domingo, 19 de enero de 2014

EL PARDO

La primera noticia que se tiene de los montes de El Pardo es de 1312, en tiempos de Alfonso XI, citándose como una propiedad de Johan Roiz Sasomon e indicándose que antes había pertenecido a Elvira Fernández. La segunda, de 1350, también con el mismo rey; menciona que éste, tras acotar la dehesa de Tejada allí existente, mandó escribir un libro de montería, en el cual se lee que El Pardo "es buen monte de puerco en invierno et en tiempo de panes" y que en su espesura se encontraban osos. Pero El Pardo entró verdaderamente en la historia en 1399, cuando fue regalado a Enrique III por el concejo de Madrid, muy agradecido del afecto que el joven monarca sentía por nuestra villa. Poco después, en 1405, Enrique III construye en el monte una pequeña residencia real con pabellón de caza, iniciándose así la vinculación de este lugar con la Corona.


Perfeccionada esta residencia por Enrique IV, El Pardo fue escenario de grandes fiestas cortesanas, entre las que destacó la dada en honor del embajador de Bretaña, el duque de Armenach, y que ha pasado a la posterioridad porque dio lugar a la fundación del monasterio de San Jerónimo el Real y, también, a la maledicencia pública de atribuir la paternidad de la princesa doña Juana, apodada por este motivo La Beltraneja, no al rey y sí a su favorito don Beltrán de la Cueva.


Los Reyes Católicos no prestaron demasiada atención a El Pardo; pero sí Carlos I, que habiendo cazado allí repetidas veces, en 1543 ordenó la demolición de la antigua casa y en su lugar la edificación de un palacio.


Se ha dicho que este inmenso coto de caza, unas 15.500 hectáreas de bosque (encinas, chaparros, robledales, enebros, chopos, olmos, álamos, fresnos), con abundancia de perdices, palomas, liebres, conejos, gamos, venados, jabalíes, lobos, zorros y antiguamente osos, fue el elemento decisorio para que Felipe II, enamorado de la caza, instalara la Corte en Madrid en 1561.


En 1604, en tiempos de Felipe III, cuando precisamente la Corte se había trasladado a Valladolid, el palacio de El Pardo sufrió un voraz incendio que casi termina con todo en cenizas. La tarea de reconstrucción fue encargada al gran arquitecto Francisco de Mora, continuada después por su sobrino Juan Gómez de Mora, que conservaron sólo la zona oeste del antiguo palacio y la llamada puerta de Carlos V.


De esta misma época fue la fundación, en 1613, del convento de Ntra. Sra. de los Ángeles de Padres Capuchinos, más conocido como el del Cristo del Pardo.


En 1738, reinando Felipe V, el primer Borbón, el arquitecto francés Francisco Carier levantó la iglesia, unida al palacio, cuya torre es posterior, de tiempos de Fernando VII, según proyecto de Isidro González Velázquez.


En 1751, Fernando VI, para impedir la entrada en el monte de cazadores furtivos y leñadores, mandó construir una tapia que lo cerrase de 2,50 metros de alto y 0,80 de ancho, y con una longitud de casi 100 kilómetros. Se encargó de las obras el ingeniero Francisco Nangle, que también levantó la principal de las puertas de acceso, la famosa Puerta de Hierro, en colaboración en este caso con el arquitecto Francisco de Moradillo, el escultor Domingo Olivieri y el cerrajero Francisco Barranco.


Esta vieja y emblemática puerta, que quedó durante muchos años aislada en el Km. 6 de la carretera de A Coruña, debido a las modificaciones de entradas y salidas de la capital, ha sido trasladada 200 metros, a una isleta en el margen derecho de la carretera de Villalba (N-VI).


La última reforma importante del palacio de El Pardo fue en 1772, cuando Carlos III encargó su ampliación a Sabatini. Después, ha tenido diversas restauraciones y transformaciones para adecuarlo al nivel de los tiempos.


Desde 1845 y hasta la guerra civil de 1936, El Pardo fue lugar de romería sonada cada 13 de noviembre, festividad de San Eugenio.


"Un día de San Eugenio, yendo hacia El Pardo le conocí..." cantaba una tonadillera. Un escritor de la época, aludiendo a la romería y a lo típico de ella, el recoger el fruto de las encinas, decía: "Todo el mundo se alborota y acude a la bellota". Y el refranero metereológico recomendaba: "Abrígate mi niña pa san Eugenio, que El Pardo y la bellota traen el invierno".



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