domingo, 3 de noviembre de 2013

Leyenda de la calle de la Abada


La calle de la Abada daba comienzo, antes de que la Gran Vía (avenida de Pi y Margall) se llevase por delante su último tramo, en la plaza del Carmen y terminaba en la calle de Jacometrezo, de la que hoy sólo queda una pequeña parte (desde la plaza del Callao a la de Santo Domingo).
Era esta una calle estrecha llena de mancebías, tiendas de libros de lance, casas de préstamos, buñolerías y salones de peinar,



La historia nos cuenta cómo el más curioso de los papeles que llegaron a la mesa de Felipe II aquel día de mayo del año 1581 era un mensaje del presidente de la Casa de la Contratación de Sevilla, en que comunicaba al rey haber llegado en un barco procedente de la lejana isla de Java un regalo de su gobernador, don Alonso de Gaitán, en nombre del reyezuelo indígena Musuturé Fusuma. El tal Musuturése habia enterado de que ya no era vasallo de Portugal sino del rey de las Españas, y le enviaba como presente un animal típico de aquella lejana colonia.



El animal, señor, es tres veces como un gran buey, se alimenta de yerbas y grano, y tiene la piel gruesa y fuerte como una coraza. Es feroz y tiene un cuerno solo, y como no puede dejársele solo por el gran peligro que ello entraña, viene metido en una recia jaula de hierro.



Felipe II que deseaba siempre tener oportunidad de manifestar a su Corte y a su pueblo el poderío de su realeza, determinó de seguido hacer traer el extraño y monstruoso animal a Madrid para que, viéndolo todos, se hicieran idea de su soberana autoridad sobre paises lejanos que tan extraños animales producían.



Como el reyezuelo de Java no sabía la lengua española, el mensaje en que ofrecía el regalo venía escrito en lengua portuguesa, y como en portugués el nombre de rinocronte hembra es Abada así nos llegó el vocablo, junto con la extraña criatura.




Solo nos resta saber de qué manera se instaló en el callejero de Madrid el nombre de Abada, desde la Plaza del Carmen hasta desembocar en plena Gran Via, entre el antiguo cine Avenida y el Palacio de la Música. Si bien ya tenemos al animal exibiéndose en algún rincón de la ciudad, es necesario acudir a las leyendas madrileñas para averiguarlo.



Parece ser que la abada en cuestión se exibía en las eras del monasterio de San Martín, por donde ahora se sitúa la calle y a partir de ahí, hay varias versiones bien distintas.



Una que habla de los amores prohibidos entre un alguacil de la villa y la abadesa del monasterio, otra que habla del gran provecho que le sacaron unos espabilaos al cuerno del rinoceronte, molido en polvo, y sus supuestos efectos afrodisíacos.



Y parece que la más extendida es la que cuenta como un joven que regentaba un horno cercano iba todas las mañanas a darle a la hembra de rinoceronte un pedazo de pan. Poco a poco se fue ganando la confianza del animal hasta que llegó el día en el que pasó dentro de la jaula a darla de comer. Tuvo la feliz idea de darle un bollo recién salido del horno, por lo que cuando la abada se lo comió, quemándose el estómago, lo pagó con el joven panadero, que murió atacado por la furia del animal.



También tenemos otra leyenda para saber que en aquel lugar, junto al monasterio de San Martín, llegó un grupo de portugueses, muy alborotadores, con sus instrumentos de música, zambombas y demás enseres que les conferían un aspecto singular. Allí se instalaron y montaron un espectáculo en el que el centro de atención era una abada, que para aquellos que no lo sepáis se trata de una rinoceronte. La gente pagaba dos magrevíes para poder entrar en el campamento de los portugueses y poder contemplar a un animal muy raro, con esa piel fuerte y dura, ese color grisáceo. Los niños se acercaban a tocarlo y todos quedaban asombrados ante el tamaño de la bestia.
En memoria del animal y del suceso la zona de las eras de San Martín se quedó con el nombre de calle de la Abada.



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