jueves, 30 de enero de 2014

SANTA MARÍA DE LA CABEZA

Poco se sabe de santa María de la Cabeza, esposa de san Isidro Labrador, salvo los datos recogidos en el proceso de su beatificación y canonización, en el que figuró como testigo Lope de Vega, y que proceden de la tradición oral nunca desmentida.


Parece ser que su nombre verdadero era María Toribia y que procedía de la comarca de Uceda, posiblemente de Torrelaguna. No se conoce la fecha de su nacimiento —con casi seguridad a finales del siglo XI— ni el nombre de sus padres, labradores pobres, que murieron muy jóvenes dejando a María al cuidado de unos parientes, que la pusieron a servir en una casa de Torrelaguna.

Así describe Lope de Vega a la honesta y hermosa moza María Toribia:

No era de Jazmín su frente,
ni eran de sol sus cabellos,
ni estrellas sus ojos bellos,
que otra luz más excelente
puso la virtud en ellos.
Era un fénix de hermosura,
y oíase el alma pura
por su rostro celestial,
como si por cristal
se viese alguna pintura.

En Torrelaguna conoció y casó María con Isidro, que hasta allí llegó huyendo de los almoravides de Alí Ben Yusud, que habían atacado Madrid en el año 1110.
Los santos esposos, que llevaban una vida de intensa religiosidad, además de en Torrelaguna residieron en una alquería cercana a ese pueblo, Caraquiz, y durante mucho tiempo en Madrid, donde sirvieron en la casa de Iván de Vargas y donde nació el único hijo, Illán, el del milagro del pozo.


En Caraquiz, donde poseían unas pequeñas tierras que les dejaron los padres de María, ésta también se encargaba de arreglar la ermita de Ntra. Sra. de la Piedad y costear, con sus propios recursos y las limosnas que recogía, el aceite para alumbrar la imagen.
De santa María de la Cabeza se dice que, un día, yendo a cumplir su tarea de barrer la ermita, siéndole imposible cruzar el río Jarama por venir muy crecido, se le apareció la Virgen y milagrosamente se sintió transportada a la otra orilla, ocurriendo lo mismo al regreso. Y cuentan que esto ocurrió varias veces, y que en una de ellas, que iba acompañada de san Isidro, utilizaron una toquilla para, a modo de barca, cruzar el río sin mojarse, y que en otras lo hizo caminando sobre las aguas.


Tenía María por costumbre todos los sábados preparar una olla de buen potaje para repartir entre los más necesitados, y en cierta ocasión, al presentarse uno cuando ya se había consumido toda la comida, le sirvió potaje de la olla, que milagrosamente apareció rebosante, incluso para repartir nueva ración entre todos los menesterosos.


De común acuerdo, los dos esposos, siendo ya maduros, decidieron hacer una vida de soledad y recogimiento, quedando Isidro en Madrid y retirándose a Caraquiz María, y allí se hallaba cuando recibió de un ángel la noticia de la enfermedad de su esposo, llegando a tiempo de recoger su último aliento y de asistir al entierro. Regresó María después a Caraquiz; vivió algunos años y, cuando murió, en 1180, fue enterrada bajo una fosa en la ermita que con tanto cariño había cuidado en vida.


Más tarde, al extenderse la fama de su santidad, su cabeza fue separada del cuerpo y expuesta en la ermita, junto a la Virgen, para su pública veneración. Quizá este ha sido el motivo por el que la esposa de san Isidro sea conocida como santa María de la Cabeza, alcanzando el sobrenombre también a la imagen de la Virgen venerada en la citada ermita.


Antes de ser beatificada por Inocencio XII en 1697, al iniciarse el proceso, tanto la cabeza como el cuerpo de María fueron llevados a Madrid e instalados en el oratorio del Ayuntamiento, no sin antes provocar un motín entre los habitantes de Torrelaguna, descontentos por tal traslado, por lo que tuvo que intervenir el propio rey Felipe IV para calmar los ánimos. En 1752 fue canonizada por Benedicto XIV, y pocos años después, en 1769, la misma comitiva que trasladaba el cuerpo de san Isidro desde la parroquia de San Andrés a la antigua iglesia de los jesuitas de la calle de Toledo —desde entonces colegiata de San Isidro y durante muchos años catedral provisional— recogió también su cuerpo, que reposa en una sencilla caja situada debajo de la elegante urna que guarda los restos de su esposo.


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