jueves, 20 de octubre de 2016

El origen de la expresión ‘el quinto pino’



Resulta curioso descubrir como muchas expresiones de las que utilizamos en la actualidad tienen un origen bastante más lógico y real de lo que pensamos. Es lo que sucede con la expresión “el quinto pino” que habitualmente utilizamos para señalar que algo está muy lejos y que, precisamente, se originó en Madrid.


Según nos cuenta la historia, durante el reinado de Felipe V en el Siglo XVIII se plantaron en una de las arterias principales de la ciudad cinco frondosos pinos. El primero de ellos estaba en lo que hoy sería el comienzo del Paseo del Prado, cerca de Atocha. Los demás, situados a una notable distancia unos de otros, seguían por todo el eje hasta llegar al punto donde hoy vemos los Nuevos Ministerios, punto donde se alzaba imponente el quinto y último pino.


La gente los utilizaba en aquella época para concretar sus encuentros, de la misma forma que ahora quedamos en Tribunal o en el Oso y el Madroño. Lo habitual era quedar en los dos o tres primeros puestos que el quinto, el más alejado, quedaba casi a las afueras de la ciudad. Precisamente, en él solían quedar los enamorados para poder darse los besos y caricias que tan mal visto estaba darse en público por aquel entonces.


Fueron por tanto parejas de novios los que, en busca de algo de intimidad, se daban cita en ese punto, alejados de las miradas curiosas. Una costumbre que motivó una expresión muy utilizada varios siglos después, la de ubicar algo que está muy lejos en “el quinto pino”.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

¡El Retiro tuvo un cementerio!



El Parque del Retiro es uno de los lugares más conocidos y representativos de Madrid, no es para menos, son aproximadamente cinco siglos acumulando secretos y anécdotas. Ideado para servir de lugar de descanso y relax para los miembros de realeza, hoy vamos a conocer que en él hubo algunas personas que se “retiraron” de una forma diferente y, sobre todo, prolongada. Hoy descubrimos que en pleno corazón de este parque, hubo un cementerio.


Un supuesto tesoro escondido, un escurridizo duende, recreaciones de batallas navales en mitad de su estanque… El Parque del Retiro es un verdadero hervidero de historias, unas más conocidas, otras menos. Lo que poquita gente sabe es que en el centro de este oasis madrileño hubo un camposanto, pero ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? Vayamos poco a poco, resolviendo estas incógnitas.

Retrocedemos al reinado de Carlos III (1759- 1788), el apodado “Mejor Alcalde de Madrid” decidió levantar, más bien ordenó levantar, un cementerio en el que reposasen los restos de los empleados de este parque, un escenario predilecto para la realeza por aquella época. Por eso, a finales del Siglo XVIII el Retiro pudo añadir, a su ya amplia colección de caprichos y puntos de interés, este inquietante lugar. Hay que comentar que aquí también recibieron sepultura algunas de las víctimas mortales de la Guerra de la Independencia.


Lo que muchos os estaréis cuestionando es ¿Dónde estaba? Para ello hay que imaginarse un terreno que estuviese situado entre el Paseo de Coches, la Estatua del Ángel Caído, el Palacio de Cristal y el Palacio de Velázquez. No obstante cuando se decidió construir el Paseo de Fernán Núñez, se reformó toda esta zona perdiéndose para siempre el rastro de este cementerio. Falta saber si los restos que aquí se custodiaban fueron retirados y ubicados en otro camposanto o si, por el contrario, se quedaron allí para siempre…

El Cementerio del Retiro se encontraba entre la actual calle de Alfonso XII, el Paseo de coches, el Parterre y el Campo Grande, frente al Huerto del Francés.


Se construye por orden de Carlos III y en 1787 se construye una capilla dedicada a San Fernando para dar sepultura a los héroes de la Independencia y a los trabajadores del propio parque. Desaparece en 1874 al construirse el Paseo de Fernán Núñez, popularmente conocido como "Paseo de Coches", ajardinándose su solar. Sobre su solar se encuentra hoy día el Palacio de Cristal, el Palacio de Velázquez y la Fuente del Ángel Caído.


viernes, 5 de agosto de 2016

Red de San Luis


1.972

A fuerza de despistes, desaparecerá para siempre.

Fuente de los Galapagos 1870

Me refiero a un nombre tan evocador, y para muchos desconocido, como la Red de San Luis, el nombre no oficial con el que durante décadas se denominó a un céntrico escenario de Madrid y que, a corto o medio plazo tiene toda la pinta de que terminará por esfumarse del colectivo capitalino.

1.925

La Red de San Luis era la forma con la que se denominaba al tramo final de la Calle Montera, cuando esta se ensancha y abre a la Gran Vía.

1.930

Revisando escritos e imágenes antiguas sorprende ver como los madrileños usaban de manera habitual esta denominación tan bonita que me temo, ya solo tiene el apoyo de los nostálgicos.


Ese pequeño nudo de comunicación que se formaba entre Montera y la hoy Gran Vía se llamó durante mucho tiempo así.

1.920

Sin embargo, el origen de este término es mucho anterior al desembarco de la avenida ya que antes de llegar ella, por aquí confluían las calles de Hortaleza, Fuencarral, Jacometrezo y Caballero de Gracia. Rasquemos en el pasado.


Todo apunta a que el origen de este nombre esté íntimamente ligado a la presencia de un mercado de comestibles que se empezó a montar en esta calle durante el Siglo XVII y que sobrevivió hasta el Siglo XIX.



Se vendían hortalizas, legumbres pero no queda duda de que el producto más buscado era el pan, alimento que en la mayoría de las ocasiones procedía de Vallecas.


De hecho, era tan demandado que para evitar las tentaciones de los amigos de lo ajeno, los tenderos cubrían las hogazas de pan con unas cuerdas o redes.


Un método, rudimentario pero efectivo para evitar los robos.


En los tiempos en los que se organizaba este mercado, habitaba en Montera la Iglesia de San Luis Obispo, que fue quemada y destruida en la primavera de 1936.


Fue este templo el que con su presencia, y el de las ya mencionadas redes, provocó que la gente se empezase a referir a esta zona como la Red de San Luis.

1.972

Nombre con el que incluso se denominó una estación del proyecto original del metro de Madrid.

1.937

Al final, las sucesivas reformas en la zona y la amnesia colectiva están haciendo que se borre un poquito la historia de nuestra ciudad ya que, detrás de ese precioso nombre ’Red de San Luis’ va cosida parte del pasado y costumbres de la Villa.



Confiemos en que se pueda recuperar de algún modo.




lunes, 20 de junio de 2016

Glorieta de Ruiz Giménez



A la Glorieta de Ruiz Giménez, enclavada en el distrito de Chamberí, le sucede algo extraordinario y digno de resaltar. A pesar de que con el paso del tiempo va viendo borrada su propia identidad, por aquello de que casi nadie le llama por su nombre, sin embargo refugia en su pasado un secreto sorprendente que ahora, en nuestros días, nos provoca cierta sorpresa y, a los más sensibles, un poquito de inquietud.


Nace fruto del encuentro y unión de otras calles como San Bernardo, Carranza o Alberto Aguilera y de hecho todo el mundo se refiere a ella con el nombre de Glorieta de San Bernardo, obviando de este modo el homenaje que en 1934 Madrid quiso rendir al político Joaquín Ruiz Giménez. Es muy poca la gente que utiliza su denominación oficial, optando por la oficiosa de ‘Glorieta de San Bernardo’, inducida por la presencia de la estación de metro que arrastra el mismo nombre.


En el centro de este lugar, hoy totalmente ignorado por culpa del tráfico tanto por los conductores como por peatones, llegó a instalarse un monumento en honor a los Héroes del Dos de Mayo, y también una escultura de Lope de Vega. Ambos pasaron con más pena que gloria por este lugar que, como os indicaba al principio, disimula muy bien su oscuro pasado y es que, en esta explanada, hace siglos, se emplazó uno de los quemaderos de la Inquisición. 


Es decir, aquellas personas que eran condenadas a muerte por el Santo Oficio, a los días daban aquí con sus temblorosos huesos para terminar siendo quemadas vivas. Un poquito salvaje, ¿no creéis? De hecho, hay quien asegura que en esta zona todavía se escuchan, por las noches, lamentos y sollozos de algunas de las ánimas que aún merodean por aquí…


Hay que trasladarse al mapa del Madrid de la cerca de Felipe IV y entender que, lo que hoy es un nudo urbano bastante céntrico, en el Siglo XVII era un lugar situado extramuros, junto a la desaparecida Puerta de Fuencarral. Esto nos hace una idea del tamaño que tenía aquel Madrid ya que esta parte de la actual ciudad estaba por entonces fuera de la misma. 


Por suerte, esta macabra función terminó por desaparecer, no solo de esta glorieta sino de todas las calles de Madrid y este lugar fue retomando un uso mucho más residencial y liviano. Aquí estuvo también el primer Hospital de la Princesa, desde 1856, denominado así por la futura Isabel II pero su presencia en este lugar resultó bastante efímera.


Hoy, si pasamos por aquí nos fijamos casi sin querer en unos llamativos edificios de hormigón, casi ocultos detrás de un montón de verdes plantas que se descuelgan y enredan por toda su fachada. Como si quisieran escapar del triste secreto que deambula por este sitio.



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lunes, 30 de mayo de 2016

La creación del Ayuntamiento de Madrid



Cuando paseamos por Madrid podemos ver, imponente, el blanco y monumental edificio que alberga el Ayuntamiento de Madrid, pero, ¿cuándo nació esta institución? Pues exactamente el 6 de enero de 1346 el rey Alfonso XI dictó un privilegio por el cual creaba el Ayuntamiento madrileño con 12 regidores (actuales concejales). 

Hasta esta fecha, los intereses del conjunto vecinal de la Villa se habían regido por el llamado concejo abierto, formado por la totalidad de los vecinos, que se reunían en la plaza y discutían sobre los asuntos de la ciudad. Estos concejos abiertos, que cumplieron su función durante siglos, habían comenzado a fallar cuando algunas poblaciones, como en el caso de Madrid, se fueron haciendo excesivamente grandes, con lo que los concejos, bien por número o bien por ausencias, mostraron sus defectos y fueron siendo sustituidos por Ayuntamientos formados por una representación de vecinos que actuaba en nombre de todos. 

Recordemos que desde esta época la sede de esta institución se encontraba albergada en la Casa de la Villa, en la plaza del nombre homónimo hasta hace muy poco, cuando en el año 2008 se trasladó al actual edificio de Cibeles.





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miércoles, 11 de mayo de 2016

La Felipa, una librera de antaño



Castellana sin ambiciones materiales, este símbolo de Madrid prestaba volúmenes a estudiantes sin recursos.

Rememorar la figura de Felipa, aquella insigne librera alcarreña, que fue un símbolo para sucesivas generaciones de estudiantes en la segunda mitad del siglo XX, supone un referente fundamental para todos los amantes del mundo de los libros. Felipa nació en Loranca de Tajuña (Guadalajara), el 6 de junio de 1911, aunque su familia era originaria de Yélamos de Arriba (Guadalajara), donde pasó sus primeros años. Sus padres, Juan y Matea, fallecieron muy jóvenes, siendo su hija mayor, Juliana, nacida el 6 de junio de 1899, la que se hizo cargo de sus cuatro hermanos: María Jesús, Escolástica, Felipa y Leandro. El 25 de abril de 2002 falleció Felipa, siendo enterrada en Yélamos de Arriba junto a su hermana mayor, Juliana Polo.


En Madrid desde que Felipa era muy niña tuvo la fortuna de ser acogida por doña Pepita, una persona culta con una preparación no habitual para las mujeres de su época. Doña Pepita, además de comenzar la carrera de Derecho, fue maestra, radiotelegrafista y profesora de sordomudos. Acogió a varias dependientas, a las que enseñó cómo gestionar las librerías de las que posteriormente serían propietarias, como acaeció con Felipa.

Felipa, como buena castellana, era de una gran austeridad, carente de ambiciones materiales, altruista, especialmente con aquellos clientes o estudiantes que conocía que se hallaban en dificultades económicas, prestándoles los libros que precisaban para que pudieran examinarse o en regalar bocadillos a aquellos que se encontraban en apuros. Por ello, su tienda era cita obligada para determinados colectivos, como estudiantes, proveedores y editoriales, con los que siempre mantuvo una excelente relación.


Obras de caridad

Felipa inició su trabajo con la compra-venta de libros. Adquiría libros usados y tenía unas dotes especiales para saber arreglarlos, como si fuera un encuadernador. Posteriormente, empezó a comprar libros nuevos. Su fama fue de tal magnitud que recibió correspondencia de todo el país. Al comienzo de curso se formaban ya largas filas de estudiantes ante su tienda.

Otra de las cualidades que la caracterizaban era su tendencia a realizar obras de caridad. Su buena disposición e inteligencia fueron factores que enseguida favorecieron su proyección y el éxito de su negocio, cuando ya se instaló como propietaria en la calle de Libreros, 16. De talante cordial pero, al mismo tiempo, si la ocasión lo propiciaba, sabía ser cortante muy directa; ya que, sin ambages ni rodeos, no reparaba en decir la verdad o en manifestar lo que pensaba cuando observaba que alguien se hacía el remolón o intentaba hacer alguna trastada, con frases que se leían en los estantes como: «Esas manos que te veo» (para preservar sus libros), o cuando regateabas con ella el precio de un determinado libro te decía: «Si te haces de miel, te comerán las moscas».


Otra de las frases enmarcadas que se observaban en el local era la de «Si no tienes que/hacer nada/no lo vengas a/hacer aquí», con el objetivo de evitar que se acercaran aquellos que no tenían nada que hacer y que entorpecían la marcha del negocio. Otro de los textos que se podían contemplar en Felipa era el regalado a la misma por los componentes de la tuna que dice: «A Felipa/Nuestra encantadora amiga/y colaboradora/como recuerdo/de la noche del/24 de octubre 1959/La Tuna Universitaria/de Madrid/ Escuela Social/Los Chicos de la Tuna».

Gentileza

Felipa mostró una precocidad poco común en esa actividad tan compleja de las librerías. Tenía la gentileza, al realizar los pedidos de libros, de adjuntar una carta redactada de su puño y letra en la que mostraba su agradecimiento a todos los proveedores, y también la cortesía de contestar personalmente a todos los que se dirigían a ella.


La calle de los Libreros de nuestra ciudad fue uno de los principales focos donde se hallaban numerosas librerías, al igual que la de San Bernardo. Tuve la suerte de cursar mis estudios universitarios en el antiguo «Caserón» de San Bernardo, sede de la Universidad Central, lo que me facilitó, dada su proximidad, desplazarme a la calle de los Libreros, donde pude contemplar y formar parte en repetidas ocasiones de las largas colas que se formaban para la adquisición de los libros en el establecimiento de Felipa, situado en el número 16.


Cuando el negocio de Felipa experimentó un notorio auge, sus sobrinos Ángel, José y Juan se incorporaron al negocio como empleados de Felipa, quienes demostraron en todo momento su eficacia y competencia, desempeñando diversas tareas, no solo de despacho al público sino también realizando otras labores complementarias de apoyo. De sus sobrinos el único que actualmente vive es José, quien ha tenido la suerte de que uno de sus hijos (sobrino-nieto de Felipa), Juan-José Asenjo Hita, haya continuado el negocio familiar, aunque su establecimiento esté situado en la calle Pilar de Zaragoza, 37; pero Juanjo prosigue con gran entusiasmo y eficacia esa actividad de librero y distribuidor.


Este resumen se enriquece con los homenajes que en los últimos años se han rendido a la figura de Felipa, que se iniciaron como consecuencia de un encuentro casual entre L. Regino Mateo del Peral y Juan José Asenjo Hita. En ese encuentro L. Regino tuvo la iniciativa como colaborador de la «Revista Madrid Histórico» de publicar un artículo sobre Felipa en noviembre/diciembre de 2013 (nº 48) de gran interés, por abordar el tema de Felipa. Propició que se celebraran tres charlas –coloquios en dos renombradas bibliotecas madrileñas, las de Manuel Alvar y Eugenio Trías y el Centro Cultural Municipal Buenavista–. Sobre el mismo tema se publicaron otros artículos, entre otros, el del «Mundo Cantabria» del 2 de diciembre del 2013.


Finalmente, se optó por la publicación de un libro que Juan José sugirió a L. Regino sobre la «Historia de la Librería Felipa y la calle de los Libreros de Madrid», dirigida y coordinada por L. Regino Mateo del Peral, con la inestimable colaboración de Juan José Asenjo Hita y que ya va por la 6ª edición; en él colaboran diversos autores que enriquecen el contenido del libro. Cabe resaltar el prólogo, redactado por el exalcalde de Madrid Don José María Álvarez del Manzano y López del Hierro.



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domingo, 17 de abril de 2016

Antigua carcel modelo de Madrid


La Cárcel Modelo de Madrid (conocida en la época como Cárcel Celular) fue la principal prisión para hombres de Madrid durante el último cuarto del siglo XIX y primera mitad del XX, ubicada en el actual distrito de Moncloa-Aravaca. Se empezó a construir en el año 1877 y fue inaugurada en 1884. La denominación «Modelo» se impuso para ofrecer ejemplo y norma a futuras cárceles de otras provincias españolas. Su construcción tenía por objeto sustituir a la penitenciaría madrileña de carácter dieciochesco denominada el «Saladero». La cárcel estuvo operativa hasta el año 1939 cuando, tras los daños recibidos durante la Guerra Civil, el edificio fue derruido. La cárcel ocupaba en la Moncloa un lugar casi coincidente con el del edificio del Cuartel General del Ejército del Aire, construido posteriormente.


Historia

La «Cárcel del Saladero» ya no ofrecía condiciones salubres y era un objetivo del municipio madrileño construir otro centro penitenciario en las afueras de Madrid. Uno de los primeros proyectos arquitectónicos para el nuevo edificio, a ser situado en la calle de Alberto Aguilera, fue presentado por el arquitecto Bruno Fernández de los Ronderos en 1860, pero esta nueva cárcel no se acabó construyendo. Sin embargo sus planos sirvieron de idea para la que se construiría posteriormente en Moncloa, ya influida por las teorías arquitectónicas de Jeremías Bentham.


Construcción

Estaba situada en una gran manzana comprendida entre la plaza de la Moncloa, el paseo de Moret, y las calles Martín de los Heros y Romero Robledo. Su lugar lo ocupa hoy el Cuartel General del Ejército del Aire, anteriormente conocido como Ministerio del Aire. Fue diseñada por los arquitectos Tomás Aranguren y Eduardo Adaro, ambos arquitectos pertenecen a la Dirección General de Establecimientos Penales. 


Estos arquitectos se encargarían posteriormente del edificio del Banco de España. La construcción comenzó con una piedra colocada simbólicamente el 5 de febrero de 1877 por el rey Alfonso XII y la entrega oficial de la obra tuvo lugar el 29 de abril de 1884, si bien se inauguró con anterioridad el 20 de diciembre de 1883 por el ministro de la Gobernación Francisco Romero Robledo (que por homenaje una de las calles adyacentes al nuevo edificio se dedica a su nombre).


La denuncia de las condiciones de vida de los presos

En junio de 1906 ingresó en la prisión José Nakens, un veterano periodista republicano y anticlerical que había sido condenado por el «encubrimiento» de Mateo Morral, autor de un atentado fallido contra los reyes. Ocupó la celda número 7. Cuatro meses después publicaba un primer artículo en el que denunciaba las condiciones infrahumanas en que vivían los presos:


Yo veo en esta cárcel hombres y niños descalzos y hasta en cueros. Yo veo al pasar frente a algunas celdas catres desvencijados, jergones reducidos a la mitad, rotos, sin paja de maíz apenas, cubiertos con media manta deshilachada y un cabezal sin funda lleno de mugre. Yo veo muchas ventanas de las celdas sin cristales, con el frío que hace ya, y que lo mismo ocurre en los grandes ventanales de las naves. Yo veo turbia el agua muchos días, otros mezclada con tierra, y siempre, hasta cuando sale clara, despidiendo olor nauseabundo.


El impacto del artículo fue enorme —recibió cartas que relataban abusos a los presos, celdas de castigo, enfermedades por mala alimentación, etc— y tuvo una oferta del diario republicano El País para que siguiera relatando lo que veía en la prisión, que más tarde compiló en dos libros: Mi paso por la cárcel y La celda número 7. En ellos también defendió el programa de reformas penitenciarias del nuevo director de la prisión Rafael Salillas que pusieron fin al «régimen terrorífico y expoliador» anterior. Todo ello le hizo ganar un prestigio y una popularidad que acabó obligando al gobierno de Antonio Maura a indultarle y el 8 de mayo de 1908 abandonó la prisión.


Entorno (comienzos del siglo XX)

La plaza de Cánovas del Castillo pasa a denominarse glorieta de Moncloa en octubre de 1890. Ya en 1884 se abría la calle de San Bernardino —que se aproxima al trazado de la calle Princesa—, que comunica con el barrio de Pozas. Tras el espacio de la cárcel se encontraba un espacio denominado «plaza de la Justicia», una plaza de ejecuciones públicas. Se estableció en esta plaza un cuartel, Cuartel de San Gil, que fue remodelado en 1910. 


El ingeniero militar León Sanchís diseñó y construyó entre 1920 y 1921 el Cuartel del Infante Don Juan entre el paseo Moret y la calle de Martín de los Heros. Pronto adquiriría la «Modelo» quejas y reclamaciones de derrumbe, atendiendo no sólo a razones urbanísticas. Pronto se construiría la Ciudad Universitaria.


Defensa de Madrid (Guerra Civil)

Durante la Guerra Civil, fue ocupada por milicianos, fundamentalmente de la CNT. El 22 de agosto de 1936, algunos de ellos asesinaron a políticos y militares encarcelados allí: Melquíades Álvarez, líder del Partido Republicano Liberal Demócrata, republicano de derecha, José María Albiñana Sanz, jefe del Partido Nacionalista Español de extrema derecha, los exministros de la República, Manuel Rico Avello y José Martínez de Velasco, el falangista y piloto del vuelo Madrid-Buenos Aires del avión «Plus Ultra», Julio Ruiz de Alda, el general Osvaldo Capaz Montes (que había tomado posesión del territorio de Ifni), el general Rafael Villegas (cabecilla inicialmente de la sublevación en Madrid), el capitán de Caballería Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (hermano de José Antonio Primo de Rivera),entre otros. En total, a lo largo de los días 22 y 23 de agosto fueron asesinados de 28 a 30 presos.


El presidente Azaña quedó consternado por los hechos y se planteó dimitir. La reacción del Gobierno consistió en constituir en la prisión un «Comité de Control» formado por representantes de todos los partidos y entidades sindicales del Frente Popular y a encomendar la guardia interior del edificio a las «Milicias de Retaguardia» que pasaron a reemplazar a los funcionarios del Cuerpo de Prisiones —medida que facilitó sobremanera las famosas «sacas» que desde esa misma Cárcel Modelo, entre otras, tuvieron lugar en octubre, noviembre y diciembre de 1936—, y a prohibir la publicación por la prensa de toda mención de los asesinatos, dándose publicidad en cambio a una nota oficial en la que se aludía a un incendio en el edificio, que habría sido prontamente sofocado, se decía, gracias a la intervención de las Milicias. 


Al mismo tiempo y también como consecuencia inmediata del asalto, se crearon los llamados Tribunales Populares («¡Salvamos diez mil vidas!» —cita Azaña en sus memorias—, alegaba el entonces presidente del Gobierno, José Giral). Al llegar a la Ciudad Universitaria, en noviembre de 1936, las tropas sublevadas, fueron evacuados de la Cárcel Modelo los presos que la ocupaban; muchos de ellos perecieron en las matanzas de Paracuellos del Jarama. Con algunos presos todavía en su interior, el edificio estuvo muy cerca de los combates en el frente de la Ciudad Universitaria.


Destrucción

Las ruinas del edificio, que había sufrido grandes daños por el bombardeo aéreo y artillero debido su cercanía al frente de combate de la batalla de la Ciudad Universitaria de Madrid, fueron demolidas tras el fin de la Guerra Civil y su función asumida por la Cárcel de Carabanchel. En sus cimientos se construyó el Ministerio del Aire, en la actualidad el Cuartel General del Ejército del Aire.


Características

La planta de la prisión se asentaba sobre un polígono irregular de seis lados y una superficie de 43 200 m². Denominada popularmente en aquella época como el abanico por su forma en planta. Aplicaba el modelo panóptico que tan popular se hizo durante el siglo XIX, con una rotonda o cuerpo central poligonal destinado al cuerpo de vigilancia de la penitenciaría, y radial, mediante galerías de forma estrellada que convergen en el espacio central.


La Modelo de Madrid constaba de cinco naves que convergían en un pabellón central de vigilancia. Cada nave tenía cuatro plantas con 50 celdas por planta (25 a cada lado del espacio central). En el centro de cada nave quedaba un espacio trapezoidal cubierto e iluminado desde arriba. En total la prisión tenía 1200 celdas. También tenía una serie de dependencias auxiliares: casa-administración, enfermería y lavaderos. Fue considerado un edificio modelo para la reforma penitenciaria iniciada durante esos años. Se denominó como cárcel celular por ser capaz de ofrecer a cada reo una celda.



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