El del Callao fue uno de los cafés que la Gran Vía se llevó por delante durante su construcción. Ubicado en el número 62 de la entonces importante calle de Jacometrezo, haciendo esquina con el número 2 de la de Hita (que estuvo situada aproximadamente donde hoy se encuentra la calle de Miguel Moya), este café se abrió al público el 19 de septiembre de 1879 en la casa que se levantó sobre lo que antiguamente fue “La Fonda Española”, afamado establecimiento para dormir y comer a precio razonable así como lugar de encuentro entre negociantes.
El café del Callao era un local espacioso, de planta alargada, dotado de varios ambientes y con profusa iluminación de gas; muy elegante aunque decorado en su planta baja con cierta sencillez a base de columnas corintias, mesas redondas con mármol y sillas de madera torneada o con líneas curvas. Entre sus servicios contaba con salas de billar, una zona para músicos y otra para ropero de abrigos y paraguas. Tenía dos alturas y desde los balcones de su salón principal podía verse parte de la plaza del Callao, que en aquella época era más pequeña y recoleta que en la actualidad.
En noticias de los periódicos de la época puede leerse que en septiembre de 1885 dos individuos cenaron opíparamente en el café del Callao, tras lo cual salieron huyendo sin pagar la cuenta. Uno de ellos tropezó con un postigo, quedando postrado en el suelo con una herida en el ojo, pero el otro llegó hasta la acera en donde fue alcanzado por un camarero del local que le propinó sendos puñetazos. Los viandantes de la plaza del Callao, sin conocer los hechos, y viendo como el camarero agredía al hombre, la emprendieron a golpes contra él hasta que se aclaró lo sucedido.
Otro incidente destacado fue el intento de suicidio de Delfín Casas, de 23 años de edad, en el local del café. Se disparó un tiro “en la tetilla izquierda”, siendo trasladado en estado gravísimo a la Casa de Socorro del Centro. El joven manifestó, posteriormente, que sus motivos para tomar esta decisión habían sido “estar cansado de la vida”.
En octubre de 1899 este café distribuyó leche en malas condiciones provocando una masiva intoxicación entre los consumidores, lo que no supuso demasiada merma en la asistencia de los parroquianos.
Se trataba de un local céntrico y bien comunicado, lugar de encuentro para la celebración de banquetes de asociaciones como “El Elba” (Sociedad de socorros mutuos del gremio de la hostelería) o de reuniones de los opositores a Correos o a Telégrafos así como de “La Unión de Conductores de Automóviles de Madrid”, entre otros. Conciertos y tertulias también eran importantes en este café, siendo la más famosa de ellas la dirigida por el periodista Emilio Carrere, allá por el año 1907.
El 17 de septiembre de 1911 se anuncia en prensa que “El Gran café del Callao” ha reformado su decoración y la Banda Madrileña comenzará sus conciertos, siendo secundada por un sexteto que contaba con la prestigiosa pianista Gloria Pérez que tocaría en el piano de marca Pleyel del establecimiento. Estos conciertos se ofrecían todas las noches, así como los jueves y domingos por la tarde, interviniendo en algunos de ellos hasta 22 profesores.
A principios de 1914 el local cambia de dueño y una nueva empresa lo inaugura de nuevo el día 24 de febrero con grandes bailes en los que intervenía también “el bastonero”, para guardar las formas y poner orden; era un hombre que, dotado de un palo, vigilaba a las parejas designando el lugar que debían ocupar y el orden en que tenían que bailar.
Desde su primera inauguración hasta su cierre definitivo, anterior a 1919 año en que comienza a derribarse la casa de su ubicación para construir ese tramo de la Gran Vía, este café pasó por las manos de varios dueños que añadieron los nombres de “gran”, “nuevo” o “antiguo” a su designación inicial, que incluso modificaron pasando a llamarse “Café Reformista” alrededor de 1906.
Uno de los parroquianos más asiduo al café del Callao fue Joaquín Hevia, dueño del café de la Luna, que apareció muerto en su casa del número 30 de la calle de la Justa (hoy Libreros), lo que la prensa de la época recoge como “El crimen de la calle de la Justa”.
Hevia de 81 años, viudo por dos veces y rentista de profesión, era muy conocido por sus devaneos continuos con las prostitutas del barrio. Con el vivía su criada Claudia que, tras salir temprano para hacer la compra el día 16 de mayo de 1890, se encontró a su regreso con que su patrón yacía en la cama asfixiado y con signos de violencia. Las fuerzas del orden detuvieron a Claudia que, según los vecinos, discutía frecuentemente con el finado, a un hermano de ésta y a un amigo de ambos como cómplices del hecho.
Varios meses pasó Claudia en prisión como principal implicada en el delito, pero nunca se pudo probar que fuese cometido por ella llegando, incluso, a plantearse la posibilidad de que ni siquiera Joaquín Hevia hubiera sido asesinado sino que su fallecimiento fuese producido por su avanzada edad.
La parcela en que se ubicaba el Café del Callao corresponde hoy al mismo centro de la Gran Vía, frente a la plaza del Callao, por donde ahora transitan los coches y frente al edificio de viviendas para el conde de Godó, en el número 44, donde luego estuvo el café Fuyma y que hoy es un banco.
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