lunes, 2 de octubre de 2017

El cementerio maldito del Museo Reina Sofía



Ataúlfo, el fantasma del Reina Sofía, y otros fenómenos paranormales Edificado sobre un antiguo sanatorio, con cientos de personas sepultadas en el subsuelo, leyendas y supuestas apariciones persiguen la vida del centro cultural. Un grupo investigador realizó un informe para desentrañar el misterio.

Se cumplen 30 años desde que el antiguo Hospital de Caridad de Madrid reabriera sus puertas transformado en Centro de Arte Moderno Reina Sofía, anticipo de lo que sería el actual museo nacional. Un pasado denso en vivencias y sufrimiento que parecen seguir impregnando los viejos muros de tan mastodóntico edificio. Trabajadores, sobre todo, y visitantes hablan de sensaciones extrañas, fenómenos paranormales, imágenes de épocas pasadas… Parece que el tiempo se ha detenido en dicho lugar, pese a las sucesivas obras de reforma y transformación que ha experimentado.

Este espacio está marcado por los supuestos sucesos sobrenaturales que han tenido lugar a lo largo de los años. También por el dolor y la tragedia. Es como si la maldición de este edificio abarcara los casi cuatro siglos y medio de su apretada historia. Se alza amenazante sobre un cementerio pródigo en enterramientos, sobre todo de indigentes, niños abandonados, presos ejecutados, dementes y soldados caídos en combate. Ubicado frente a la estación de Atocha, es un claro ejemplo del Madrid más oscuro y tenebroso.

El edificio primigenio se empezó a construir en la segunda mitad del siglo XVI por iniciativa del rey Felipe II. Deseaba centralizar en este lugar todos los sanatorios dispersos en la Corte. Precisamente en dicha zona ya existía un albergue-sanatorio donde se enterraba a los más pobres.

Dementes y niños abandonados

Durante su azarosa existencia fue un centro asistencial donde se conjugaban la sanidad, el estudio de la medicina —se realizaron miles de autopsias— y la caridad. También un núcleo de reclusión de dementes y niños abandonados. Durante la Guerra Civil se convirtió en hospital de sangre y en prisión. Sus lóbregos muros fueron escenarios de torturas y ejecuciones. Los cadáveres se amontonaban por cientos en los pasillos.

Tras la contienda civil se reabrió como Hospital General de Madrid, hasta quedar cerrado en 1965. Después de tan ajetreada existencia la calma invadió habitaciones y subterráneos. Lo único que se oía era el maullar de miles de gatos que buscaron refugio entre sus sombras.

En 1980 se emprendió la restauración, siendo reabierto seis años después como centro de arte. Posteriormente, se desarrollaron nuevas obras de reforma y ampliación para inaugurarlo en 1990 como museo nacional.

En cuanto se metió la piqueta empezaron a salir a la superficie abundantes huesos humanos, especialmente debajo del jardín y otras zonas próximas. El antiguo sanatorio, con gran capacidad para cientos de personas, fue escenario de la muerte de una cantidad ingente de enfermos que eran sepultados allí mismo. Era en la época de peste y otras epidemias. Había osarios por todas partes. También se encontraron cadenas, grilletes y material sanitario, entre otras cosas.

Los obreros de la construcción sintieron —o creyeron ver— presencias extrañas acompañadas de ruidos misteriosos. Después ocurrió parecido con trabajadores y visitantes del centro. Sobre todo, los vigilantes que realizaban frecuentes rondas nocturnas por los sótanos. Un cúmulo de fenómenos paranormales. Voces lastimeras en las bóvedas donde antaño estuvo situado el manicomio, extraños pasos en los corredores desiertos, golpes secos tras las paredes… Incluso figuras errantes vagando por los pasillos que fueron captadas por las cámaras de seguridad.

El funcionamiento eléctrico empezó a verse afectado. Alarmas que saltaban sin motivo, ascensores que se ponían en marcha pese a estar desconectados, puertas cerradas que se abrían solas y otras inexplicables anomalías. A todo ello se sumó el testimonio de funcionarios, personal laboral, contratados y demás operarios que oían impactos y hasta algún gemido tras las estanterías de la biblioteca, oficinas, cuartos de baño… Incluso, proveedores y visitantes. Cundió el temor.

Las supuestas apariciones causaron gran conmoción. Por los pasillos creyeron ver en diversas ocasiones a tres monjas, con el hábito de las Hermanas de la Caridad, andando lentamente a modo de procesión. Llevaban los brazos cruzados hacia los hombros, toca blanca de grandes dimensiones y rosario de cuentas gruesas junto a la cintura. El tintineo de éstas acompañaba sus cánticos religiosos. Al llegar al final del pasillo desaparecían, a modo de fundido en la piedra, entre un ligero sonar de campanillas.

Las empleadas de la limpieza observaron a primera hora de la mañana, cuando fregaban las grandes cristaleras que dan al patio central, la figura de un anciano con aspecto mesiánico sentado en uno de los bancos. Con su larga melena y poblada barba blanca parecía una especie de Moisés viendo pasar el tiempo.

Aunque se argumentó que podía tratarse de un mendigo que se refugiaba durante las noches en el interior del museo, resultaba imposible del todo. Las grandes medidas de seguridad del mismo y el hecho de que en pleno invierno apareciera descansando al aire libre echaban por tierra cualquier subterfugio al respecto.

Antaño, sus sótanos estaban conectados con el edificio próximo en el que se encuentra el Conservatorio Superior de Música. Pasillos y escaleras fueron tapiados tiempo atrás. También en dicho centro se han producido fenómenos paranormales. Empleados y alumnos afirman haber visto a un caballero, ataviado a la antigua usanza, con capa y embozo. Incluso algunos conserjes fueron testigos de lavadoras que se ponían en marcha solas a mitad de la noche, así como microondas y televisiones que entraban en funcionamiento solas en cualquier momento.

ATAÚLFO, EL FANTASMA DEL MUSEO

Dicen las leyes no escritas que para que en una casa encantada sucedan fenómenos paranormales deben haber ocurrido hechos sangrientos o de extremo sufrimiento. Y, por supuesto, contar con un fantasma oficial.

Según me consta, una tranquila noche cuatro vigilantes del museo se animaron a descubrirlo. Una ouija podía ser el medio ideal para que se manifestara. Y el sótano, el escenario perfecto. El tablero tan solo iluminado por una tenue luz y un ambiente impregnado de olor a humedad y yeso. Colocaron la punta de sus dedos sobre el vaso, situado boca abajo. El más decidido, a media voz, hizo la pregunta de rigor.

—¿Hay alguien ahí?

Silencio absoluto. Se miraron entre ellos. Otro de los presentes insistió.

—¿Hay alguien entre nosotros?

El pequeño recipiente empezó a moverse. Al principio con lentitud. Se dirigió al “sí”.

—¿Quién eres? ¿Dónde estás?—, inquirió un tercero con voz trémula.

El vaso empezó a deslizarse con rapidez. Se dirigió a la letra A, después a la T, de nuevo a la A. La atmósfera se estaba cargando por momentos. El recipiente de cristal seguía constante su curso.

—Mi nombre es Ata y soy un paciente del hospital. Soy un loco peligroso y un asesino.

Conmoción, asombro, sobrecogimiento, estupefacción. Faltaba el susto, que se produjo de inmediato. Dos secos golpes en la pared hicieron que los cuatro trabajadores se levantaran raudos abandonando la estancia. Parecía que el extraño visitante acababa de manifestarse. Al poco, una vez repuestos del susto, volvieron al lugar. El jefe del grupo de vigilantes, excelente profesional y caracterizado por su sentido del humor, decidió rebajar la tensión existente.

—Ata… Ataúlfo. Es Ataúlfo.

De este modo quedó bautizado el espíritu que acaba de presentarse oficialmente. Un nombre parejo ya a la historia del museo.

Más animados, intentaron de nuevo comunicarse con dicho espíritu. No tuvieron que esperar.

—Dentro de unos días vas a tener una gran desgracia, prepárate.

Los cuatro vigilantes se miraron entre ellos sorprendidos. No sabían a quién se refería. Decidieron poner fin al juego. Pocos días después moría en accidente de tráfico un familiar muy próximo de unos de los allí presentes.

Con el paso del tiempo los fenómenos paranormales fueron en aumento, así como la psicosis colectiva. En especial entre los trabajadores, cada vez más inquietos. Llegaron quejas de algunos vigilantes a la prensa informando de la difícil situación en que desarrollaban su labor nocturna y el temor a hacerlo público por miedo a represalias laborales. No les faltaba razón.

Una de ellas, Raquel Arrogante Díaz, decidió cortar por lo sano, denunciando ante los organismos oficiales las anomalías que sucedían en dicho centro. Durante 17 meses había estado en el control de accesos a los ascensores de cristal. Posteriormente, junto al famoso cuadro Guernica. A causa de las extrañas sensaciones que percibía en su entorno empezó a sufrir ansiedad, estrés, angustia, mareos, jaquecas. También comenzó a escuchar una voz interior. Incluso llegaba a hablar con voz de niña pequeña, como si no fuese ella sino otra persona la que se manifestaba a través de su cuerpo.

Le fue denegado el traslado a un nuevo destino. Prefirió irse al paro, pero antes presentó un detallado informe en el Servicio Central de Seguridad Privada de la Dirección General de la Policía Nacional. También denunció ante la Comunidad de Madrid la extraña situación que se vivía en el citado edificio.

Otro vigilante, que pidió la baja "por culpa de los espíritus, que le causaban nerviosismo, sudores y mareos", presentó una denuncia solicitando que acabasen con "las molestias y perturbaciones que provoca Ataúlfo". "Varios compañeros vieron cosas raras y oyeron voces del más allá", añadía. La Consejería de Medio Ambiente resolvió finalmente que "carecía de competencias sobre fenómenos paranormales".

Un fotógrafo, al que se autorizó a utilizar su cámara frente al Guernica, con la sala totalmente vacía, se llevó una tremenda impresión al revelar el carrete. En una de las imágenes se veía la inmortal obra de Picasso y justo delante la figura de un hombre de pie. Allí solo estuvieron él y, a unos metros de distancia, el vigilante que le acompañaba. A raíz de ello José Pastor, conocido reportero gráfico, tomó unas imágenes in situ de la obra de Picasso con destino al semanario El Caso. Volvió a repetirse dicho fenómeno.

UN INFORME SECRETO SALE A LA LUZ

La directora del museo, María Corral, para aclarar una situación que empezaba a resultar molesta, solicitó la intervención del grupo Hepta, dedicado a la investigación de fenómenos paranormales. A principios de 1992, con el conocido sacerdote José María Pilón a la cabeza, el equipo investigador multidisciplinar recorrió pasillos subterráneos, criptas y muros tratando de desentrañar el misterio. Allí estuvieron el arquitecto Jaime de Alvear, los físicos Lorenzo Plaza y José Luis Ramos, la periodista Sol Blanco Soler, la sensitiva Paloma Navarrete y la cámara Piedra Cavero.

Realizaron mediciones de campos electromagnéticos en busca de cualquier anomalía, análisis radiestésicos, barridos fotográficos... En las instantáneas captaron globos de luz de una tonalidad verdosa.

La zona del sótano fue el lugar de mayor fenomenología, ya que era donde antaño estaba ubicada la capilla y se realizaban los enterramientos. Así se fue formando un cementerio que envuelve la zona de una densa energía, para algunos negativa, y que dicen afectarles a su trabajo.

Prosiguiendo con las investigaciones detectaron que, tras una pared del almacén de pinturas, había cuerpos enterrados en unos nichos. El jefe de seguridad, Fernando Hernández, tiró de pico e hizo un orificio a través del cual se pudo comprobar que, en efecto, había unas lápidas con los nombres de Gonzalo Peña Carrillo, capellán del rey y de su orden de Santiago y también prior de Unclés; Bernardino de Obregón, fundador de los Hospitales de Convalecientes y de la Corte, así como de la Humilde Congregación de los Siervos de los Pobres; y María Antonia Barrera Soto Mayor, benefactora de obras sociales.

Con anterioridad ya se habían descubierto los cadáveres momificados de tres monjas enterradas bajo la capilla. La fría temperatura del lugar había permitido que los cuerpos se mantuvieran en buen estado.

Sucedió que, en plena investigación, uno de los ascensores se puso en marcha pese a estar apagado y bloqueado el suministro de energía eléctrica. Así lo comprobaron los físicos de Hepta en la sala de máquinas. Lo elevadores se mantenían desconectados pero de improviso comenzaban a funcionar.

La intriga era general. El secretismo impuesto por la dirección del centro hizo que ninguna de tales averiguaciones se hicieran públicas. Como los fenómenos parecían seguir produciéndose y el malestar entre los trabajadores se iba incrementando, el nuevo responsable del museo, José Guirao, propuso al grupo Hepta que hiciera un segundo estudio in situ. Acudieron los mismos componentes de la vez anterior.

1 de marzo de 1995. Doce de la noche. Sala de la bóveda. Sobre el suelo un tablero de ouija. Máxima expectación. Esperaban que se manifestara ATA.

Minutos de expectación. Según sé, se le anticipó una mujer, de nombre Malú. Comunicó que era judía y habitaba en dicho lugar desde 1594. Afirmó que "solo quería dar gloria a Dios".

Después se manifestó otro espíritu, Aldonza de los Ángeles. Dijo haber sido priora de la comunidad religiosa del hospital en 1750. No descansaba en paz porque buscaba a una joven huérfana llamada Blanca, que estuvo bajo su tutela en dicho centro de los 15 a los 19 años. Se había fugado con un hombre sin dejar rastro.

A la tercera fue la vencida. Ata se presentó con la misma frase que tres años antes cuando se comunicó con los vigilantes. Describió con toda clase de detalles su vida criminal. Lo habían encerrado allí tras haber cometido cinco asesinatos. Ignoraba en qué año había vivido, tan solo que su rey se llamaba Carlos. Añadió que no era feliz, pero renunciaba a cualquier ayuda.

Finalmente compareció Livinio, un médico especialista en pulmón y corazón que trabajó en dicho centro durante la Guerra Civil. Concretamente, en 1938. Ayudó a los enfermos y acabó falleciendo allí mismo, posiblemente por algún contagio. Informó de que el edificio estaba concurrido por entidades que, como él, se encuentran atrapadas en nuestro plano dimensional desde 1585, año en que se abrió el albergue de caridad. Un almario donde moran los espíritus. También aclaró un dato que no se conocía con exactitud: dicho hospital había sido construido en los diez años anteriores a la mencionada fecha de apertura. Estudios posteriores corroboraron la fecha que había aportado.

Al igual que la vez anterior, el director del museo solicitó a los investigadores máxima confidencialidad sobre el trabajo realizado. A la par, encargó a uno de sus hombres de confianza en el centro que el "Informe Ata" fuera archivado para que permaneciera secreto. Pero apenas transcurrido un mes se hacía público.

Monumental enfado de José Guirao con el grupo Hepta, pensando que alguno de sus integrantes lo había filtrado a la prensa. La realidad es que la traición partió de su círculo de colaboradores.

El misterio que se venía tratando de ocultar desde tiempo atrás al fin vio la luz. Escándalo mayúsculo. Numerosos madrileños acudieron al Museo Nacional Reina Sofía preguntando por el fantasma. Nacía definitivamente la leyenda de Ataúlfo.

Los fenómenos paranormales que se producían en dicho lugar no constituían novedad para los estudiosos del tema. Ilustración Española y Americana, importante revista de finales del siglo XIX, publicaba por entonces que "los enfermos se asoman por las ventanas del hospital cuando atardece para tomar el aire, y descubren sus rostros amarillentos, algunos casi moribundos. Rostros empalidecidos por la enfermedad o quién sabe si por el sufrimiento de pernoctar en un edificio donde suelen ocurrir cosas extrañas nunca explicables, apariciones y ruidos fantasmales. Es la queja de los propios enfermos". Leyendas, historias reales, mezcla un poco de todo en el imaginario popular. El paso del tiempo ha ido incrementando la aureola misteriosa que le rodea.

EL CAMPO MAGNÉTICO

Por el contrario se pueden argumentar razonamientos físicos que pueden influir en dicha fenomenología. Sucede que por debajo del museo discurre un río, el mismo que protege la caja fuerte del Banco de España, y quizá ello afecte al cuadro motriz de los mandos eléctricos. Algo que podría poner en movimiento ascensores y otros mecanismos similares. También existe un campo magnético anormalmente alto en una zona que recorre el edificio en la orientación oeste-este.

En cuanto a los extraños ruidos que a veces se oyen, sucedió que 48 horas antes de que el museo fuera inaugurado, las obras no habían concluido. Faltaba tiempo para rematar varias de ellas. Inquirido al respecto el director en una rueda de prensa, Tomás Llorens afirmó que todo estaría a punto para el acto oficial. Y, en tan solo dos días, aquello se terminó deprisa y corriendo. Algunas partes del edificio, de modo provisional. Y, como suele ocurrir a menudo, se dejó estar, transcurrió el tiempo y se convirtió en definitivo.

Así determinadas paredes fueron tapadas rápidamente con pladur, como si se tratara del escenario de un rodaje de películas. Detrás quedaron ventanas y corrientes de aire que, a veces, hacen que aquellas se muevan y produzcan golpes. Las conclusiones del "Informe Ata" dejaban abierto el caso a nuevas investigaciones sobre tal fenomenología. Pero desde la dirección del museo se prosiguió en la habitual línea de secretismo al respecto.

En el gabinete de comunicación teníamos absolutamente prohibido conceder ninguna autorización a la prensa para que pudiera acceder a los sótanos del edificio, escenario de dicha fenomenología. Nada de grabaciones, ni fotografías, pese a tratarse de un organismo oficial, no de una empresa privada. Un centro que se mantiene gracias a la aportación de todos los ciudadanos pero que, en mi opinión, funciona en plan cortijo.

Se mantiene el silencio oficial a todos los niveles. El personal del centro no puede comentar los supuestos fenómenos que allí se producen. Impera amenazante la ley del mutismo. Según sus dirigentes, tales hechos perjudican la imagen del museo porque van en contra de la imagen de progresía y modernidad que pretenden ofrecer. Opinan que su difusión contribuiría a retornar al oscuro pasado. Intenciones que se contradicen a menudo.

Dentro de la Administración Central del Estado, el Museo Reina Sofía es un destino maldito para funcionarios y personal laboral. Excelentes profesionales que habían desempeñado puestos directivos en organismos estatales fueron enclaustrados entre sus muros para ver si tal arrinconamiento acababa con ellos y decidían abandonar la función pública. Defenestrados por UCD, machacados por el PSOE y olvidados por el PP. Condenados al más profundo ostracismo.

Una dictadura silenciosa. Únicamente interesa gente adepta a los mandamases de turno, dispuesta a airear de forma propagandística los discutibles logros de dicho museo y silenciar, aparte de la extraña fenomenología existente, la trayectoria económica.

Se intenta tapar todo. Como la desaparición de una escultura del artista Richard Serra de 38 toneladas que formaba parte de la colección permanente. Para evitar que se conociera el hecho encargaron una reproducción al autor a cargo del erario público. Nunca ha vuelto a saberse nada de quién y a dónde se llevó una obra de tal magnitud. ¿Sería el fantasma Ataúlfo?

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