Llegamos al número 2 de la Ribera de Curtidores, donde se levanta un soberbio edificio de aire escurialense, perteneciente al Ayuntamiento de Madrid.
Fue inaugurado en 1935 para albergar la Tenencia de Alcaldía de la Inclusa, un antiguo distrito en el que quedaba englobado Lavapiés, llamado así por la casa de beneficencia que existió en Mesón de Paredes.
Desde entonces ha tenido múltiples usos. Entre ellos, ha sido Casa de Socorro, Junta Municipal de Arganzuela, Juzgado, Escuela Mayor de Danza, Departamento de Estadística y sede de organizaciones no lucrativas, como el Banco de Alimentos y Mensajeros de la Paz.
Su arquitecto fue Francisco Javier Ferrero (1891-1936), quien tuvo listos los planos en 1932. Estamos hablando de uno de los grandes maestros del racionalismo madrileño, artífice de obras tan indispensables como el Viaducto de la Calle de Segovia, el Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, el Mercado Central de Pescados de la Puerta de Toledo, el Edificio Parque Sur o la Imprenta Municipal.
Sin embargo, el inmueble que ocupa nuestra atención nada tiene que ver con el movimiento racionalista, sino con el neobarroco, un estilo que Ferrero cultivó en los inicios de su carrera y que recuperó con este encargo, en la recta final de su corta vida, tal vez condicionado por el carácter histórico del barrio en el que actuaba.
El neobarroco fue uno de los numerosos historicismos que se desarrollaron en el siglo XIX, si bien en nuestro país no eclosionó hasta el XX, una vez que los círculos académicos superaron sus prejuicios sobre la arquitectura barroca original.
Tanto es así que muchos de los rascacielos que se hicieron en la capital en la primera mitad del siglo XX presentan elementos que replican las creaciones de Pedro de Ribera, especialmente las portadas. Así ocurre en edificios tan conocidos como el de Telefónica, el España o el de Seguros Ocaso.
Aunque, para su proyecto, Ferrero empleó este tipo de modelos en los vanos y portada, su inspiración principal no fue Ribera, sino un barroco mucho más temprano.
Optó por el arquetipo palaciego de los Austrias, definido a comienzos del siglo XVII, en el que se plantea un trazado de planta rectangular, con cubiertas de pizarra, torres angulares y chapiteles en punta, siguiendo la línea herreriana.
Uno de los retos que tuvo que afrontar fue el fuerte desnivel del terreno. El inmueble fue construido en el solar donde antes estuvo el Matadero del Cerrillo del Rastro, en cuesta abajo y a espaldas del promontorio sobre el que hoy día se asienta la Plaza del General Vara de Rey (entonces denominada de Antonio Zozaya).
De ahí que Ferrero ideara una terraza para la base, que, a modo de muro de contención, le permitió igualar la rasante y mantener el mismo número de plantas en todos los lados.
Este elemento no solo actúa como un terraplén, sino que, en sí mismo, es un espacio funcional, en el que tienen cabida diferentes dependencias y almacenes. Pero, sobre todo, constituye una grandiosa plataforma que realza y magnifica la fachada principal.
La terraza cuenta con una escalinata en el extremo meridional, una fuente de ornato y varias aberturas, ente las que destaca el arco central, muy decorado, que facilita el acceso a las citadas dependencias.
Los materiales empleados en la fábrica son los característicos de la arquitectura de los Austrias, ladrillo y granito, que se combinan con revoco y caliza de Colmenar de Oreja, esta última reservada a distintas partes de la terraza. Todo ello da lugar a una gran riqueza cromática, con el rojo, el blanco, el marrón y el gris, en diversos tonos, como colores dominantes.
La prensa de la época fue muy elogiosa con el edificio, calificado por La construcción moderna como “uno de los más bellos de Madrid” (15 de mayo de 1935). Esta misma publicación llegó a decir que sus proporciones eran incluso “más armónicas que las de la Casa de la Villa”, al tener ésta únicamente dos pisos, frente a los tres del diseño de Ferrero.
Este equipamiento fue un revulsivo para una zona tradicionalmente deprimida y carente de servicios. Junto a las oficinas municipales, fue habilitada una moderna Casa de Socorro, que vino a sustituir al viejo ambulatorio de la Calle de la Encomienda, que, según El Sol (4 de mayo de 1934), era tan deficitario que los enfermos que ahí acudían "se resistían entrar en aquellas instalaciones y preferían estar en la escalera".
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