miércoles, 26 de julio de 2017

Templo de Devod



En el pequeño promontorio llamado Montaña del Príncipe Pío en honor a uno de sus antiguos propietarios, el Príncipe Pío de Saboya, ubicó los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 don Francisco de Goya y Lucientes.Aquella escena, que retrataría magistralmente, sería un testimonio atemporal de los horrores de la guerra. Otra guerra, la Guerra Civil Española, daba uno de sus primeros sangrientos coletazos en ese mismo lugar. El 20 de julio de 1936 se produjo el asalto al Cuartel de la Montaña, situado en aquel cerro. 

La batalla nos dejaría, además de un trágico balance, una imagen del fotógrafo Alfonso Sánchez Portela que está grabada a fuego en la retina de todo aquel que la haya visto alguna vez. En ella aparece el suelo del patio del cuartel cubierto de cadáveres. Una imagen de horror como aquella que nos legó Goya para la posteridad algunos años antes. En ese lugar, marcado por la impronta del dolor y de la muerte, se alza hoy un insólito monumento. 

El Templo de Debod tuvo su emplazamiento original en la Baja Nubia, al sur de Egipto, en el camino que llevaba al complejo religioso dedicado a la diosa Isis, en la isla de File. El primer templo data del siglo II a.C. y fue construido por mandato del rey Adijalamani de Meroe. En el siglo VI, al ser clausurados los santuarios de Isis en File, el templo cayó también en desuso. Tras la construcción de la Gran Presa de Asuán el patrimonio arqueológico de la Baja Nubia amenazaba con ser anegado. 

El templo de Debod fue donado al gobierno español en el año 1968 en agradecimiento por la ayuda prestada en la recuperación de Abu Simbel. Llegó a Madrid en cajas, comletamente desmontado. La reconstrucción no fue sencilla ya que algunos sillares se perdieron. El 20 de julio de 1972, 36 años después del asalto al Cuartel de la Montaña, se inauguró oficialmente. 

El lugar tiene algo de siniestro pero también tiene los que probablemente sean los mejores atardeceres de toda la capital. Dicen que al caer la noche, cuando no queda un alma, suele aparecerse un gato negro. La imaginería popular ha querido identificar a ese gato con el dios egipcio Amón, "el oculto". Se dice que la diosa Isis dio a luz a Horus en ese preciso lugar, o bien que comenzó a sentir allí los dolores del parto. 

En sus paredes todavía se pueden ver enigmáticos dibujos y jeroglíficos aunque el vandalismo y el paso del tiempo han hecho estragos. Pocos sospechan lo que se esconde en esa montaña cuando intentan retratar con su cámara una panorámica muy diferente de aquella que retratara Goya. Muy pocos saben que ese gato con el que alguna noche se han cruzado es la reencarnación del dios supremo del panteón egipcio. Poco sabemos, en definitiva, acerca de los misterios que oculta ese pedacito de Egipto que adorna Madrid.

viernes, 21 de julio de 2017

El cura pecador de la calle de Ayala



Cuenta la leyenda que desde los años 80, el espíritu de un cura atormentado no deja vivir en paz a los vecinos de los pisos colindantes, una casa amarilla situada en el número 126.

Todo se debe al fallecimiento de un cura en ese mismo bloque cuando allí se ubicaba un prostíbulo. Desde entonces, muchos han sido los vecinos que han vendido sus pisos ante los gritos y desplazamiento de muebles que supuestamente se siguen escuchando.

El número 124 de la calle Ayala, situado en pleno barrio de Salamanca, fue en el pasado un edificio que llamaba la atención por su fachada pintada de color amarillo chillón. Hoy en día todavía resulta pintoresca, ya que mantiene su peculiar fachada retranqueada que da paso a un pequeño antejardín, pero sus paredes están ahora pintadas de gris y de un aséptico blanco que hace que muchos pasen de largo sin detenerse a descubrir los misterios que alberga. Seguro que si supieran acerca de los rumores y leyendas de las que el inmueble ha sido escenario la mirarían con otros ojos. 

Algún vecino del barrió dice recordar un trágico suceso acaecido en ese mismo número. Se cuenta que en el pasado, probablemente cuando la calle todavía era conocida como calle de los Pajaritos, todo el inmueble era un mismo chalet de cuatro pisos. Aquella suntuosa casa era utilizada como casa de lenocinio y allí, en medio de aquel lupanar, fallecería un religioso, cura en algunas versiones, obispo en otras, víctima de sus más bajas pasiones. 

No son pocos los testimonios de aquellos que a raíz de ese suceso comenzaron a oír o experimentaron algún tipo de fenomenología extraña en el inmueble. Cuando en la década de los 80 se empezaron a escuchar frecuentemente ruidos extraños en la casa algunos inquilinos de los edificios adyacentes decidieron denunciarlo ante las autoridades. Ante la ausencia de un motivo aparente que explicara el origen de aquel alboroto los vecinos se vieron obligados a convivir los inexplicables ruidos, a menudo atribuidos al espíritu penitente del clérigo muerto en el antiguo edificio. 

Un trabajador que trabajó en el inmueble durante los años 1981-1984 me contó que durante los turnos de noche los sensores de presencia se activaban sin motivo aparente. Este testigo de los extraños sucesos que allí ocurrían también me comentó que no supieron nada de lo que se rumoreaba sobre la casa hasta bastante tiempo después. Más tarde se harían eco de las leyendas que rodean a la casa. Entre ellas no solo se hallaba la del malogrado cura, también se hablaba, según cuenta el testigo, de dos o tres prostitutas muertas y otros detalles escabrosos que agregaban más morbo a la leyenda. 

Entre la abundante rumorología relacionada con el lugar se encuentra la historia de un joven que un acceso de locura estuvo a punto de quitarse la vida allí mismo. También se cuenta que la casa se ilumina misteriosamente cada día a la misma hora: las 19:10 horas. En un pasado no muy lejano la casa albergó el taller del diseñador de ropa Elio Bernhayer. En la actualidad, el edificio es utilizado como oficinas en su totalidad y ya no tiene el color que antaño le hacía resaltar entre las demás edificaciones. 

Una superstición del mundo del teatro es la que acompaña al color amarillo que, según esta creencia, trae mala suerte porque el mismo Molière murió representando su obra El enfermo imaginario vestido de ese color. Tal vez fuera aquel color el que atrajo la mala suerte al número 124 de la calle de Ayala. Hoy esta casa encantada de Madrid es de un color gris pero su leyenda sigue coloreándose de nuevos tonos cada día. Pronto nos acercaremos a descubrir nuevos detalles acerca de su historia y sus leyendas. 

lunes, 17 de julio de 2017

La casa maldita de la calle de Antonio Grillo



Es en el número tres y no diez –como indican en la serie- de la calle de Antonio Grilo donde encontramos uno de los puntos más negros de la capital. Un lugar señalado por lo triste y trágico de los sucesos que ocurrieron tanto en su edificio más conocido como a pie de calle.

Contexto histórico y geográfico.

Una calle en principio conocida como de las Beatas por estar allí históricamente emplazado el que fuera el convento de Santa Catalina de Sena[1], actualmente Plaza de los Mostenses. El cambio de nombre se produjo a finales del siglo XIX cuando decidieron dedicar esta angosta calle -perpendicular a la de San Bernardo y a pocos metros de Gran Vía y Plaza de España- a la memoria del poeta y periodista cordobés Antonio Fernández Grilo, nacido en 1845 y conocido, entre otras cosas, por escribir una Oda al mar sin haberlo conocido nunca.

En esta misma época de la calle de las Beatas, haciendo esquina con San Bernardo, existió también y desde la Edad Media el Hospital de Convalecientes. Un hospital, primero de su género en toda España, regentado por sacerdotes de la hermandad de Santa Ana que se dedicaron a recoger a todos aquellos pacientes de hospitales y cárceles que, aunque ya tratados de la enfermedad y heridas que les aquejaran, aún necesitaban reposo y cuidados.

Sin embargo, lo que parecía un lugar de paz y recogimiento, de oración y ayuda al necesitado se fue tornando oscuro con el paso de los siglos y sin explicación alguna ante tanta casualidad macabra, puesto que a pesar de ser una de las calles más cortas de Madrid se trata también de uno de los lugares donde se han concentrado más crímenes a lo largo de los años.

Los crímenes de la calle de Antonio Grilo

Fue en 1776 cuando se inició el trágico historial de este lugar. Un día de verano de aquel año apareció de la nada el cuerpo de un hombre apuñalado cubierto de sangre. Reconocieron en él a Diego, un hortelano vecino de la zona con fama de honrado y padre de dos hijos pequeños que dejaba una viuda embarazada.

El cuerpo había dejado rastros de sangre que iban desde su cadáver tirado en plena calle de las Beatas hasta la parroquia de San Sebastián. ¿Por qué las pistas llevaron a esta iglesia? Hay que recordar que en aquel entonces cualquier persona perseguida por la justicia podía buscar asilo acogiéndose “a sagrado”.

El alcalde mayor tuvo por lo tanto que pedir permisos para interrogar a quien fuera que estaba allí escondido y de esta forma acabaron descubriendo que el asesino de aquel hombre había sido el cura de San Martín de Tours, quien se había prendado de Manuela, la joven costurera que le remendaba las sotanas y que vivía, precisamente, en nuestra famosa calle. Al parecer, la víctima había acabado harta de las serenatas que el sacerdote le dedicaba y había osado días antes del homicidio recriminar en público al enamorado, quien se tomó la justicia divina por su propia mano.

Haciendo un rápido recorrido por el tiempo, la zona parece atraer la desgracia desde antaño: en 1910 un vecino de esta calle, en un acceso de locura o depresión, se tiró por la ventana de un quinto piso muriendo en el acto. En 1911 dos niños, de diez y seis años, fueron atacados por un hombre que empleó un pañuelo con cloroformo para robarles la ropa. En 1913 un niño que iba montado en burro fue arrollado por un carro. En 1915 paseaba una pareja por Antonio Grilo cuando se toparon con un individuo que, sin mediar palabra y sin motivo aparente, se acercó al hombre y le degolló de un navajazo. En 1927 otro niño era atropellado también, esta vez por un coche. En 1958 paseó por allí uno de los más célebres asesinos que ha tenido este país. Jarabo, quien fuera el último ajusticiado por garrote vil en la capital, fue visto en el bar Nápoli –esquina con San Bernardo- tomando una cerveza con coñac la misma noche que cometió su famoso asesinato.

Aunque hubo más casos en los que no nos detendremos para no ahondar más de la cuenta en lo morboso, sí nos fijaremos en el número tres de la calle de Antonio Grilo. En un viejo edificio de más de ciento treinta años y apenas tres plantas sin ascensor que casi se ha convertido en personaje secundario de este capítulo debido a todos aquellos que fallecieron siniestramente en su interior.

Se cuentan hasta ocho asesinatos desde hace poco más de setenta años a nuestros días, aunque los más conocidos y los que más páginas y portadas de crónica negra han llenado son los relacionados con el camisero hallado muerto en su cama, la familia asesinada por el propio padre y la madre que se deshizo de su hijo recién nacido.

El primero de ellos fue el ocho de mayo de 1945, el día en que se descubrió el cuerpo de Felipe de la Braña Marcos, un camisero de cuarenta y ocho años que vivía en el primer piso y al cual hallaron muerto en su cama con la cabeza ensangrentada apoyada sobre la pared, presentando signos de descomposición. Al parecer habían golpeado su cabeza con un objeto contundente, probablemente un martillo, una porra o un candelabro, barajándose el robo como uno de los móviles del asesinato. Aunque los cajones y muebles de la casa se hallaron desordenados y todo apuntaba a un robo, se llegó también a comentar como motivo del asesinato una posible pelea de enamorados entre la víctima y su novio. En una de las manos del fallecido encontraron sujeto un mechón de pelo que Felipe debió arrancar a su agresor en pleno forcejeo. En cualquier caso, el crimen nunca fue resuelto puesto que las técnicas de identificación de ADN no permitían llegar más lejos en ese momento.

Casi dos décadas después, fue un parricidio cometido en la tercera planta el que consternó en mayo de 1962 a todos los españoles. Y no era para menos, ya que José María Ruiz Martínez, granadino de cuarenta y dos años, sastre de profesión y, como curiosamente suele suceder en estos casos, hombre de conducta intachable y de buena educación según sus vecinos, se levantaba un buen día antes de las ocho de la mañana y mataba sin venir a cuento a su mujer Dolores y a sus cinco hijos a tiros, martillazos y cuchilladas. No contento con la proeza y siempre bajo enajenación mental[4], fue mostrando por el balcón a sus hijos mutilados a un público que se había ido congregando horrorizado ante los gritos que se escuchaban desde la calle.

Aquí llegamos a distintas versiones de los hechos: unos aseguran que Ruíz Martínez gritaba a la gente que los había matado a todos “para no matar a otros canallas”, otros que aseguraba quererlos mucho pero “le habían dicho que tenía que matarlos”. Finalmente pedía que acudiese un sacerdote carmelita para recibir la extremaunción “ya que todos los de su familia descansaban felices”.

El padre Celestino, del Templo Nacional de Santa Teresa, fue llevado hasta el lugar y entabló conversación por teléfono y desde el balcón del edificio de enfrente para convencerle de entregarse a la policía. El religioso se negó a darle los santos sacramentos porque el asesino pretendía suicidarse después. No pudo hacerse nada, el asesino se pegaba finalmente un tiro con su propia pistola.

El último de estos tres casos sucedió en 1964. Pilar Agustín Jimeno, de veinte años, dio a luz sin estar casada y para ocultar lo que la sociedad de entonces consideraba una deshonra –ser madre soltera-, ahogó a su hijo recién nacido, ocultándolo después en el cajón de una cómoda. De nuevo hay varias versiones: no se sabe si fue la pareja o la hermana de Pilar quien descubrió días después el cuerpo del bebé envuelto entre telas en el fondo del cajón.

Pilar no sería la única mujer que en la calle de Antonio Grilo necesitase deshacerse de sus hijos. En unas cuevas abandonadas que existen o existían bajo el número nueve aparecieron acumulados los restos de gran cantidad de fetos humanos, debido al parecer a que en la España de posguerra se utilizó el lugar para practicar abortos clandestinos.

Hoy esta calle no parece ser la puerta al infierno que os hemos descrito y los vecinos que habitan el número tres aseguran vivir con total tranquilidad. Si decidís pasear por ella encontraréis tiendas y pequeños negocios, además de un huerto vecinal y una librería. Nada que recuerde su negra historia.



lunes, 10 de julio de 2017

Los Aguadores de Madrid



¡¡Aguaa!! ¿quién quiere agua? 

 Ya que este fin de semana parece que ya ha llegado el calor del verano antes de tiempo, parece que va apeteciendo salir a la calle siempre y cuando nos hidratemos bien. 

Hace no mucho tiempo, esto de beber agua en la calle era todavía más fácil, ya que existía una profesión, hoy ya desaparecida, que daba de beber a las sedientas gargantas de los madrileños. Hablamos de los aguadores, y aguadoras, – no es una cuestión de género sino es que también había mujeres con esta profesión- de Madrid.

Se conoce su existencia desde el siglo XV, donde ya funcionaban las primeras fuentes públicas de Madrid y estuvieron trabajando hasta bien entrado el Siglo XX. 

Era un gremio aparentemente controlado y regulado por el Ayuntamiento. Su origen como profesión es bastante anterior, ya que los encontrábamos en la época musulmana en la península ibérica, donde entonces se llamaban los azacanes moros o mozárabes que en Madrid, como en en otras ciudades como Toledo o Sevilla, prestaban su oficio de porteadores de agua sirviéndose para ello de un burro o un carro llevado por ellos mismos. Una profesión como podéis ver, no exenta de riesgos y trifulcas de todo tipo.

Cumplían varias funciones, dependiendo del cliente y del propósito de la venta de agua. Al famoso grito de AGUAAAA ¿QUIÉN QUIERE AGUA? – como en la verbena de agua, azucarillos y aguardiente- las aguadores iban por las calles con un botijo del que te dejaban beber- siempre que supieras, que no es nada fácil beber de un botijo – o con un cántaro y un vaso poco higiénico de hojalata desde donde bebían todos los madrileños que a ellas se acercaran. 

Pensad que el pavimento de las calles tardó también en llegar, así que el polvo de la calzada que levantaban los carruajes secaba todas las gargantas, por lo que un vaso de agua fresca era lo más socorrido y también lo más demandado. 

Otros aguadores, más profesionales, llevaban un carro a mano o directamente con burros, para servir agua en los aljibes de las casas que no tuvieran la suerte de tener pozo . Insisto en que parece que hablamos de hace siglos , pero el agua corriente en todas las casas de Madrid – no sólo en las más pudientes- no llegó hasta bien entrado el siglo XX. Imaginaos lo demandada que era esta profesión por entonces.

Varios Secretos son los que rodean a esta curiosa profesión. Y es que las fuentes públicas estaban clasificadas en tres tipos: para vecinos en exclusiva, para aguadores en exclusiva, o para los dos, con los grifos bien diferenciados, para evitar peleas, aunque siempre las había… por ejemplo en época de Austrias, se decía que las fuentes cercanas al Alcázar se quedaban sin agua cuando se regaban los jardines del exclusivo edificio…. Además, fue también una profesión no ausente de picaresca, tan extendida por los barrios madrileños. 

En algunas barriadas de Madrid, entre los años 60 y 70 del siglo pasado, los aguadores que trataban de mantener su profesión engañaban a los inmigrantes asentados en chabolas, y les decían que el agua de las fuentes no era buena, ya que la suya provenían nada más y nada menos que del río Lozoya, el mismo río que da agua al canal del que hoy todos podemos disfrutar en nuestras casas… así que con el calor a hidratarse bien y ¡a la calle todo el mundo!














domingo, 2 de julio de 2017

Faro de Moncloa



Un cilindro metálico de mucha altura con una base redondeada se erige en pleno distrito de Moncloa, como si de una torre de vigilancia se tratara. Pero no es precisamente eso. El Faro de Moncloa se construyó en 1992 coincidiendo con el nombramiento de Madrid como Capital Europea de la Cultura.

Con una altura de 110 metros, esta edificación se ha convertido en uno de los edificios emblemáticos de la ciudad. Su alto valor turístico reside sobre todo en sus vistas. Desde esa perspectiva puedes maravillarte con el Palacio Real, la Catedral de la Almudena, el edificio de Telefónica en la Gran Vía, las Cuatro Torres, el Museo de América….en definitiva, una impresionante visión de la capital que no te puedes perder.

¿Estás buscando un piso en Moncloa, pero tienes dudas sobre si es la zona más acertada para vivir? En este espacio podrás encontrar monumentos y enclaves de gran interés. Uno de ellos es el mencionado faro, que describimos en las próximas líneas.

Historia del Faro de Moncloa

El arquitecto Salvador Pérez Arroyo proyectó esta obra en 1990, un diseño de lo más innovador que tiene en su parte superior una zona en forma de media luna, donde antes había un restaurante.

Se sube a la cima a través de un ascensor exterior que tarda apenas 20 segundos en llegar. Una vez allí, sólo queda observar y contemplar la grandeza de nuestra ciudad desde un punto de vista diferente.

Para poder subir tienes que comprar un ticket que se vende en el punto de información turística del faro, situado en la base del mismo. En el Centro de Turismo Plaza Mayor también puedes conseguir las entradas e información acerca de este punto.

Contratiempos del Faro de la Moncloa

Sólo con detenernos un momento podemos apreciar la modernidad de su estructura, y esto en la época en la que se hizo no tuvo una gran acogida precisamente. Más aún cuando al poco de ser inaugurado se cayeron unas planchas metálicas que tenía en la parte superior debido al fuerte aire, que aunque no causaron heridos pusieron en duda su estabilidad.

Por otro lado, dispone de unas escaleras interiores como alternativa a los ascensores que no brillaban por su seguridad, puesto que el pasamanos daba al contacto descargas de electricidad estática.

Finalmente se clausuró en 2005 tras el famoso incendio del edificio Windsor, ya que no cumplía el reglamento de seguridad que el Ayuntamiento exigía.

Trece años duró la apertura, diez la remodelación para que se adecuara a las normas, y por fin volvió a abrir sus puertas en 2015 para que todo aquel que quiera disfrutar del faro desde dentro tenga la oportunidad de pasar un rato de lo más agradable.