miércoles, 20 de noviembre de 2013

Leyenda de la calle del Pez


La calle del Pez es una calle de Madrid (España), ubicada en el barrio de Universidad. Baja desde la Corredera Baja de San Pablo hasta la calle San Bernardo. Es perpendicular, además, a la calle de la Madera. Ante ella, se levanta el convento de San Antonio de los Alemanes, en él cada día cientos de personas hacen cola para recibir de la caridad una ración de comida. En sus treinta y tres portales, vive gente de todas las etnias y religiones.


La denominación de Pez data al menos del siglo XVII (así aparece en el plano de Texeira y en otros primos suyos) y la leyenda que da origen a la nomenclatura de la calle es una de las más naif de nuestro callejero. 


En el siglo XVIII vivía en Madrid un sacerdote de nombre D. Diego Enríquez, el cual poseía una gran extensión de terreno, con su casa, sus jardines y su fuente, que se llamaba la fuente del cura, precisamente por ser de Don diego. Estas propiedades de Enríquez estaban entre las calles Pozas y San Bernardo. 


Un día, la madrina de este sacerdote, de nombre Juana de Mendoza, un poco mayor ella, se encontraba paseando por los jardines. La desgracia quiso que los criados de Enríquez se encontraran a Juana muerta y con su cuerpo recostado en la fuente. 


 Felipe II llegó más tarde a Madrid, donde se instaló como monarca. Esto coincidió con la iniciativa del sacerdote de dividir su finca en dos, una de las cuales fue a manos de Felipe II, y la otra la adquirío un tal Juan Coronel. 


 En la parte de Coronel había un lago repleto de peces de todos los colores, con los que jugaba Blanca, la hija de Juan. El problema vino cuando los albañiles, que estaban construyendo la casa de Juan, cogían agua del estanque, por lo que no tardó mucho tiempo en ponerse sucia; ante esto, los peces fueron muriendo y sólo quedo uno, al que Blanca cuidó con todo su cariño.


 Una vez finalizada la obra, Blanca y su padre limpiaron el estanque para meter al pez dentro, pero la desgracia quiso que el pez muriera. Años más tarde, el padre grabó un pez de piedra en la entrada de la casa, con una inscripción que decía “Casa del Pez”. Este símbolo se respetó en las edificaciones posteriores y la calle pasó a llamarse calle del pez, en honor a tal suceso.


Existen en la calle del Pez algunos inmuebles más nobles que otros. Nada más entrar por San Bernardo encontramos el Palacio de los Bauer, caserón del siglo XVII en cuyo interior en tiempos se celebraron sonadas fiestas y que en la actualidad es la Escuela Superior de Canto. 


En sus muros se apoya la estudiante más guapa del barrio, una chica en piedra que recuerda los tiempos en los que la calle del Pez era terreno de estudiantes de la cercana universidad y las librerías – como la hoy desaparecida La Cervantina – poblaban los locales comerciales de la zona. 



Los otros palacetes de la calle son el Palacio del Duque de Baena, en la esquina con la calle Pozas, y el de Bornos, haciendo esquina con la calle de la Madera, una bella muestra de arquitectura isabelina que estuvo a punto de ser derruido y que se salvó en los ochenta merced de una rehabilitación que lo convirtó en viviendas. 


Mención especial merecen los muros del convento de San Plácido, con comercios inusualmente incrustados en él. Aunque el actual convento es una reconstrucción de 1912 con el sencillo estilo castellano del XVII, este convento fue el centro de la vida y la leyenda del Madrid de su tiempo, con historias de correrías reales y posesiones infernales que contaremos próximamente.


“Lo que se pudo comprobar por quien quisiera hacerlo fue lo de la calle Pez: en efecto, había un socavón que atravesaba la calle en línea quebrada, de sur a norte; en un principio, al parecer, salían de la grieta (de la sima según los primeros testigos, desconocidos) gases sulfurosos, por lo que todo el mundo pensó, y con razón, que en el fondo de la grieta empezaba el infierno…” El párrafo que antecede pertenece a la Crónica del rey pasmado, en la que Torrente Ballester recoge de alguna manera el pasado canallesco del barrio en tiempos de un innombrado Felipe IV, una divertida novelilla picaresca en la que putas y clérigos, nobleza y canalla, se mezcan al caer la noche. 


Más o menos como ahora. Pero no es esta la única ocasión en la que la calle ha servido de escenario para historias fabuladas, así fue para la antología de cuentos de 2004 Cuentos de la calle Pez, cuando el videoclip de Manu Chao Me llaman calle en el mítico Palentino que antes inmortalizaran Siniestro Total en una canción, o cuando se usó para el rodaje de una parte de Abre los ojos, de Alejandro Amenabar. 


La calle Pez es un buen sitio sin duda para imaginar historias, como las que continuamente suceden en el Teatro Alfil, como las que sin duda hacían las delicias de las gentes del barrio en aquel primigeno cinematógrafo de Pez esquina con San Bernardo – el Coliseo Ena Victoria – a principios del siglo XX. El cine ardió y el incendio sirvió de acicate para que se diseñaran normas que vigilaran aquellas proyecciones que hasta entonces se hacían “de aquella manera”.


En Pez se libra una pelea constante entre la zona emergente que es y el barrio con manchas al que pertenece. Pez es lugar de tascas y bares con pose, camino obligatorio para sibaritas de la moda y de los amantes de la santería, lugar de reunión de modernos con gafas de pasta y de habituales de los albergues de los alrededores , es Triball (o casi) y es el nuevo Patio Maravillas, lienzo de pintadas que ensucian y de noble arte urbano. En definitiva, el contraste es su sino.


Julia, la estudiante más famosa de Malasaña


La presencia de esta muchacha está basada en una leyenda que se extendió mucho, fruto del boca a boca, en el Madrid de mediados del Siglo XIX. 


Cuando el acceso a las aulas de la universidad sólo estaba permitido para los hombres, se cuenta que una chica, de nombre Julia, acudía a las clases de la Universidad Central, ubicada en San Bernardo, disfrazada de chico. En 2003, el autor de la obra, Antonio Santin, se inspiró en esta historia de lucha y superación para su obra callejera que tituló “Tras Julia” y que habita al final de la Calle del Pez, reclinada sobre el Palacio Bauer. Pronto la gente del barrio se encariño de su nueva vecina, algunos más que otros, como demuestra que en sus pechos se vean matices dorados, ya que al haber sido tocados en exceso, han perdido su color original…


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