Tal vez estemos ante uno de los edificios con más historia de Madrid y uno de los menos conocidos pero que a la vez está lleno de vida. Hablamos de la antigua Fábrica de Tabacos de Madrid, en la glorieta de Embajadores, en el barrio de Lavapiés, que hoy es la sede del Centro Social Autogestionado La Tabacalera. Pero no comencemos por el presente. Vamos a echar la vista atrás primero para dar un paseo por su historia.
Sus orígenes.
Este edificio se terminó en 1790, dos años después de la muerte de Carlos III, el rey que lo mandó construir. Se inauguró, por tanto, durante el reinado de su hijo y sucesor Carlos IV. Si atendemos a su estilo, se trata de un buen ejemplo de arquitectura industrial del siglo XVIII ya que responde tipológicamente al modelo de instalaciones manufactureras de esa época, tratándose desde la lógica de localización funcional y la organización jerárquica del espacio. Su autor es el arquitecto Manuel de la Ballina.
El edificio es de forma rectangular con cuatro plantas. La fachada principal tiene balcones y ventanas y tres buenas portadas. La del centro es la principal, adornada con 2 pilastras dóricas con triglifos en el cornisamento que sirve de base a un balcón principal en cuyo guardapolvo puede verse un escudo de armas. Tiene un corralón contiguo, rodeado por una tapia, que da a la glorieta.
Iba a ser una fábrica de aguardientes.
El terreno donde se asienta pertenecía a la Comunidad de Clérigos Regulares de San Cayetano, y la Real Hacienda de su Majestad se lo compró en 1781. El edificio se llamó en un principio Real Fábrica de Aguardientes, pues se había construido para dar salida a los productos estancados del monopolio del Estado español, como el aguardiente. Pero su fabricación allí duró poco tiempo porque se le concedió a la condesa de Chinchón, que dio nombre al anís precisamente. Así, el edificio se quedó en desuso al poco de haberse construido.
Llega Napoleón y sus tropas.
En 1808, el ejército de Napoleón se encontraba en España. En Madrid, se acuartelaron en varios edificios, uno de los cuales fue esta fábrica, que ya estaba cerrada porque ya no cumplía su misión, tal y como se ha explicado anteriormente.
Para los soldados era importante el tabaco y, aunque tenían una cantidad suficiente de hojas de esa planta, faltaba mano de obra que la convirtiera en cigarros aptos para el consumo. Sin embargo, en el barrio de Lavapiés había muchos talleres clandestinos de tabaco en el que las mujeres, las llamadas cigarreras, se encargaban de ello.
Por eso, el entonces rey José Bonaparte decidió contratar a 800 de esas cigarreras que hasta el momento habían trabajado en la clandestinidad. Era abril de 1809. Para que nos hagamos una idea de la evolución de la fábrica, en 1853 el número de obreras era ya de 3.000 y en 1890, 6.300.
Las cigarreras.
La fábrica fue durante más de un siglo el escenario de vida y trabajo de miles de mujeres conocidas popularmente como las cigarreras, tal y como hemos mencionado. Al final, las cigarreras eran conocidas en toda la ciudad y se convirtieron en un personaje más del Madrid más costumbrista, personajes pintorescos, vaya, al mismo nivel incluso que las célebres manolas y chulaponas. Esos personajes tenían siempre un común denominador: mujeres de espíritu rebelde, independientes y apasionadas. Su presencia se idealizó al tiempo que su existencia favoreció la desvalorización social del trabajo de las cigarreras, ocultando tras de sí un protagonismo y una experiencia laboral emblemáticos.
El edificio fue adaptado en sus sucesivas reformas a ese trabajo eminentemente femenino, como la puesta en marcha de una escuela-asilo para los hijos de las cigarreras; o los diferentes lugares destinados a la lactancia que ha conocido la historia de la fábrica, como la llamada sala de leche, establecida en los años veinte en la portería de mujeres, y la habitación con cunas y camas para los hijos de las operarias, improvisada junto a los talleres de puros en la última planta del edificio durante la Guerra Civil.
Hoy, el edificio es un centro de movimientos sociales muy importante pero no deja de ser la herencia de lo que fue gracias a las cigarreras.
Como mujeres trabajadoras reclutadas desde niñas por sus propias madres y abuelas, las cigarreras manifestaron una temprana conciencia social y una sorprendente capacidad de movilización y lucha obrera. Célebre fue su motín de 1830 con el que hicieron temblar a las autoridades, según las crónicas de la época. La presencia y solidaridad de las cigarreras se hizo habitual en manifestaciones públicas, populares motines de subsistencia, protestas de carácter político, de estudiantes o en las numerosas muestras de apoyo ante las frecuentes tragedias que azotaban a las clases trabajadoras madrileñas. Además, participaron y dinamizaron la vida del barrio, que es el objetivo que hoy se persigue con su nueva vida.
El presente.
Según podemos leer en la propia página web del Centro Social Autogestionado La Tabacalera, el edificio (de titularidad pública, adscrito al Ministerio de Cultura y patrimonio histórico catalogado como Bien de Interés Cultural) se desocupó definitivamente en el año 2000 y quedó abandonado durante diez años de progresivo deterioro y nulo mantenimiento.
El Ministerio de Cultura aprobó que en 2009 fuera la nueva sede de los museos de Reproducciones Artísticas y Artes Decorativas, proyecto que nunca se llegó a finalizar debido a la falta de fondos.
Así, el edificio fue ‘tomado’ por las entidades sociales del barrio para convertirlo en un centro social.
Tras el proyecto fallido, el Ministerio de Cultura propone a la asociación cultural SCCPP que realice un proyecto artístico-cultural en el edificio. Esta asociación, que había participado de los debates ciudadanos sobre el futuro del edificio, extiende la propuesta a otros colectivos y habitantes del barrio de Lavapiés y acepta el encargo de la DGBA, firmando un contrato de un año por el que se compromete a desarrollar un proyecto llamado Centro Social Autogestionado La Tabacalera, utilizando 9.200 metros cuadrados de los 30.000 con que cuenta el edificio.
Hoy, la asociación LTBC, articulada como proyecto autónomo, tiene cedido el uso del edificio a través de la participación ciudadana y lo ha convertido en “un centro cultural que entiende la cultura como una noción que abarca las capacidades creativas y sociales de la ciudadanía”. Según la entidad, “dichas capacidades comprenden no solo la producción artística, sino también la acción social, el pensamiento crítico y la difusión de ideas, obras y procedimientos que buscan expandir y democratizar la esfera pública”.
En la actualidad, en el edificio se llevan a cabo decenas de actividades en las que todo el mundo puede participar.
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