viernes, 12 de enero de 2018

Iglesia y el convento de San Plácido



La iglesia y el convento de San Plácido pasan desapercibidos dentro de la vida del barrio de Malasaña, en pleno centro de Madrid, pero sus paredes esconden una ajetreada historia que comenzó varios años antes de su construcción el 24 de septiembre de 1641.
Tras los muros de la iglesia de San Plácido se esconden numerosas historias y leyendas que otorgan a este edificio un aura de misterio y oscuridad. Su historia se remonta a 1619 cuando Jerónimo de Villanueva compró los terrenos en los que ya se ubicaba una pequeña iglesia a modo de regalo para Teresa Valle de la Cerda, mujer de la que estaba enamorado.

Teresa Valle de la Cerda, que era muy religiosa, decidió rechazar la oferta de matrimonio para ser la priora del convento de las Madres Benedictinas, al cual comenzaron a llegar las primeras monjas en 1624, cuando el recinto estaba formado por varias casas unidas.

El 24 de septiembre de 1641 se colocó la primera piedra de la iglesia de San Plácido –también llamada de la Encarnación Bendita– y del convento. La obra corrió a cargo de Fray Lorenzo de San Nicolás y duró 20 años. Siglos después, concretamente a comienzos del siglo XX, el Ayuntamiento aconsejó la demolición del edificio por su estado ruinoso, pero posteriormente se acabó reconstruyendo parte del convento buscando en todo momento la semejanza con la original.

En la actualidad, la iglesia de San Plácido se encuentra entre las calles del Pez, San Roque y Madera. Puede visitarse acercándose hasta allí y llamando a un pequeño telefonillo. Una monja del convento abrirá y guiará al visitante por el edificio.

Importantes piezas de arte

La ‘Anunciación’ de Claudio Coello en el altar mayor de la iglesia es el mayor tesoro que alberga San Plácido. Muchas de las pinturas que allí se encuentran se atribuyen a Francisco de Ricci y a otros pintores italianos.

En la capilla de la Inmaculada hay un Niño Jesús de Montañés y el importante ‘Cristo Yacente’ de Gregorio Hernández. Pero hubo un tiempo que el ‘Cristo Crucificado’ de Velázquez habitó entre los muros de la iglesia. Se dice que el rey Felipe IV lo mandó pintar para regalarlo al convento y el cuadro acabó siendo trasladado al Museo del Prado en 1829.

Demonios, sexo y engaños: las leyendas sobre San Plácido

Varias historias y leyendas ponen en el punto de mira al convento de San Plácido. Al poco de fundarse, comenzaron a escucharse rumores en la corte de que varias monjas habían sido poseídas por el demonio y que se las había visto tiradas en el suelo, con convulsiones y blasfemando a gritos.

De 30 monjas, 26 fueron “poseídas”, incluida la priora Teresa Valle de la Cerda. Se dice que estos endemoniamientos son fruto de las depresiones y desórdenes mentales que desarrollaban las monjas allí dentro. Las novicias entraban muy jóvenes, con 12 años la mayoría, y muchas de las monjas no sobrepasaban la edad de 16. Las condiciones de trabajo y los largos tiempos de ayuno y rezos continuados hacían que muchas de estas niñas cayeran en locura temporal.

A esto cabe añadir que el confesor de las monjas, Fray Francisco, abusó de muchas de ellas e intentó adentrarlas en la herejía iluminista, relacionada con el protestantismo y perseguida por la Inquisición.

La mayoría de las monjas fueron reubicadas en otros conventos mientras que Fray Francisco y Teresa Valle fueron condenados, él a reclusión perpetua en la cárcel secreta de la Santa Inquisición en Toledo y ella a cuatro años recluida en el convento de Santo Domingo de la capital manchega.

Otra leyenda trata sobre el enamoramiento de Felipe IV con una novicia, Margarita. La historia cuenta que el monarca y la joven se daban cita a escondidas, pero al ver las intenciones de Felipe, Margarita pidió ayuda a la priora para librarse de él. En una de las noches en las que se iban a encontrarse, Margarita se hizo la muerta en su celda, amortajada y metida dentro de un ataúd. El monarca, tras ver la escena, huyó despavorido.

Avergonzado por su comportamiento, Felipe IV mandó pintar el ‘Cristo Crucificado’ de Velázquez como regalo, pero al enterarse del engaño de la novicia, obligó a instalar un reloj en la iglesia que tocaba las campanas cada hora en forma de lamento. Tras morir Margarita, las campanas no volvieron a repicar nunca más.

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