Por la Calle de la Magdalena pasea una de las venganzas más sangrientas y salvajes que se tramaron en los mentideros de la Villa y Corte. Un episodio no muy conocido que nos encamina hacia esta recta callejuela que une dos de las plazas más populares del centro de Madrid, Tirso de Molina y Antón Martín. A medio camino entre ambas, nos topamos con el Palacio del Marqués de Perales. Sus muros fueron testigos de un asesinato tan atroz como injusto.
Esta robusta construcción es obra de Pedro de Ribera. Un inmueble levantado, en 1732, a petición de un matrimonio de nobles, el Conde de Villanueva de Perales de Milla y la Marquesa de Perales del Río. Una bien ejecutada residencia de aromas barrocos y tono rosa cuya gran virtud es su elaborada portada de piedra con un balcón sobre la misma. Este palacio fue uno de los más destacados de la capital y tuvo una vida a la altura de su categoría hasta que, en 1808, su tranquila existencia se quebró.
Estamos en el inicio de la Guerra de la Independencia y los ánimos en la capital son de una crispación y odio absoluto en contra de todo lo que esté relacionado con Francia. Circunstancia que aprovechó una joven para ejecutar su concienzuda venganza. Esta chica era amante de José Miguel Fernández de Pinedo, tercer Marqués de Perales y responsable de una fábrica de cartuchos. Dolida y rota por el abandono que había sufrido por parte del aristócrata, optó por expandir un rumor que pusiese en juego la reputación, e integridad, de este hombre. Acusó al marqués de afrancesado diciendo que, los proyectiles que producían en su fábrica, y que a la postre serían usados contra las tropas francesas, estaban cargados de arena y no de pólvora, lo que inutilizaba su devastador efecto.
El caso es que la gente, al conocer este hecho, no se lo pensó y acudió en masa hasta su residencia en la Calle Magdalena para darle caza. Una caza que terminó en un brutal linchamiento popular y, después de muerto, arrastraron el cadáver del marques por las calles de Madrid. Un esperpéntico espectáculo con el que nos hacemos a la idea del violento clima que se respiraban en la Villa por aquellos días.
Desde el año 2002, el Palacio de Perales es sede de la Filmóteca Nacional, paradójico pues en su interior se vivió un episodio que podría haber protagonizado cualquier película de terror de las muchas que se han rodado, a lo largo de la historia. Sin duda, un capítulo éste, poco conocido de nuestro Madrid.
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