió por crear una fábrica de tapices en 1719.

Para ello trajo una familia de Amberes a Jacobo Vandergoten, que puso al frente de la fábrica, situada extramuros de la ciudad, cerca de la Puerta de Santa Bárbara, razón por la cual recibió el nombre de Casa de Santa Bárbara.

Su hijo, Jacobo Vandergoten el Joven establece en 1734 una nueva fábrica, la de Santa Isabel, que trabajaba con otro tipo de lienzo.

La Fábrica se estableció en un edificio próximo al Portillo de Santa Bárbara, conocido como Casa del Abreviador, en los arrabales de la villa, donde permanecerá hasta 1882. En esa fecha Alfonso XII autorizó la demolición de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara para proceder al acuartelamiento y ensanche de Madrid, y ordenó que se construyera un nuevo edificio en la zona del Olivar y Huerta del Convento de Atocha.

Diez años después comienza una nueva etapa en la que se unen ambas fábricas en una sola bajo el patrocinio real. A partir de este momento la Real Fábrica de tapices vive su momento de mayor esplendor. Hasta entonces, los artesanos empleaban los cartones de pintores de corte junto a otros que los Vandergoten trajeron consigo. Ahora, se incorporan los diseños de nuevos pintores reales, de la talla de Mengs, Francisco Bayeu, Salvador Maella o Francisco de Goya.

El estilo de estos pintores, especialmente Goya, consigue llevar a los más alto la calidad de los tapices, creando un estilo completamente original que se desvincula definitivamente del estilo flamenco de sus primeros momentos.

La Real Fábrica de Tapices se encuentra ubicada en la manzana completa rodeada por las siguientes calles: Calle de Fuenterrabía, número 2; con vuelta calle Julián Gayarre, números 4 y 6; con vuelta calle Vandergoten; con vuelta calle Andrés Torrejón.

Su arquitecto José Segundo de Lema terminó la obra en 1888-1889, año en que se ocupó el nuevo edificio, donde continúa actualmente la actividad.

La evolución de la Real Fábrica se va a desarrollar en distintas etapas, que a su vez son reflejo de la propia historia de España, en la medida en que los avatares históricos influyen en la hacienda pública. Un aspecto fundamental durante toda la trayectoria de la Fábrica es su vinculación con la Corona desde su fundación.

Así, en los primeros momentos se pone al frente de los asuntos económicos un Intendente Real, que será quien establezca las contratas.

Paralelamente, la dirección artística corre a cargo de los pintores de la Real Cámara, y su fin era surtir de modelos a los maestros tapiceros y vigilar que la ejecución del tapiz se ajustara a la composición pictórica.

La relación entre las dos Instituciones se realiza a través del sistema de contratas o asientos, donde se establecen las condiciones que debe cumplir cada parte.

Así, la primera se efectúa en 1720, momento de la fundación; la segunda en 1744, cuando se unen las Fábricas de Santa Bárbara y Santa Isabel, pasando a denominarse Real Fábrica de Tapices, estableciéndose entre otros aspectos, la obligación de enseñar dibujo y el arte de tejer tapices y alfombras a los jóvenes españoles que lo desearan; en 1750 se formaliza la tercera contrata, asumiendo la Fábrica la conservación y restauración de todas las tapicerías y alfombras de los Reales Sitios; una nueva contrata se firma en 1838 asegurando la continuidad de la Fábrica en un difícil momento.

En 1860 la Corona cede a la familia Stuyck el uso del edificio, en régimen de alquiler, la propiedad de toda la maquinaria y se le permite una actividad mercantil con particulares.

Durante el siglo XIX y XX disminuyen progresivamente los encargos de la Casa Real, pero aumentan los de las nuevas clases acomodadas. Paralelamente, aumenta la producción de alfombras en detrimento de los tapices y reposteros, que pasan de moda.

Con la República entra en crisis, ya que se deja a la Fábrica sin el apoyo de la Corona. No obstante se mantuvo pasando a llamarse Manufactura Nacional de Tapices y Alfombras, gracias al apoyo de Azaña e Indalecio Prieto.

Durante la Guerra Civil, la Fábrica fue incautada, pero una vez finalizada volvió de nuevo a la familia Stuyck que continuó con la actividad. La creación de la Fundación del Generalísimo, después llamada Fundación de Gremios, supuso otro golpe para la Real Fábrica, ya que le privaba de una de sus funciones tradicionales, al servicio del Patrimonio Nacional.

En 1982 se le vuelve a conceder el título de Real Fábrica, y en 1996, a iniciativa de la Corona y del Ministerio de Cultura, la Manufactura se convierte en la Fundación Real Fábrica de Tapices, como una entidad destinada a garantizar la transmisión de los valores culturales de la Fábrica.

Decadencia

La guerra de la independencia marca el inicio de una larga etapa de decadencia. Con la restauración de Alfonso XII se recuperará en parte. Comienza una nueva etapa en la que los encargos privados adquieren mayor importancia, tendencia que se consolidará en el siglo XX. Los encargos de la Corona no son suficientes para sustentar la producción, por lo que la fabricación de tapices pierde importancia a favor de la restauración y fabricación de alfombras para particulares.

No obstante, estos no son suficientes para solventar la crisis económica que la Real Fábrica atravesaba. Durante la década de los 60 se enfrentan a un posible cierre. Es entonces cuando el Gobierno llevará a cabo un estudio para buscar soluciones que evitaran la pérdida el desempleo de sus trabajadores y mantuvieran vivo el trabajo artesanal que llevaban a cabo, que como muchos otros oficios, estaba en vías de extinción. Se constituye entonces la Fundación Real Fábrica de Tapices, una asociación cultural sin ánimo de lucro cuya labor actual está centrada en preservar y divulgar el importante legado histórico, tanto material como documental, que posee, a través de la producción de tapices con diseños de artistas contemporáneos, restauración de piezas antiguas, talleres, exposiciones...

sábado, 10 de marzo de 2018

El Pasadizo del Panecillo



Rincón del Madrid de los Austrias, que lamentablemente no puede visitarse, a pesar de su carácter público. Nos estamos refiriendo al Pasadizo del Panecillo, un estrecho pasaje, a través del cual se comunica la Plaza del Conde de Barajas con la Calle de San Justo.

Esta diminuta vía, con forma de escuadra, se abre paso entre tres edificios de interés histórico artístico, como son la Basílica Pontificia de San Miguel, la Casa-palacio de los Condes de Miranda y el Palacio Arzobispal, que precisamente enfrenta a esta calle su más bella entrada, una portada barroca típicamente madrileña.

A la belleza de estos tres flancos se suma el propio encanto del pasadizo, que, en su tramo central, se ensancha, configurando una especie de patio, donde hay instalada una fuente de piedra, junto a dos cipreses.

Dos puertas de hierro, situadas en cada boca, se encargan de impedir el paso. Ello es así desde el primer tercio del siglo XIX, cuando se decidió clausurar el recinto, por cuestiones de seguridad, si bien, en el momento actual, la restricción está relacionada con un sorprendente uso particular de esta vía pública.

Hay que señalar que el Pasadizo del Panecillo debe su nombre a la costumbre iniciada por el cardenal-infante Luis Alfonso de Borbón y Farnesio (1727-1785), uno de los promotores de lo que hoy es el Palacio Arzobispal, mediante la cual se suministraba pan a los indigentes que pasaban por la zona, siempre y cuando hubiesen escuchado misa antes.

El reparto llegó a provocar tal nivel de escándalos y situaciones de picaresca que terminó suprimiéndose en 1829, al tiempo que fueron cerrados los dos extremos de la vía. La misma suerte corrió la entrega de alimentos que tenía lugar en la vecina Calle de la Pasa, donde tiene su entrada principal el Palacio Arzobispal, y que solía ser posterior a la del Pasadizo del Panecillo.

Como quiera que la comida de este segundo reparto consistía en un puñado de pasas, queda claro el origen del topónimo de la popular calle madrileña. Una curiosidad más, que se añade al famoso dicho de "el que no pasa por la Calle de la Pasa, no se casa", en alusión a la vicaría existente en una de las dependencias del Palacio Arzobispal, a la que obligatoriamente tenía que acudir todo aquel que desease contraer matrimonio eclesiástico.

El Pasadizo del Panecillo en 1951, en una instantánea nocturna tomada por el célebre fotógrafo Alfonso Sánchez García. Se trata de la entrada que da a la Calle de San Justo, donde se alza la fachada principal de la Basílica Pontificia de San Miguel. Está integrada por un arco de medio punto, actualmente desaparecido, que fue levantado en el siglo XIX, cubriendo uno de los lados de la portada barroca del Palacio Arzobispal (a la derecha).

Acurrucada en el Madrid de los Austrias existe una diminuta callejuela que merece un par de reflexiones. Hay que estar atento, si andas despistado es probable que pases junto a ella sin percatarte de su presencia. Actualmente permanece cerrada al público pero años atrás fue un lugar muy concurrido, quizas demasiado.

Encajonada entre la Basílica de San Miguel y el Palacio Arzobispal esta angulosa vía mantiene intacto el sabor y la imagen de siglos atrás. Ahora sus dos extremos están custodiados por unas verjas de forja. Al parecer, su sinuoso trazado era el escondite perfecto para ladronzuelos y gentes de dudosas intenciones. Su poca iluminación y sus recovecos dieron más de un disgusto, por ese motivo decidieron cerrarlo a comienzos del Siglo XIX.

De este coqueto rincón madrileño lo que más curiosidad puede despertarnos es su nombre. Aquí va su explicación. Luis Alfonso de Borbón y Farnesio, en el Siglo XVIII, a través de una de las ventanas del Palacio Arzobispal puso en marcha una peculiar costumbre, la de entregar un trozo de pan a los vagabundos que lo solicitasen, con la única condición de que antes hubiesen escuchado misa. Algo que queda perfectamente reflejado en la placa que da nombre a la calle.

Esta solidaria entrega pronto originó problemas ya que el número de indigentes que se agolpaba en el estrecho callejón fue rápidamente en aumento y los altercados no tardaron mucho en llegar por lo que, en 1829, se dejó de hacer este reparto. Sin embargo, esta curiosa anécdota hizo que para siempre, esta callejuela cambiase su nombre original, el de Pasadizo de San Justo, por el del Pasadizo del Panecillo.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Plaza de Chamberí



La plaza de Chamberí se encuentra ubicada en el distrito homónimo y en el barrio de Almagro,​ en la confluencia de la calle de Santa Engracia y del Paseo de Eduardo Dato, antiguamente calle del Cisne.

Fue ajardinada en 1877.​ El 22 de abril de 1883 se inauguró, proyectado por Francisco de Cubas, el convento de las Siervas de María,​ cuya madre superiora era Soledad Torres Acosta y que antes de trasladarse a la plaza de Chamberí habían tenido múltiples domicilios en la zona.​ 

En octubre de 1919 se inauguró la estación de Chamberí del Metro de Madrid, situada bajo la plaza, que quedó en desuso en 1966 y que sería recuperada como museo en 2008.​ En 1985 la plaza experimentó una reforma concebida por Arturo Ordozgoiti que incluyó unas arquerías y unos muretes, derribados en 1994.​ En la plaza se encuentra también la sede de la Junta Municipal del distrito de Chamberí.

La primera Plaza de Chamberí

En la saludable y gentil zona denominada “Valle de las Anorias”, en el siglo XVI levantará su Casa-palacio el Cardenal Gaspar de Quiroga, hombre poderoso que fuese arzobispo de Toledo e Inquisidor General del Reino, entre otros títulos.

El señorial edificio, rodeado de casas y huertas, estaba ubicado donde hoy se encuentra el Palacio de Buenavista, Cuartel General del Ejército de Tierra, lugar donde nace la primera Plaza de Chamberí.




domingo, 4 de marzo de 2018

Plaza de Jacinto Benavente



La Plaza de Jacinto Benavente, también conocida como Plaza de Benavente, es un amplio espacio público del centro de Madrid. 

En él confluyen las calles de Carretas, Cruz, Huertas, Atocha, Doctor Cortezo, Concepción Jerónima y de la Bolsa.​ El nombre de la plaza figura en memoria del dramaturgo y premio Nóbel, en 1922, Jacinto Benavente y Martínez, autor de obras como Los intereses creados o La malquerida.

La plaza se creó en 1926 como consecuencia del derribo de varios edificios en torno a la plazuela de la Aduana Vieja y la anexa plazuela de la Leña (luego calle de la Bolsa), entre ellos el Convento de los Trinitarios Calzados y la lonja del Almidón. 

Tras el ensanche, el palacio de los Cinco Gremios Mayores construido por Manuel de la Ballina en el siglo XVII, pasó a ser propiedad del Banco de Isabel II, y al fusionarse este banco con el de San Carlos, dio origen a la primera sede del Banco de España. En en inicio del siglo XXI alberga la Dirección General del Tesoro.

A comienzos del siglo XX se edificó uno de los primeros cines de la capital: el Cine Ideal (en la embocadura de la calle del Doctor Cortezo). 

En los años cincuenta se levantó el edificio del «Centro Gallego», de ahí que en las inmediaciones del edificio se colocase un crucero recordando a los peregrinos que realizan el camino de Santiago. 

En 1998 se añadió a la decoración de la plaza un barrendero de bronce obra de Félix Hernando García.​ Desde finales del siglo XX se ha empleando en ocasiones como espacio para las ferias de artesanía.