miércoles, 24 de enero de 2018

El héroe de Cascorro



En la Plaza de Cascorro se encuentra la estatua de Eloy Gonzalo nacido a finales de 1868 y murió en el Hospital de Matanzas (Cuba), el 18 de junio de 1897.

Siempre que paseaba por la madrileña plaza de Cascorro, me preguntaba qué demonios hacía ese tío sobre el pedestal de la estatua, y quién era ese tal Cascorro. Y hete aquí que Cascorro no era una persona ni el tío que andaba sobre el pedestal. Y que además era un héroe. El héroe que dicen de Cascorro, que es una localidad cubana, se llamaba Eloy Gonzalo, y había nacido en Madrid.

Vino al mundo a finales de 1868, en una España de miseria que estaba haciendo "La Gloriosa", la revolución que suspendió durante unos años la dinastía borbónica. El 1 de diciembre, su madre abandonó al recién nacido en la inclusa madrileña de la calle del Mesón de Paredes, que cuidaba niños abandonados. La pobre mujer, reconcomida en su miserable vida, dejó una nota rogando a las monjas que bautizasen al niño como Eloy Gonzalo García. El nombre de pila, posiblemente se debió al santo del día que vino a este mundo.

"Se llama Eloy Gonzalo García está sin bautizar y es hijo de Luisa García"

Eloy tuvo suerte en aquel momento y en breve fue adoptado por la familia de un guardia civil, compuesta por Francisco Díaz Reyes y Braulia Miguel de un pueblo cercano a Ávila, que cuidaron de él con cariño paternal. Habiendo perdido a sus padres adoptivos, aprendió algunos oficios. Finalmente se alistó en el ejército donde alcanzó el grado de cabo. Buscó su futuro en el Real Cuerpo de Carabineros e hizo planes para casarse con una joven que había conocido. Pero no todo iba a ser tan de color de rosa, ya que Eloy descubrió que su novia se la daba con un teniente. Eloy le amenazó con un arma; un Consejo de Guerra le condena el 25 de Abril de 1891 a 12 años y un día de prisión militar mayor por insubordinación, ingresando por ello en el Presidio Militar de Valladolid.

Por aquel entonces, la Guerra de Cuba contra los rebeldes isleños causaba una sangría en las filas del ejército español, tanto por la propia conflagración como por las enfermedades endémicas de la isla (paludismo, fiebre amarilla, disentería, que se lo digan a Don Santiago Ramón y Cajal, que sirvió en el ejército español por esas fechas). El Gobierno no encontró otro sistema de añadir efectivos a sus tropas en Cuba que promulgar una ley según la cual se indultaría a los prisioneros militares si se presentaban como voluntarios para el conflicto de ultramar. Eloy Gonzalo se acogió a la medida, no sabemos si por patriota (la historia dice que sí) o por huir de las degradantes condiciones del presidio.

Finalmente, nuestro protagonista recaló en Cuba en 1896, en el Regimiento de Infantería de María Cristina, nº 63, que debía atacar a los insurgentes en el pueblo de Cascorro, a 60 km de La Habana. Eran pocos hombres y se vieron acorralados por una fuerza muy superior de isleños. Ante la acometida de los mambises, los españoles tenían pocas opciones: rendirse o incendiar el fortín de madera desde donde disparaban, bien parapetados, los cubanos. Al final, el mando decidió la segunda opción y pidió voluntarios para llevar a cabo tan suicida misión. Se presentó Eloy, sin familia ni seres queridos ( "Soy inclusero y no dejo a nadie que me llore o me precise"), dispuesto a morir por España (bueno, eso dice la Historia). Puso una sola condición, que en caso de morir, quería ser enterrado por españoles, no por el enemigo. Por ello se ató una soga alrededor de su cuerpo, para que en caso de fallecimiento, tirasen de él para que no cayese en manos del enemigo su cadáver. El oficial al mando aceptó el acuerdo, y he aquí que Eloy se arrastró hacia la posición enemiga con la famosa soga, un bidón de gasolina y un rifle, la roció de líquido inflamable y prendió fuego. El fortín ardió como la yesca, pero el soldado no aparecía y cuando sus compañeros estaban a punto de tirar de la cuerda, apareció Eloy entre el humo y el fuego, sin ningún rasguño. Los soldados del regimiento español lograron salir de tan incómoda posición y ocupar otra más ventajosa y así aguantaron hasta que en pocos días, una columna de refuerzo logró relevarles.

La peligrosa acción que había llevado a cabo Eloy Gonzalo hizo que se le considerase en España como un héroe, lo que unido a sus humildes orígenes y las vicisitudes tan amargas que había pasado, le granjearon las simpatías del pueblo madrileño. Se le otorgó la Cruz al Mérito Militar. El Héroe de Cascorro continuó luchando en la isla, pero 9 meses después de la acción que le había ensalzado como soldado, murió en el Hospital de Matanzas (Cuba), víctima de una problema digestivo, posiblemente disentería, aunque también pudo morir por fiebres palúdicas. Su cadáver se repatrió a España y fue enterrado en el cementerio de La Almudena, en un monumento erigido en homenaje a los caídos en Cuba y Filipinas.

La estatua en honor al héroe de Cascorro fue inaugurada en 1901 por Alfonso XIII. El monumento alcanzó tal popularidad que modificó el nombre de la plaza donde se instaló, hasta entonces plaza de Nicolás Salmerón, puesto que los madrileños pasaron a llamarla inmediatamente Plaza de Cascorro, hecho que aconsejó al Ayuntamiento cambiar la denominación de la plaza al actual de Cascorro, oficialmente en 1913.

En la Edad Media, la actual plaza de Cascorro se llamó Plazuela del Matadero, coloquialmente conocida como plaza del Rastro, denominación que pudo deberse al rastro que dejaban los animales sacrificados en el citado matadero. El nombre de los artesanos que reciben algunas calles de la zona, como la Ribera de Curtidores, para demostrar tal acepción.

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