martes, 21 de enero de 2014

LEYENDA DE LA CALLE DE ARGANZUELA


En tiempos de los Reyes Católicos, a finales del siglo XV, cuenta la leyenda que por los alrededores de aquel Madrid de entonces, cerca del camino hacia Toledo, vivía un artesano alfarero, el Tío Daganzo, así conocido por ser natural de ese pueblo de la comarca de Alcalá de Henares. Y el tal alfarero, habiendo quedado viudo y tener mucha prole que criar, casó nuevamente con otra mujer, que no fue precisamente la buena madre deseada, sobre todo de la más pequeña, Sanchica.


Dicen que la pobre Sanchica, muy menudita ella, muy poquita cosa, eternamente pachucha, era obligada a recoger los cacharros más pesados del alfar y a realizar las tareas más duras, cual Cenicienta. Y no había día que no aguantara regañinas, castigos y también palizas: por una orza rota, por un lebrillo hecho añicos..., pero casi siempre por tardar siglos en regresar con el cántaro de agua del cercano río, cuando apenas si podía ella con sus propios zapatos.


En cierta ocasión pasa por allí la reina Isabel, siente sed y pide un poco de agua a Sanchica, que se la ofrece en el mejor botijo. Pero los ojos llorosos de la niña y sus muchos moratones y heridas conmueven y alarman a la reina, que pregunta... Luego indaga. Se entera. Inmediatamente ordena a uno de sus pajes que llene por completo el botijo y lo vierta mientras camine, y que la operación se repita tres veces. El terreno mojado con el fino chorro de agua será el regalo que Isabel hará a la pequeña. Así compensará en algo todas sus desgracias.


Pasado un tiempo, la calle que por aquella zona se abrió llevaría el nombre de Daganzuela —la hija del Tío Daganzo—, nombre que con los años se iría dulcificando y pasaría a ser Arganzuela. Es una de las últimas del Rastro, y va desde la calle de Toledo al Campillo del Mundo Nuevo


Ubicación de la calle de la Arganzuela El imprescindible don Pedro de Répide, maestro de cuantos aspiran a ser cronistas de la Villa, en su libro Las calles de Madrid nos cuenta la historia de otra manera. Para él, el Tío Daganzo era un rico labrador, y la Daganzuela, su hija, una real moza, famosa en todo Madrid por ello: por su donaire, simpatía, garbo, tronío rumbo, salero y trapío, cualidades por las que tenía embelesados a muchos de sus convecinos, que pasaban, según fueran o no agraciados con los favores de la joven, de la euforia a la súbita melancolía, aquejados del mal de amores.


También afirma Répide que la Daganzuela disfrutó de la amistad de la Reina Católica, y que ese fue el motivo del regalo de la soberana. Añade, sin embargo, que toda esta presumible leyenda bien pudiera ser un invento de don Antonio Capmany, un cronista del siglo XIX muy dado a las fantasías. Sea lo que fuere, aquí están estas historias que relacionan a la Villa con la gran reina castellana.



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