En 1460, en tiempos de Enrique IV, vino a Madrid el embajador de Bretaña, el duque de Armenach, siendo agasajado con multitud de festejos, entre los que destacó un torneo de justas o paso honroso celebrado en las cercanías de la Florida. Quedó tan contento el rey del resultado de la fiesta caballeresca, que quiso perpetuar su recuerdo, y para ello ordenó que se erigiese en aquel paraje un monasterio, que sería ocupado por monjes jerónimos.
Poco después, en 1503, ante las malas condiciones de salubridad del cenobio, edificado junto al río Manzanares, consiguieron los monjes que los Reyes Católicos lo trasladaran a los altos del Prado, hoy en la actual calle de Ruiz de Alarcón y junto al Museo del Prado. Se construyó como el anterior en un estilo gótico tardío, con posible traza de Enrique Egas.
El apoyo que por parte de los reyes disfrutó desde el principio el monasterio de San Jerónimo el Real, vulgarmente conocido como "Los Jerónimos", alcanzó incluso a que Felipe II mandase levantar, adosado a la parte oriental de la iglesia, un cuarto o aposento de retiro para sus oraciones. Más tarde, esta estancia habría de ser origen y dar nombre al palacio del Buen Retiro , que para Felipe IV mandara edificar su valido el conde-duque de Olivares. Quedó así el monasterio unido a la residencia palaciega, celebrándose en su iglesia bodas, bautizos y funerales de la realeza, y también las proclamaciones del príncipe heredero, carácter que aún mantiene.
Famosa era la opulencia y riqueza de este monasterio. Se decía maliciosa y exageradamente que allí, de cada carnero hacían dos albondigillas y daban tres de ración a cada fraile.
Los Jerónimos y el palacio del Buen Retiro fueron ocupados por los franceses en 1808, que lo transformaron todo en cuartel de Artillería. En la misma iglesia sufrieron prisión muchos de los desgraciados que en la noche del 2 al 3 de mayo de ese año fueron fusilados en el Prado. Los estragos a causa de la guerra fueron tremendos: del palacio quedó en pie únicamente el llamado "Salón del Reino" y el "Salón de Baile" (Casón del Buen Retiro). Del monasterio sólo se salvaron, aunque muy erosionados, los muros y cubierta de la iglesia, perdiéndose sus imágenes, capillas, enterramientos, ornamentación y retablos, incluido el del presbiterio, que había sido construido en Flandes por encargo de Felipe II.
Volvieron los monjes jerónimos después de la guerra y procuraron arreglar mínimamente el desastre que encontraron; pero pasados unos años, tuvieron que abandonarlo cuando, después de la terrible matanza de frailes del 1 de julio de 1834, llegó la época de la desamortización. En ese momento fue convertido en parque de Artillería y, posteriormente, en hospital para inválidos y enfermos de cólera. Y sólo el interés por parte de don Francisco de Asís Borbón, esposo de la reina Isabel II, impidió que la iglesia de los Jerónimos fuera totalmente destruida, promoviendo su restauración en 1848.
Narciso Pascual Colomer, encargado de las obras, reinventó el templo, añadiendo las dos torres de la cabecera, numerosos pináculos y la portada, en la que se pusieron esculturas de Ponciano Ponzano. Todo se hizo prácticamente nuevo, a excepción de las grandes y hermosas bóvedas con sus ricas nervaduras góticas.
Las reformas fueron proseguidas entre 1879 y 1883, antes de ser declarado el templo sede de una nueva parroquia al servicio de aquella zona, por Enrique Repullés y Vargas, que suprimió revocos exteriores, añadió tribunas en las capillas y llenó todo con imágenes y cuadros traídos de conventos e iglesias desaparecidas.
La escalinata que baja a la calle de Ruiz de Alarcón se construyó en 1905, con motivo de la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg.
Durante la guerra civil de 1936, se salvó de asaltos, pero sí tuvo graves desperfectos, siendo restaurada por Francisco Iñiguez. Su última rehabilitación a fondo concluyó en 1993, necesaria por el deterioro que sufría.
El templo, constituido por una gran nave, crucero, ábside poligonal, cinco capillas a cada lado y coro alto a los pies, aloja numerosas piezas artísticas , algunas de verdadero mérito.
Podemos destacar, entre las imágenes: una réplica antigua (s. XVII) del famoso Cristo de los Dolores de Serradilla (Cáceres); una Dolorosa, de vestir, de Jerónimo Suñol (s. XIX), copia de la desaparecida de Becerra: una Inmaculada (s. XVII) muy en el tipo de las del vallisoletano Gregorio Fernández, y el Cristo de la Buena Muerte, de Juan Pascual de Mena (s. XVIII), obra maestra de nuestra imaginería, que procede de la antigua y desaparecida iglesia de Santa Cruz. Entre los cuadros: dos de Vicente Carducho (s. XVII), San Ramón Nonato y San Pedro Armengol, provenientes de convento de Santa Bárbara; otro, de Lucas Jordán (s. XVII), con la Virgen del Rosario, y un óleo de Juan Bautista Mayno (s. XVII), con La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles.
En el exterior, a la derecha de la iglesia, el arquitecto Rafael Moneo edificó el complejo de ampliación del Museo del Prado, obra muy polémica por su dudosa eficacia y estética, además de ocasionar la desaparición de los restos del antiguo claustro del convento.
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