martes, 30 de enero de 2018

Rey Carlos III (Alcalde de Madrid)



El monarca adoquinó las calles y creó una red de alumbrado, alcantarillado y recogida de basuras. La Cibeles, Neptuno, la Puerta de Alcalá, el Botánico se levantaron gracias a él.

Cuando Carlos III llegó a Madrid, a mediados del siglo XVIII, se topó con una ciudad de aspecto miserable. La limpieza pública era tan escasa que el propio Fernán Núñez, el biógrafo del Rey, no dudó en calificar a la capital de «pocilga». Barro, basura y excrementos componían una lamentable y maloliente imagen de la cabeza del Estado.

Ante esta situación, la necesidad de emprender una reforma profunda era evidente e imperiosa. Por eso, Carlos III se propuso encabezar una transformación de la villa y Corte. Para llevarla a cabo contó con el asesoramiento de su «mano derecha», Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, que junto al marqués de la Ensenada, inició cambios encaminados a la modernización del país.

Así, en Madrid se inició un ambicioso plan de ensanche en el que se proyectaron grandes avenidas, plazas con monumentos como Cibeles y Neptuno; se construyó el Jardín Botánico, el Hospital San Carlos (sobre el que hoy se levanta el Museo Reina Sofía) y el edificio del Museo del Prado (que iba a ser destinado al museo de Historia Militar) o el palacio del Buen Retiro. También se intervino para establecer un servicio de alumbrado público y de recogida de basuras, se adoquinaron las calzadas y se excavó una red de alcantarillado para recoger el agua de la lluvia.

La principal labor constructora de Carlos III en Madrid perseguía un afán propagandístico. Todos los edificios se levantaron en puntos clave de la capital. Además, se engalanaron las principales puertas de entrada a la ciudad. La más célebre es la Puerta de Alcalá, aunque también le acompañan otras como la Puerta de Toledo o la desaparecida de San Vicente. Era la mejor carta de presentación para los visitantes de la ciudad.

«Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava…»

Aunque la intención del monarca era poner Madrid a la altura del resto de capitales europeas, la nobleza española vio las reformas como imposiciones del que consideraban un «Rey extranjero». Carlos III fue el hijo del primero de la dinastía Borbón que gobierna en España, Felipe V, y de Isabel de Farnesio. Accedió al trono tras la muerte de su hermanastro, Fernando VI. Llegó a la Península con experiencia política a sus espaldas, ya que antes había reinado en Nápoles.

Las reformas de Esquilache caldearon tanto el ambiente entre los nobles que tras el famoso motín, que se bautizó con su apellido, tuvo que abandonó definitivamente España en abril de 1766. En el puerto de Cartagena partió con rumbo a Nápoles. Y ese día dejó escrito: «Yo he limpiado Madrid, le he empedrado, he hecho paseos y otras obras… que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente».

Esta resistencia tan incomprensible para Carlos III le hizo declarar que los españoles eran «un pueblo anclado en infantiles torpezas». «Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava…». De esta manera se justificaba el principio rector de su reinado: «gobernar para el pueblo pero sin el pueblo». Dicho de otro modo, los españoles de la época daban tantas muestras de inmadurez que al Rey le parecía imposible concebir otra forma de gobierno que no fuera la del Despotismo Ilustrado.

Introdujo la colonia y la lotería

Agua de Colonia. Entre las mujeres de la aristocracia de la época se puso de moda el «Eau de Cologne», creada a principios del siglo XVIII por el italiano Giovanni María Farina (1685-1766). Esta fragancia al ser más suave que el perfume francés se hizo muy demandado por la élite femenina española. Su nombre proviene de la ciudad alemana (Köln) donde fue patentada.
Lotería nacional. La lotería llegó a España de la mano de Carlos III, que la importó de Nápoles donde ya era una tradición de largo recorrido. Aquel sorteo era muy similar al actual. La primera edición se celebró el 10 de diciembre de 1763.

sábado, 27 de enero de 2018

Zoo de Madrid



Nos dirigimos al Zoo de Madrid, en la Casa de Campo, considerado uno de los más importantes del mundo por sus colecciones de animales y capacidad de cría, aunque nuestra visita no responde tanto a un interés biológico como arquitectónico.

Es también uno de los más antiguos, el segundo a juicio de diferentes analistas, por detrás del de Viena. Sus orígenes hay que buscarlos en la Casa de Fieras que Carlos III mandó levantar en 1774 en la Cuesta de Moyano, que posteriormente sería trasladada al Buen Retiro.

Aquí tuvo dos enclaves, en un primer momento en las inmediaciones de la Puerta de Alcalá y, desde 1830, en los Jardines de Herrero Palacios, junto a la Puerta de Sainz de Baranda. De esta última sede se conservan distintos edificios originales, entre ellos el de la Leonera, que desde 2013 funciona como biblioteca.

En 1972 fue inaugurado el actual recinto de la Casa de Campo, bajo el impulso del ingeniero de caminos Antonio Lleó de la Viña. El proyecto recayó sobre Javier Carvajal (1926-2013), una figura clave en la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX, a quien, no obstante, siempre acompañó la controversia, sobre todo por ser el artífice de la discutida Torre de Valencia.

Tampoco el nuevo zoo permaneció ajeno a la polémica. Fueron muchas las voces que criticaron su ubicación en la Casa de Campo, por cuanto suponía sacrificar una superficie forestal de más de 250.000 metros cuadrados.

El proyecto, que contó con el asesoramiento del Zoo de Barcelona y de personalidades como Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980), se hizo siguiendo modelos muy adelantados para la época, si bien es cierto que, vistos a día de hoy, se encuentran obsoletos.

Las especies fueron distribuidas según criterios zoogeográficos y dispuestas en instalaciones abiertas, dotadas con cobijos climatizados, donde se recreaban artificialmente, sin falsas imitaciones naturalistas, los territorios de cada una de ellas.

Acostumbrados a las angostas jaulas de la antigua Casa de Fieras del Retiro, los madrileños celebraron la amplitud de los nuevos albergues para animales, que parecían estar en libertad, apenas separados del público visitante por un foso, con o sin agua, o por un simple cercado.

Todos estos avances técnicos encontraban traslación en un lenguaje arquitectónico absolutamente moderno, en el que quedaban sintetizados el funcionalismo, el organicismo y el expresionismo, tres corrientes que siempre estuvieron presentes en la carrera de Carvajal.

El autor se valió del hormigón encofrado para crear estructuras de fuerte plasticidad, inspiradas en la geología, con un profundo sentido escultórico. Tanto es así que muchas de ellas fueron diseñadas por escultores profesionales, como es el caso de José Luis Sánchez y José Luis Subirats.

Los albergues para animales se convertían en sugerentes mapas geológicos, donde los desfiladeros y las quebradas, las fallas y los estratos, las mesetas y las montañas, las cavernas y las grietas se reinterpretaban en forma de trazados cartesianos, volúmenes escalonados, líneas multidireccionales o plataformas de inspiración racionalista.

Esta reinvención de la naturaleza se hacía a partir de un tratamiento pétreo, directamente relacionado con el trabajo de los canteros. El hormigón, elevado a la categoría de material noble, se vestía de estrías, vetas y otras marcas típicas del citado oficio, al tiempo que se dividía en bloques, como si estuviera a punto de ser extraído de la cantera.

En otras ocasiones se adoptaban soluciones netamente organicistas, con una menor fuerza de lo pétreo, que, en la línea de otras creaciones de Javier Carvajal, buscaban una integración con los elementos de jardinería, por medio de cubiertas con plantaciones o cornisas voladas.

Si, en el terreno artístico, el tiempo ha situado al Zoo de Madrid como un brillante exponente de la arquitectura recreativa del siglo XX, no ha ocurrido lo mismo en lo que respecta a la idoneidad de sus instalaciones, consideradas por los expertos demasiado agresivas para los animales.

De ahí que se haya procedido a la remodelación de distintos albergues, con recreaciones que imitan miméticamente los hábitats de las especies. Así ha ocurrido con el recinto para osos pardos que José Luis Sánchez diseñó en 1971, al que se le ha superpuesto una nueva estructura de tipo naturalista.

En la fotografía superior, que hemos sacado del foro "Zoos del mundo", podemos ver las instalaciones tal y como fueron ideadas por Sánchez. Más abajo se aprecia su estado actual, con la cobertura que acabamos de señalar.

miércoles, 24 de enero de 2018

El héroe de Cascorro



En la Plaza de Cascorro se encuentra la estatua de Eloy Gonzalo nacido a finales de 1868 y murió en el Hospital de Matanzas (Cuba), el 18 de junio de 1897.

Siempre que paseaba por la madrileña plaza de Cascorro, me preguntaba qué demonios hacía ese tío sobre el pedestal de la estatua, y quién era ese tal Cascorro. Y hete aquí que Cascorro no era una persona ni el tío que andaba sobre el pedestal. Y que además era un héroe. El héroe que dicen de Cascorro, que es una localidad cubana, se llamaba Eloy Gonzalo, y había nacido en Madrid.

Vino al mundo a finales de 1868, en una España de miseria que estaba haciendo "La Gloriosa", la revolución que suspendió durante unos años la dinastía borbónica. El 1 de diciembre, su madre abandonó al recién nacido en la inclusa madrileña de la calle del Mesón de Paredes, que cuidaba niños abandonados. La pobre mujer, reconcomida en su miserable vida, dejó una nota rogando a las monjas que bautizasen al niño como Eloy Gonzalo García. El nombre de pila, posiblemente se debió al santo del día que vino a este mundo.

"Se llama Eloy Gonzalo García está sin bautizar y es hijo de Luisa García"

Eloy tuvo suerte en aquel momento y en breve fue adoptado por la familia de un guardia civil, compuesta por Francisco Díaz Reyes y Braulia Miguel de un pueblo cercano a Ávila, que cuidaron de él con cariño paternal. Habiendo perdido a sus padres adoptivos, aprendió algunos oficios. Finalmente se alistó en el ejército donde alcanzó el grado de cabo. Buscó su futuro en el Real Cuerpo de Carabineros e hizo planes para casarse con una joven que había conocido. Pero no todo iba a ser tan de color de rosa, ya que Eloy descubrió que su novia se la daba con un teniente. Eloy le amenazó con un arma; un Consejo de Guerra le condena el 25 de Abril de 1891 a 12 años y un día de prisión militar mayor por insubordinación, ingresando por ello en el Presidio Militar de Valladolid.

Por aquel entonces, la Guerra de Cuba contra los rebeldes isleños causaba una sangría en las filas del ejército español, tanto por la propia conflagración como por las enfermedades endémicas de la isla (paludismo, fiebre amarilla, disentería, que se lo digan a Don Santiago Ramón y Cajal, que sirvió en el ejército español por esas fechas). El Gobierno no encontró otro sistema de añadir efectivos a sus tropas en Cuba que promulgar una ley según la cual se indultaría a los prisioneros militares si se presentaban como voluntarios para el conflicto de ultramar. Eloy Gonzalo se acogió a la medida, no sabemos si por patriota (la historia dice que sí) o por huir de las degradantes condiciones del presidio.

Finalmente, nuestro protagonista recaló en Cuba en 1896, en el Regimiento de Infantería de María Cristina, nº 63, que debía atacar a los insurgentes en el pueblo de Cascorro, a 60 km de La Habana. Eran pocos hombres y se vieron acorralados por una fuerza muy superior de isleños. Ante la acometida de los mambises, los españoles tenían pocas opciones: rendirse o incendiar el fortín de madera desde donde disparaban, bien parapetados, los cubanos. Al final, el mando decidió la segunda opción y pidió voluntarios para llevar a cabo tan suicida misión. Se presentó Eloy, sin familia ni seres queridos ( "Soy inclusero y no dejo a nadie que me llore o me precise"), dispuesto a morir por España (bueno, eso dice la Historia). Puso una sola condición, que en caso de morir, quería ser enterrado por españoles, no por el enemigo. Por ello se ató una soga alrededor de su cuerpo, para que en caso de fallecimiento, tirasen de él para que no cayese en manos del enemigo su cadáver. El oficial al mando aceptó el acuerdo, y he aquí que Eloy se arrastró hacia la posición enemiga con la famosa soga, un bidón de gasolina y un rifle, la roció de líquido inflamable y prendió fuego. El fortín ardió como la yesca, pero el soldado no aparecía y cuando sus compañeros estaban a punto de tirar de la cuerda, apareció Eloy entre el humo y el fuego, sin ningún rasguño. Los soldados del regimiento español lograron salir de tan incómoda posición y ocupar otra más ventajosa y así aguantaron hasta que en pocos días, una columna de refuerzo logró relevarles.

La peligrosa acción que había llevado a cabo Eloy Gonzalo hizo que se le considerase en España como un héroe, lo que unido a sus humildes orígenes y las vicisitudes tan amargas que había pasado, le granjearon las simpatías del pueblo madrileño. Se le otorgó la Cruz al Mérito Militar. El Héroe de Cascorro continuó luchando en la isla, pero 9 meses después de la acción que le había ensalzado como soldado, murió en el Hospital de Matanzas (Cuba), víctima de una problema digestivo, posiblemente disentería, aunque también pudo morir por fiebres palúdicas. Su cadáver se repatrió a España y fue enterrado en el cementerio de La Almudena, en un monumento erigido en homenaje a los caídos en Cuba y Filipinas.

La estatua en honor al héroe de Cascorro fue inaugurada en 1901 por Alfonso XIII. El monumento alcanzó tal popularidad que modificó el nombre de la plaza donde se instaló, hasta entonces plaza de Nicolás Salmerón, puesto que los madrileños pasaron a llamarla inmediatamente Plaza de Cascorro, hecho que aconsejó al Ayuntamiento cambiar la denominación de la plaza al actual de Cascorro, oficialmente en 1913.

En la Edad Media, la actual plaza de Cascorro se llamó Plazuela del Matadero, coloquialmente conocida como plaza del Rastro, denominación que pudo deberse al rastro que dejaban los animales sacrificados en el citado matadero. El nombre de los artesanos que reciben algunas calles de la zona, como la Ribera de Curtidores, para demostrar tal acepción.

domingo, 21 de enero de 2018

El café del Callao



El del Callao fue uno de los cafés que la Gran Vía se llevó por delante durante su construcción. Ubicado en el número 62 de la entonces importante calle de Jacometrezo, haciendo esquina con el número 2 de la de Hita (que estuvo situada aproximadamente donde hoy se encuentra la calle de Miguel Moya), este café se abrió al público el 19 de septiembre de 1879 en la casa que se levantó sobre lo que antiguamente fue “La Fonda Española”, afamado establecimiento para dormir y comer a precio razonable así como lugar de encuentro entre negociantes.

El café del Callao era un local espacioso, de planta alargada, dotado de varios ambientes y con profusa iluminación de gas; muy elegante aunque decorado en su planta baja con cierta sencillez a base de columnas corintias, mesas redondas con mármol y sillas de madera torneada o con líneas curvas. Entre sus servicios contaba con salas de billar, una zona para músicos y otra para ropero de abrigos y paraguas. Tenía dos alturas y desde los balcones de su salón principal podía verse parte de la plaza del Callao, que en aquella época era más pequeña y recoleta que en la actualidad.

En noticias de los periódicos de la época puede leerse que en septiembre de 1885 dos individuos cenaron opíparamente en el café del Callao, tras lo cual salieron huyendo sin pagar la cuenta. Uno de ellos tropezó con un postigo, quedando postrado en el suelo con una herida en el ojo, pero el otro llegó hasta la acera en donde fue alcanzado por un camarero del local que le propinó sendos puñetazos. Los viandantes de la plaza del Callao, sin conocer los hechos, y viendo como el camarero agredía al hombre, la emprendieron a golpes contra él hasta que se aclaró lo sucedido.

Otro incidente destacado fue el intento de suicidio de Delfín Casas, de 23 años de edad, en el local del café. Se disparó un tiro “en la tetilla izquierda”, siendo trasladado en estado gravísimo a la Casa de Socorro del Centro. El joven manifestó, posteriormente, que sus motivos para tomar esta decisión habían sido “estar cansado de la vida”.

En octubre de 1899 este café distribuyó leche en malas condiciones provocando una masiva intoxicación entre los consumidores, lo que no supuso demasiada merma en la asistencia de los parroquianos.

Se trataba de un local céntrico y bien comunicado, lugar de encuentro para la celebración de banquetes de asociaciones como “El Elba” (Sociedad de socorros mutuos del gremio de la hostelería) o de reuniones de los opositores a Correos o a Telégrafos así como de “La Unión de Conductores de Automóviles de Madrid”, entre otros. Conciertos y tertulias también eran importantes en este café, siendo la más famosa de ellas la dirigida por el periodista Emilio Carrere, allá por el año 1907.

El 17 de septiembre de 1911 se anuncia en prensa que “El Gran café del Callao” ha reformado su decoración y la Banda Madrileña comenzará sus conciertos, siendo secundada por un sexteto que contaba con la prestigiosa pianista Gloria Pérez que tocaría en el piano de marca Pleyel del establecimiento. Estos conciertos se ofrecían todas las noches, así como los jueves y domingos por la tarde, interviniendo en algunos de ellos hasta 22 profesores.

A principios de 1914 el local cambia de dueño y una nueva empresa lo inaugura de nuevo el día 24 de febrero con grandes bailes en los que intervenía también “el bastonero”, para guardar las formas y poner orden; era un hombre que, dotado de un palo, vigilaba a las parejas designando el lugar que debían ocupar y el orden en que tenían que bailar.

Desde su primera inauguración hasta su cierre definitivo, anterior a 1919 año en que comienza a derribarse la casa de su ubicación para construir ese tramo de la Gran Vía, este café pasó por las manos de varios dueños que añadieron los nombres de “gran”, “nuevo” o “antiguo” a su designación inicial, que incluso modificaron pasando a llamarse “Café Reformista” alrededor de 1906.

Uno de los parroquianos más asiduo al café del Callao fue Joaquín Hevia, dueño del café de la Luna, que apareció muerto en su casa del número 30 de la calle de la Justa (hoy Libreros), lo que la prensa de la época recoge como “El crimen de la calle de la Justa”.

Hevia de 81 años, viudo por dos veces y rentista de profesión, era muy conocido por sus devaneos continuos con las prostitutas del barrio. Con el vivía su criada Claudia que, tras salir temprano para hacer la compra el día 16 de mayo de 1890, se encontró a su regreso con que su patrón yacía en la cama asfixiado y con signos de violencia. Las fuerzas del orden detuvieron a Claudia que, según los vecinos, discutía frecuentemente con el finado, a un hermano de ésta y a un amigo de ambos como cómplices del hecho.

Varios meses pasó Claudia en prisión como principal implicada en el delito, pero nunca se pudo probar que fuese cometido por ella llegando, incluso, a plantearse la posibilidad de que ni siquiera Joaquín Hevia hubiera sido asesinado sino que su fallecimiento fuese producido por su avanzada edad.

La parcela en que se ubicaba el Café del Callao corresponde hoy al mismo centro de la Gran Vía, frente a la plaza del Callao, por donde ahora transitan los coches y frente al edificio de viviendas para el conde de Godó, en el número 44, donde luego estuvo el café Fuyma y que hoy es un banco.

jueves, 18 de enero de 2018

Plaza de Manuel Becerra

La Plaza de Manuel Becerra es una plaza del distrito de Salamanca de Madrid. Confluyen en ella la calle de Alcalá, que la atraviesa, los antiguos paseos de Ronda de Francisco Silvela, por el norte, y del Doctor Esquerdo, al sur, y las calles de Don Ramón de la Cruz y del Doctor Gómez Ulla.1

Anteriormente conocida como plaza de la Alegría​ (y durante unos años plaza de Roma en un cambio a sugerencia del corresponsal de ABC en Roma Julián Cortés Cavanillas, luego revertido),​ desde 19051​ lleva el nombre del matemático y político decimonónico Manuel Becerra, muerto en Madrid en 1896.

También convergen en ella cuatro barrios de este distrito, Lista, Goya, Fuente del Berro y La Guindalera. Durante más de un siglo ha sido el punto de cita de los visitantes del Cementerio de la Almudena y el Cementerio Civil de Madrid, y de los aficionados a la fiesta de los toros por su vecindad con la Plaza de Las Ventas.

Escribía el cronista Pedro de Répide en los “años Veinte” que la actual plaza ocupaba un campo alto en el trayecto de la antigua carretera de Aragón bien dotado de ventorrillos,6​ antes de descender a la vaguada del arroyo Abroñigal, que luego cubriría la M-30. La investigadora Mercedes Gómez amplía esta información detallando que, siendo esta una de las tradicionales salidas de la Villa de Madrid, en el camino de Alcalá de Henares y Guadalajara, se encontraba en este punto el Fielato de consumos, encargado de cobrar las tasas municipales por tráfico de mercancías en esta salida de Madrid.

Del origen urbano de la glorieta se sabe que a un lado de la calle Alcalá estuvo la primitiva propiedad de Francisco Noguera (conocida como Quinta de los Leones o de Nogueras, paraje que según Répide llegó a ser tristemente famoso como lugar de encuentro para los desafíos.​ Y al otro lado de la que fuera carretera empezaban a levantarse los chalés de la Colonia Madrid Moderno, frente la Estación del Tranvía del Este,​ una de cuyas líneas unía este confín de las Ventas del Espíritu Santo con la céntrica plaza de Cibeles y el ramal de la antigua plaza de toros de Fuente del Berro.

En 1914 se instaló en la recién ajardinada glorieta ​ y dotándola de un nuevo pilón, la Fuente Castellana, también llamada del Obelisco, obra de Francisco Javier Mariategui,,​ promovida en 1833 por Fernando VII para celebrar el nacimiento de la princesa Isabel Luisa, luego Isabel II,6 y que durante tres cuartos del siglo xix estuvo en el paseo de la Castellana.

​La línea 2 del Metro de Madrid inauguró su estación bajo la plaza el 14 de junio de 1924. Años más tarde, en 1979, se enlazó también la línea 6.

En 1961, el ayuntamiento franquista cambió los rótulos y paso a llamarse plaza de Roma. En 1969, con motivo de las obras viarias para un paso subterráneo, la fuente del Obelisco se trasladó al parque de la Arganzuela, junto al río Manzanares. En esos años la ya fragmentada Quinta de los Leones se bautizó, en uno de sus tercios, Parque Eva Duarte y se abrió la calle dedicada al cirujano militar Doctor Gómez Ulla.

A un costado de la plaza, cercada por las instalaciones y servicios municipales del parque de Eva Perón (donde se conserva una de las cuatro fuentes de las Delicias del siglo xviii) está la remozada iglesia de Nuestra Señora de Covadonga, obra de Joaquín María Fernández y Menéndez-Valdés, iniciada el 26 de marzo de 1913 y finalizada por Diego de Orbe e inaugurada en junio de 1915. Fue reconstruida en 1952.​

Durante más de medio siglo estuvo presidiendo la plaza el Universal Cinema, construido en la década de 1940 y transformado en un macro gimnasio desde el final del siglo xx.

lunes, 15 de enero de 2018

Edificio Capitol (Gran Vía)



El Edificio Carrión (también conocido como Edificio Capitol) es uno de los más conocidos del tercer tramo de la Gran Vía madrileña. Está situado en la esquina de esta calle con la de Jacometrezo, en la plaza del Callao.​ Su perfil se ha venido empleando como icono de la calle en las celebraciones del centenario de la Gran Vía. El edificio fue ideado como un espacio multiuso, en el instante que se construyó el edificio contenía oficinas, cafeterías y el Cine Capitol.

A comienzos del siglo XXI el edificio acoge el cine, una tienda de ropa y un hotel. El estilo de su fachada corresponde a una arquitectura expresionista con claras influencias mendelsohnianas.

El edificio, de catorce plantas, fue proyectado por los arquitectos Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced y construido entre los años 1931 y 1933.​ Su promotor fue Enrique Carrión y Vecín, marqués de Melín que promovió un concurso arquitectónico restringido al que asistieron otros arquitectos experimentados como Pedro Muguruza (constructor en 1924 del vecino Palacio de la Prensa), Emilio Paramés, Luis Gutiérrez Soto. 

Se presentaron un total de seis proyectos, de los cuales salió ganador el presentado por la pareja de jóvenes arquitectos Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced. En la época en que se presentó el concurso convivían en la arquitectura madrileña diversas tendencias: el academicismo y clasicismo con el tradicionalismo moderado, el racionalismo, expresionismo y Art Decó y los proyectos presentados al concurso así lo demostraron. 

El solar de más de mil trescientos metros cuadrados correspondía a un espacio que hacía la convergentes entre las calles de Jacometrezo y la entonces llamada avenida de Eduardo Dato que correspondía al tercer tramo de la Gran Vía.

El solar hacía ver que la solución más adecuada era un planteamiento en forma de chaflán. Utiliza materiales como mármol y granito y la decoración y los muebles corrieron a cargo de la firma Rolaco-Mac (empresa en la que posteriormente trabajaría Luis Feduchi). 

Pero lo más destacado en su época fueron los adelantos tecnológicos que incorporaba, como el uso innovador de vigas de hormigón tipo Vierendeel, la utilización de telas ignífugas o el sistema de refrigeración, el primero centralizado de Madrid y que ocupaba toda una planta.​ 

El 21 de abril de 1931 se concedió la licencia para las obras y la Sala de Espectáculos del Cine Capitol se inauguró el 15 de octubre de 1933.​ En la prensa de la época se le tilda de edificio comercial.​ Se emplearon 30 meses para construir un edificio complejo y plurifuncional. 

La situación económica del país era delicada, tanto es así que durante su edificación era el único que se ejecutó en la capital. Por lo que se refiere a su ordenamiento inicial de espacios, el edificio está constituido por una sala de fiestas en el sótano, un café en la planta baja, en la que también se ubican los accesos al hotel y a la sala principal, un “salón de thé” en la entreplanta, y oficinas en las plantas cuarta, quinta y sexta, quedando reservadas para hotel las plantas sexta a séptima.

La edificación corrió a cargo de la constructora española Macazaga, estando a cargo de la construcción el arquitecto Luis Moya Blanco. Recibió el Premio Ayuntamiento de Madrid de 1933 y la Medalla de Segunda Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934. En el proyecto original albergaba 64 apartamentos, un hotel (el Capitol, en la actualidad del grupo Vincci), una cafetería, un bar, un restaurante, una fábrica de agua de Seltz y oficinas y salas de fiesta. 

En su planta inferior disponía de una sala de cine para casi 2000 espectadores, llamada cine Capitol, hoy dividida en varias salas más pequeñas. El primer propietario fue Enrique Carrión, marqués de Nelín. Durante la Guerra Civil Española y durante la defensa de Madrid su azotea fue empleada como observatorio avanzado.

En 2007, dirigida por el arquitecto Rafael de la Hoz, se terminó una total rehabilitación que eliminó todos los anuncios publicitarios de su fachada, conservándose sólo el de Schweppes y uno más moderno de la compañía de telefonía móvil Vodafone en la azotea.

El edificio se constituye en el icono reconocible de todo un siglo de arquitectura española. Comentado su parecido con el edificio Flatiron de Nueva York. El edificio logró ser el emblema del Madrid moderno y su imagen aerodinámica inspiró a otros arquitectos en capitales españolas. 

El anuncio luminoso de neón de la marca Schweppes situado en las plantas superiores es uno de los símbolos de la Gran Vía y de la ciudad y ha aparecido en numerosas películas españolas, una de las apariciones más famosas El día de la Bestia, dirigida por Álex de la Iglesia. En lo alto del edificio hay un cartel de Vodafone. En la parte baja están los Cines Capitol. Al lado de los Cines Capitol está el hotel Carrión.

El neón de la marca Schweppes, por la noche tiene un ciclo que empieza encendiéndose poco a poco la marca Schweppes de color azul y después de color amarillo. Cuando acaba esta parte se empiezan encender el neón de colores de derecha a izquierda y se apaga de izquierda a derecha dos veces los dos pasos. Más tarde, se enciende el neón de fuera hacia dentro y se apaga de dentro hacia fuera tres veces los dos pasos. Después color a color del neón van encendiéndose y apagándose (uno sí, otro no) 5 veces cada color. Y el ciclo acaba encendiéndose todo el neón y la marca Schweppes de color amarillo parpadea 3 veces y vuelve a empezar.