domingo, 30 de septiembre de 2018

Paseo de los Pontones



El paseo de los Pontones, antiguamente camino de los Pontones,​ es una vía del barrio Imperial en el distrito de Arganzuela de Madrid. Desciende desde la glorieta de la Puerta de Toledo hasta la calle de San Isidro que da acceso al puente de San Isidro, antiguo pontón y antes puente de barcas que servía de atajo para llegar hasta la ermita de San Isidro.

Cuando todavía no era más que un camino que bajaba al río, se instalaban aquí los mercados de ganados que antes se reunían en la llamada plaza del Rastro.​ Desde 1869 hasta 1936, aproximadamente, fueron los terrenos oficiales para el mercado de caballerías, estampa que aparece representada en diversos dibujos, grabados e incluso pinturas del siglo xix, así como en la obra de reputados fotógrafos como Alfonso Sánchez Portela.

A la derecha del camino de los Pontones, en una amplia explanada, tuvieron lugar ejecuciones capitales de singulares personajes, como el ilustre ladrón Luis Candelas o el general Diego de León, fusilado allí en 1841.

En la parte más cercana al río se construyó hacia 1900 un asilo nocturno (el Asilo Tovar), clausurado por insalubridad, según comenta el cronista Pedro de Répide, y sustituido por el Bazar del Obrero, institución fundada por la condesa de San Rafael.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Casa de la Panadería



La Casa de la Panadería es un edificio de cuatro alturas, con la planta baja porticada, estando rematado el último piso en forma de ático, y los laterales coronados por torres angulares. Está situada en el centro del lado norte de la Plaza Mayor de Madrid.

La Casa de la Panadería fue levantada durante la construcción de la Plaza Mayor, siendo Juan Gómez de Mora el encargado de su construcción, que terminó en 1619. Tras el segundo incendio de la plaza en 1672, el edificio fue reconstruido en diecisiete meses por un equipo liderado por Tomás Román,​ encargándose los pintores Claudio Coello y José Jiménez Donoso de la decoración interior y los frescos de la fachada. Tras el tercer incendio de la plaza en 1790, del que se libró la Casa de la Panadería, sirvió de referencia a Juan de Villanueva para la reconstrucción del caserío de la plaza.

Ha sufrido distintas remodelaciones desde entonces, entre las que destaca la llevada a cabo por Joaquín María de la Vega en 1880.

En 1988, el Ayuntamiento de Madrid convocó un concurso público restringido para acometer la decoración de la fachada, debido al gran deterioro de las pinturas que había realizado el pintor y ceramista Enrique Guijo en 1914. A ese concurso fueron invitados los artistas Guillermo Pérez Villalta, Sigfrido Martín Begué y Carlos Franco, resultando ganador este último, con un proyecto basado en personajes mitológicos como Cibeles, Proserpina, Baco o Cupido, y otras inventadas por el artista, relacionadas con la historia de Madrid y de la Plaza Mayor. Los trabajos para pintar los frescos de Carlos Franco se llevaron a cabo en 1992.

En un principio, sus bajos albergaban la tahona principal de la Villa, estando desde 1732 los despachos del Peso Real y del Fiel Contraste. Entre 1745 y 1774 tuvo allí su sede la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y de 1774 a 1871 la Real Academia de la Historia. A finales del siglo XIX se hace cargo de la Casa de la Panadería el Ayuntamiento de Madrid, convirtiéndola en la segunda Casa Consistorial de la Villa. Más tarde pasó a ser la sede de la Biblioteca Municipal y del Archivo Municipal. Posteriormente, seguirá albergando algunas dependencias municipales, además de instituciones como el Centro Cultural Mesonero Romanos. Actualmente sus dependencias están ocupadas por la Dirección de Turismo de la empresa municipal Madrid Destino, encontrándose en su planta inferior (intercolumnio) el Centro de Turismo de Madrid.

En la parte superior centrada de la Casa de la Panadería se encuentra un escudo de España con las armas en tiempos de Carlos II, llama la atención la ausencia de las armas de Portugal, recientemente independizada del Reino de España.

El escudo está compuesto por las armas de Castilla y de León, en el primer cuadrante; las armas de Aragón y Sicilia, en el segundo; las armas de Austria y de la Borgoña moderna, en el tercero; las de la Borgoña antigua y Brabante, en el cuarto, las de Flandes y las de Tirol en el escusón de abajo y el símbolo de Granada en el centro del escudo.

Las armas de Portugal se habrían situado en el escusón de arriba, entre las de Castilla y León y las de Aragón.

Reinando Felipe III y por su mandado se deshizo y derribó la plaza antigua de esta villa y se labró de nuevo en tiempo de dos años, siendo Presidente de Castilla Don Fernando de Acebedo Arzobispo de Burgos y superintendente de Castilla el licenciado Pedro de Tapia del Supremo Consejo de Castilla y de la general Inquisición y Corregidor Don Francisco de Villacís caballero de la Orden de Santiago y Regidores Comisarios Juan Fernández y Don Gabriel de Ocaña de Alarcón caballero de la Orden de Santiago, Juan de Piñedo, Francisco Enríquez de Villacorta y Don Fernando Vallejo Gentil Hombre de la casa de Su Majestad u se acabó en el año 1619.

Reinando Don Carlos II y gobernando la Reina Doña Mariana de Austria su madre y tutora, habiéndose quemado esta Real Casa de la Panadería el día dos de agosto de 1672, se reedificó desde los cimientos mejorada en fábrica y traza siendo Presidente de Castilla Pedro Nuñez de Guzmán Conde de Villaumbrosa y Castronuevo y superintendente de la obra Don Lorenzo Santos de San Pedro del Consejo Real de Castilla, caballero de la Orden de Santiago, y Corregidor de esta villa Don Baltasar de Rivadeneira y Cuñiga Marques de la Vega del Consejo de hacienda y caballero de la misma orden y Regidores Comisarios Don Gerónimo Dalmao y Casanaey y Rafael San Guineto Don Tomás de Álava y Arigón y Don Andrés Martínez Navarite caballeros del mismo Orden y Caballería de Santiago. Acabose en diecisiete meses. Año de 1674.


domingo, 23 de septiembre de 2018

Ramón de la Cruz



Don Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla (Madrid, 28 de marzo de 1731 — ibíd, 5 de marzo de 1794) fue un dramaturgo español, considerado como uno de los definidores del casticismo madrileño en el contexto del «arte nuevo de hacer comedias» expresado en forma de sainete o entremés.

No se tienen muchos datos sobre su vida. Se sabe que a los trece años vivía en Ceuta, ciudad donde su padre desempeñaba un empleo administrativo, y ya componía décimas. A los quince años un amigo suyo publicó en Madrid sin nombre un Diálogo cómico suyo. En 1759 estaba empleado en la administración de prisiones y se casó al año siguiente con Doña Margarita Beatriz Magán Melo de Bargas, que le daría al menos cinco hijos, uno de los cuales (Antonio Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla2) sería futuro comandante general de la artillería española en la batalla de Bailén. Estudió humanidades y gozó de la protección del duque de Alba, quien acostumbraba a llevarlo en sus viajes, y de la condesa de Benavente, para cuyo teatro privado compuso varios sainetes, así como de su hija, la duquesa de Osuna. En la Academia de la Arcadia tenía el nombre de Lariso Dianeo.

Durante su juventud escribió tragedias y comedias en las que imitó singularmente a Pietro Metastasio, Jean Racine y Voltaire. Tradujo también obras de estos autores y produjo una versión de Hamlet de Shakespeare a través de la adaptación francesa de Jean-François Ducis. También adaptó algunos textos del teatro clásico español, como Andrómeda y Perseo de Calderón e Ifigenia de José de Cañizares. Por último se consagró al sainete popular con gran éxito, de los que produjo más de trescientos, lo que le atrajo la hostilidad de los estilistas del Neoclasicismo, partidarios de un arte más idealizado y educativo. Por ejemplo, de Casimiro Gómez Ortega, que publicó sobre él un Examen imparcial de la zarzuela intitulada "Las labradoras de Murcia" e incidentalmente de todas las obras del mismo autor (1769). Muy probablemente esta animadversión se debía a los favores con que le distinguió el Ayuntamiento de Madrid, que le permitieron ejercer un gran dominio sobre la vida teatral de la Corte, hasta el punto de que llegó a ser el verdadero director de los teatros madrileños de la Cruz y del Príncipe, cuya programación estaba en sus manos, recibió, además, muchos honores y distinciones públicas; su apogeo se produce en el año 1773, cuando cae el gobierno del Conde de Aranda, protector de la estética neoclásica.

El propio Ramón de la Cruz intentó reunir su obra, que publicó en una colección incompleta de diez tomos (1786-1791). Escribió un total de 542 obras, entre dramas, sainetes y zarzuelas. Fue uno de los mejores amigos del pintor Francisco de Goya. Enfermo de pulmonía en 1793, logró sanar, pero no recobró completamente la salud y tuvo tres recaídas; muriendo de la última que tuvo.

Fuera de su periodo inicial en que escribió traducciones, imitaciones y adaptaciones de trágicos franceses e italianos (Racine, Voltaire, Ducis, Beaumarchais, Metastasio y Apostolo Zeno), escribió también comedias (Marta abandonada) y zarzuelas (El tutor enamorado; Las segadoras de Vallecas, 1768; Las labradoras de Murcia, 1769; Las foncarraleras, 1772; El licenciado Farfulla, 1776, etc.), si bien es sobre todo conocido por su obra de la última época, los más de 300 sainetes que escribió (pequeños apuntes costumbristas de asunto humorístico, llenos de música y canciones, compuestos con agilidad y gracia en verso), en los que trata y retrata al Madrid de su tiempo. El más famoso es seguramente Manolo, donde se parodian las comedias heroicas que eran pasto habitual de los teatros de ese tiempo, describiendo con lenguaje arrabalero y propio de los bajos fondos el regreso de un hampón recién salido de la cárcel a Madrid desde un presidio africano, ambientes que Ramón de la Cruz conocía bien (como ya se ha dicho, fue funcionario de prisiones y vivió en Ceuta) y parodiando las situaciones trágicas de dichas comedias.

En efecto, un importante grupo de estos sainetes lo constituyen las parodias de tragedias neoclásicas francesas en estilo solemne y endecasílabo en romance heroico: Manolo, Inesilla la de Pinto y Zara, por ejemplo. En estas dos últimas parodia la Inés de Castro de La Motte y la Zaira de Voltaire respectivamente. Otro grupo lo constituyen aquellos en los que describe los procedimientos teatrales coetáneos: El teatro por dentro, El coliseo por defuera, El sainete interrumpido, etc. Sin embargo, el grupo más característico, el que justifica su poética de "yo escribo, y la realidad me dicta" son los referentes a las costumbres madrileñas, en general también presentes en los grupos anteriores: El Prado por la noche; Las tertulias de Madrid; La víspera de San Pedro; La maja majada; Las castañeras picadas; El Rastro por la mañana; La pradera de san Isidro, etcétera.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Banco de España



La sede principal del Banco de España se encuentra en la ciudad de Madrid, con fachadas a la plaza de Cibeles, a la calle de Alcalá, al paseo del Prado, a la calle de los Madrazo y a la calle del Marqués de Cubas. El Banco de España, como institución, fue creado en 1856, a raíz de la fusión del Banco de Isabel II con el Banco de San Fernando en 1847, y su primera sede fue el edificio de los Cinco Gremios Mayores, situado en la calle de Atocha de la capital. a la plaza de Cibeles.

El incremento de actividades generó las necesidades de espacio y el Consejo director se propuso la construcción de una nueva sede, gestionando la compra del Palacio de Alcañices, propiedad del duque de Sesto, y por cuya adquisición pagó el precio de unos tres millones de pesetas.

Las obras del nuevo edificio se hicieron siguiendo el proyecto de los arquitectos Eduardo Adaro y Severiano Sainz de la Lastra, proyecto con el que éstos ganaron la medalla de oro de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884. Ese mismo año, el 4 de julio, se ponía la primera piedra del Banco, en un acto solemne, con la presencia del Rey Alfonso XII. El edificio terminado será inaugurado el 3 de marzo de 1891 por el Rey Alfonso XIII y su madre la Reina Regente María Cristina.

La planta se distribuye en crujías paralelas a una serie de patios alineados con los ejes del paseo del Prado y la calle Alcalá articuladas por el tramo diagonal del chaflán. Las fachadas recogen un repertorio decorativo ecléctico, aunque la sobriedad de zócalos y plantas bajas acentúan la idea de solidez representativa que corresponde a la institución que alberga. La adecuada gradación del tamaño de vanos en las distintas plantas y su variedad compensan la marcada horizontalidad del conjunto.

En el año 1927 se aprueba la construcción de la mitad posterior de la fachada a Alcalá, derribando las Casas-Palacio conocidas como de Santamarca. El proyecto se realiza siguiendo escrupulosamente las líneas del original en fachada, siendo de carácter completamente diferente en estilo en el interior. Dicha ampliación será diseñada por el arquitecto del Banco, José Yarnoz Larrosa. Otra ampliación, de menor valor arquitectónico, será realizada en el año 1969 por el hijo del anterior, el arquitecto José Yarnoz Orcoyen. Finalmente, el cerramiento de la manzana se completó de 2003 a 2006, según proyecto, ganador del concurso convocado por el Banco en 1978, de Rafael Moneo, en la esquina de la calle de Alcalá con Marqués de Cubas donde se encontraba el Palacio de Lorite, la antigua sede de la Banca García-Calamarte. No se ejecutará el proyecto hasta muchosaños después del concurso debido a problemas de licencias y demás asuntos legales para el derribo del edificio de la Banca Calamarte.

En 1999 el edificio es declarado Bien de Interés Cultural de España.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Jardines del Descubrimiento



Los jardines del Descubrimiento son un parque de la ciudad española de Madrid, ubicado en la plaza de Colón y delimitado por las calles de Goya, Armada Española, Serrano y el paseo de la Castellana. Están dedicados al denominado descubrimiento de América. y cuentan con un monumento en su sector este, además de un mástil con una bandera de España.

Ocupan una superficie de 1,87 hectáreas y se extienden cuadrangularmente entre la calle de Goya, que cierra la parte norte del recinto; la confluencia de los paseos de la Castellana y Recoletos, en su lado occidental; la calle de Serrano, en el oriental; y la calle de la Armada Española, que conforma su cara sur. En esta última vía se emplaza la fachada septentrional del Palacio de Bibliotecas y Museos, del siglo xix, que sirve de sede a la Biblioteca Nacional y al Museo Arqueológico Nacional.

Los jardines, que están dedicados al descubrimiento de América, fueron inaugurados en 1970, dentro de las obras de remodelación de la plaza de Colón.​ Se levantan sobre el lugar donde se alzaba la Casa de Moneda y Timbre, edificio del siglo xviii que fue derribado durante la citada reforma. Gran parte de su superficie sirve de cubierta al Centro Cultural de la Villa de Madrid, construido en el subsuelo, así como a un aparcamiento, igualmente subterráneo.

Los jardines presentan una planta cuadrangular, dividida en dos grandes sectores de forma triangular, entre los cuales se extiende un paseo principal distribuido diagonalmente. Están integrados por varios núcleos arbolados (olivos, cedros y pinos) e, inicialmente, por praderas de césped, sustituidas en agosto de 2006 por gravas ornamentales, como medida tomada por el Ayuntamiento de Madrid para ahorrar agua y evitar las filtraciones que se producían sobre el Centro Cultural de la Villa de Madrid.

Su principal valor artístico se encuentra en el monumento al Descubrimiento de América, cuyo autor es Joaquín Vaquero Turcios, en su lado oriental.

Este último se erige sobre un estanque y se compone de tres grandes volúmenes de hormigón con relieves alusivos al citado hecho histórico. Fue erigido en 1977, cuando culminó la remodelación de la plaza de Colón y fue inaugurado el Centro Cultural de la Villa de Madrid.

Uno de los elementos más singulares del conjunto era la cascada que se precipitaba desde los jardines hasta la confluencia de los paseos de la Castellana y Recoletos, conformando, bajo la misma, el acceso al Centro Cultural de la Villa. La cascada se alimentaba de las aguas de un estanque situado a los pies del Monumento a Colón, pero fue secado en el siglo xxi para evitar el deterioro del referido centro cultural y la cascada sustituida por material plástico translúcido.

El recinto alberga un mástil de 50 m de altura y una base de 1,10 m, en el que ondea una bandera de España, de 14 x 21 m, confeccionada en poliéster. Una cabeza giratoria permite que la bandera cambie su orientación en función del sentido del viento.


jueves, 13 de septiembre de 2018

Palacio de la Prensa



El Palacio de la Prensa, en el pasado Casa de la Prensa, es un inmueble de la ciudad española de Madrid, ubicado en el número 46 de la Gran Vía, frente a la plaza del Callao. Fue diseñado por el arquitecto Pedro Muguruza Otaño inicialmente para ser un edificio multifuncional que tardó cuatro años en ser edificado, de 1924 a 1928.​ Tuvo durante la década de los años treinta el 'honor' de ser uno de los edificios más elevados de Madrid, hasta que se erigió el Edificio Telefónica. Realizado en un solar de planta pentagonal por encargo de la Asociación de la Prensa de Madrid.​ Fue sede de la editorial de la revista humorística La Codorniz durante los años cuarenta,​ así como de la Hoja del Lunes. Desde 2009 hasta 2015 algunos de los pisos fueron la sede del Partido Socialista de Madrid (PSM).

El diseño comenzó en 1924 y las obras comenzaron en el año 1925, la primera piedra fue colocada por el rey Alfonso XIII el día 11 de julio de 1925. Cuatro años tardo en construirse el edificio que mostraba como originalidad la construcción de la fachada en ladrillo visto.​ Denominado inicialmente como Casa de la Prensa. El estilo del edificio es de clasicismo moderno. Se inauguró oficialmente el 7 de abril de 1930 con la presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, junto con el Gobierno representado por el general Dámaso Berenguer.​ Al acto acudieron numerosas representaciones de Europa e Hispanoamérica. El coste de la edificación fue de ocho millones de pesetas. Este encargo de la Asociación de la Prensa madrileña abrió un espacio para la ubicación de un edificio que mirara a la plaza del Callao (asociación que cumplía treinta años de existencia). Concebido como un edificio multifuncional, albergaba un café concierto, un cinematógrafo, viviendas de alquiler y oficinas. El arquitecto Pedro Muguruza Otaño se vio influenciado por López Otero y Antonio Palacios.

La construcción de la Gran Vía llevaba ya un periplo de casi veinte años.​ Todavía se estaba edificando el segundo tramo de la Gran Vía al finalizarse el Palacio de la Prensa. Este edificio quedaría entre el segundo y tercer tramo de la nueva avenida madrileña. En el entresuelo se instaló un cine que el día 2 de enero de 1929, se inauguraba con la proyección de la película: El destino de la carne de Víctor Fleming. El cine poseía un aforo de 1.840 localidades, funcionó en ocasiones como teatro con un pequeño escenario. El acceso a la sala de butacas se realizaba mediante un ascensor. La afluencia de público hacía que se formaran incómodas esperas, en 1941 el arquitecto Enrique López-Izquierdo diseña un patio en la cota de la calle. La última reforma realizada es en 1991 para convertirlo en un cine multi-salas. En los años cuarenta se instaló en sus bajos el Salón de té Madrigal.

En el edificio estuvo la sede de la revista humorística La Codorniz durante los años cuarenta. El director de cine Edgar Neville había rodado su primera película: Yo quiero que me lleven a Hollywood. Desde el año 2010 hasta 2015 varias plantas del edificio albergaron la sede del Partido Socialista de Madrid ocupando entonces las oficinas de 20 Minutos.


El 10 de enero de 2017 obtuvo el estatus de Bien de Interés Patrimonial, merced a un decreto publicado en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid el día 13 de ese mismo mes.


El edificio muestra como elemento destacado el uso extensivo del ladrillo.​ Su aspecto exterior se encuentra muy influido por la arquitectura norteamericana (sobre todo de Louis Sullivan en su Auditorium Building de Chicago), mientras que el interior se inspira en la decoración de la arquitectura española. La fachada que da a la plaza del Callao muestra un gran arco de triunfo. 


En la parte baja están las cuatro salas de los Cines Palacio de la Prensa



domingo, 9 de septiembre de 2018

El caso Jarabo



Adicto al placer y al opio, mató a cuatro personas para recuperar una joya de su amante. Fue el último ejecutado, con garrote vil, por la justicia civil.

Un caluroso lunes del estío madrileño los vecinos del barrio del Retiro se extrañaron de que la tienda Jusfer, dedicada a la contra y venta de objetos, permaneciera cerrada. Sus propietarios nunca faltaban a la cita con la clientela.

Aporrearon la puerta. Nadie respondía. Un amigo decidió telefonear a casa de uno de ellos. Tampoco obtuvo contestación. La gente se preguntaba por qué guardaban silencio. Simplemente que los muertos no hablan. Cuatro cadáveres fueron descubiertos poco después por la Policía. Se emprendía la caza del asesino.

El Caso vendió con esta noticia casi medio millón de ejemplares del año 1958. Estaba a punto de comenzar la leyenda de Jarabo, el criminal más famoso de la época moderna. Hay quienes afirman que no murió en el garrote vil.

Lo delató el traje del crimen

Una vez dentro del establecimiento, sito en la calle Alcalde Sainz de Baranda, 19, los inspectores descubrieron el cadáver de Félix López Robledo en la trastienda. Tenía dos tiros en la cabeza. De inmediato las sospechas se dirigieron hacia el socio, que no daba señales de vida.

Personados en su vivienda, en la vecina calle Lope de Rueda, 57, como nadie abría la puerta consiguieron rápidamente una orden judicial y un cerrajero facilitó el acceso. El cuadro que se encontraron fue impresionante. Emilio Fernández Díaz yacía en el baño, con un balazo en la testa. En el dormitorio estaba su mujer, Amparo, reclinada en la cama con otro disparo en la cabeza. En el cuarto del servicio hallaron a la sirvienta, Paulina, con un cuchillo de cocina clavado en el corazón.

No se descubrió signo alguno de lucha. Quedaba claro que las víctimas habían sido sorprendidas una tras otra. El robo quedaba descartado porque inicialmente en ninguno de los dos escenarios se echó en falta nada. Por tanto, se desconocía el motivo de la matanza.

Las sospechas apuntaron hacia el negocio de ambos socios, no muy limpio –adquirían objetos robados y ejercían de prestamistas– y contaban con ficha policial. Se pensó en un posible ajuste de cuentas.

La noticia del suceso se extendió por Madrid como un reguero de pólvora, lo que causó gran impacto. Sobre todo porque se había producido en una de las zonas más distinguidas de la capital. Numerosos ciudadanos acudieron hasta la tienda de empeños para saciar su morbosa curiosidad. Algunos no podían disimular en su rostro cierta complacencia por el final que habían tenido los usureros.

La autoridad decidió que tan brutal caso fuera solucionado cuanto antes. Al frente del operativo investigador se puso Antonio Viqueira Hinojosa, el mejor policía criminalista que ha tenido este país. Había esclarecido con rapidez varios de los principales casos de aquella época.

Dedujo que, a causa de la gran cantidad de sangre derramada, el asesino tuvo que mancharse el traje. De inmediato ordenó una batida por todas las tintorerías de la capital. Al poco se recibió la llamada telefónica del propietario de una de ellas, ubicada en la calle Orense, 49, comunicando que un cliente habitual había dejado para su limpieza un terno que respondía a tales características y un maletín. La Policía forzó la cerradura del mismo y encontró un par de plumas estilográficas, un reloj de oro, dos cámaras fotográficas y una radio de bolsillo, tipo de objetos con el que los asesinados solían negociar habitualmente.

El dueño del establecimiento, Julián García, explicó que se trataba de un hombre de constitución fuerte que acudía con asiduidad. Había excusado la sangre de la ropa argumentando que propinó una paliza a un sujeto durante una trifulca en una sala de fiestas.

A la Policía tan sólo le quedaba esperar. Al día siguiente lo detuvieron cuando acudió a recoger la prenda. Se trataba de José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez-Morris, perteneciente a la alta sociedad madrileña y emparentado con altos miembros de la judicatura.

La avaricia llevó a la muerte a los usureros

El nombre de su protagonista ha hecho historia. Un bont vivan perteneciente a una distinguida familia madrileña. Fue compañero en el colegio Nuestra Señora del Pilar de futuros altos cargos del Gobierno, incluso ministros. A él le dio por seguir otros derroteros.

Tras la Guerra Civil marchó a vivir a Puerto Rico y posteriormente a Estados Unidos, donde contrajo matrimonio y después se divorció. Tras algún problema con la justicia americana, retornó a Madrid. Ocho años más tarde se haría famoso por el cuádruple crimen. Se entregó de lleno a una vida disoluta. Quemaba de modo incesante el dinero en juergas, mujeres y drogas.

De fuerte complexión, atractiva apariencia y corte mundano, con grandes dotes de seducción, hasta los chulos le temían. Lo mismo invitaba a toda la barra que se liaba a guantazos con quien se le enfrentara por temas de faldas.

Tras dilapidar en un corto espacio de tiempo quince millones de pesetas, su familia le fue recortando los envíos de dinero que le efectuaba desde Puerto Rico. Acuciado por la necesidad, acudió a Jusfer -la tienda dedicada a la contra y venta de objetos- para pignorar un anillo a cambio de cuatro mil pesetas. Un establecimiento cuya legalidad siempre estuvo en tela de juicio. Se aprovechaba de gente en apuros que no podía obtener dinero rápido. Cobraba intereses del doscientos por cien.

La joya empeñada pertenecía a su amante británica, Beryl Martín Jones. Ésta había regresado a Inglaterra y su esposo, que se la había regalado, le preguntó por la misma. Así que era urgente recuperar el valioso solitario. Entonces los prestamistas le exigieron a Jarabo una autorización escrita de la propietaria. Acudió al poco con la carta, pero los usureros aprovecharon para exigirle cincuenta mil pesetas. En metálico o en alhajas. No le devolvieron la misiva de la mujer, que se quedaron como garantía hasta que regresara el sábado 19 de julio (de 1958) para liquidar el asunto.

“Les pedí la sortija de todas las maneras posibles, pero siempre me daban largas. Ante la llegada de una nueva carta de la inglesa, en que me metía prisa, decidí ir de nuevo a por ellos dispuesto a todo”, declaró a la Policía.

El día de la cita se dirigió a última hora a la tienda, pero llegó tarde porque se entretuvo con una mujer a la que acaba de conocer. Entonces decidió encaminarse hacia el domicilio de uno de los fiadores, Emilio Fernández, que residía en las proximidades. Procuró que no le viera el portero de la finca. Le abrió la puerta la sirvienta y, una vez en el salón, exigió al prestamista que le devolviera el anillo y la carta. Éste se resistió y, según el testimonio de Jarabo, intentó echar mano de una pistola. El visitante fue más rápido y le metió un balazo con la suya. Fin a la discusión.

La empleada salió al pasillo al escuchar el estampido y se dio de bruces en la puerta del baño con el agresor. Éste se fijó en el enorme cuchillo que llevaba en la mano, con el que estaba preparando la cena, y le golpeó en la cabeza con la pistola que acaba de utilizar. En el consiguiente forcejeo entre ambos consiguió clavárselo en el pecho. Hasta la empuñadura. De inmediato la joven cayó inerte.

Sin pérdida de tiempo se lavó las manos y se puso unos guantes de goma que había en la cocina. Empezó a rebuscar por toda la casa la sortija pignorada y el comprometedor escrito. De pronto oyó girar la cerradura de la puerta. Volvió al pasillo encontrándose con la esposa del difunto. Ante la sorpresa de ésta comentó con sumo aplomo que era inspector de Hacienda y que se encontraba allí por una investigación que estaban haciendo al negocio de su marido. Excusó la ausencia de éste y de la criada diciendo que habían marchado a la tienda, junto con unos compañeros suyos, para revisar ciertas cuentas.

La señora, tras observar unas pequeñas manchas de sangre en el pasillo, se asomó al baño. Horrorizada por la macabra escena que presenció, huyó por el pasillo hasta el dormitorio perseguida por Jarabo. Un tiro en la nuca ahogó sus gritos.

Con el fin de crear falsas pistas trasladó el cuerpo de la sirvienta al cuarto de servicio, desgarrándole la ropa y dejándolo sobre la cama para simular una escena de adulterio que habría derivado en tragedia. En una mesa del comedor colocó varias copas y botellas de alcohol para simular una noche de juerga. Incluso colocó un long play en el tocadiscos.

Después reanudó la búsqueda que había emprendido minutos antes. Hizo un reconocimiento minucioso de la vivienda mientras la sangre se deslizaba por cristales y paredes formando un tétrico cuadro impresionista. No dio con lo que buscaba. Lo que halló fue la llave de la tienda.

Sonaron doce campanadas y supuso que el portal estaría cerrado, por lo que optó por quedarse a descansar, con la macabra compañía de tres cadáveres aún calientes. Sabía que los serenos eran muy observadores y confidentes de la Policía.

Por la mañana salió a la calle con tranquilidad. Se había puesto una camisa del difunto, dado que la suya estaba bastante manchada de sangre. La segunda parte de la búsqueda del anillo y la misiva la dejaba para el día siguiente.

El lunes por la mañana, a primera hora, se dirigió a Jusfer. Se metió en el portal y accedió por la trastienda. Se ocultó en el almacén, a la espera del otro socio. No tuvo que aguadar mucho. A las ocho y media giraba la cerradura. Encontronazo frente a frente. Discutieron y al final se enzarzaron físicamente. Dos tiros acabaron con la vida del copropietario. Se apoderó de sus llaves de la caja fuerte pero no consiguió abrirla, pues desconocía la clave.

Llamó a casa del muerto para hablar con su amante, Ángeles, haciéndose pasar por un cliente. Le explicó que la tienda estaba cerrada, tenía prisa y a ver si podía acercarse para atenderle. Su intención era obligarla a que abriera dicha caja. La mujer se negó, razonando que hacía rato que su compañero había salido hacía allí y estaría a punto de llegar.

Mientras, se formó un gran charco de sangre y, como podía salir por debajo de la puerta, la taponó con su propia chaqueta. Echó mano de uno de los trajes en venta que había en la tienda y se lo puso. Después se apoderó de un maletín, donde metió su ropa manchada y también varios objetos suyos que estaban allí empeñados. Sustrajo el dinero de la cartera del muerto.

Abandonó presuroso el escenario del crimen y se dirigió a la tintorería, donde dejó su terno para que lo limpiaran rápido, pues al otro día pasaría a recogerlo. También les entregó el maletín para que se lo guardaran.

Pendenciero hasta el último día

Prosiguió con su vida habitual como si nada hubiera ocurrido. Anduvo de cabarés y por la noche se lió con un par de mujeres. Se empeñó en acostarse con las dos a la vez, pero no consiguió que les alquilaran una habitación. Pasaron toda la madrugada de copas y desplazamientos de taxi dando vueltas. A las doce del mediodía se dirigieron a la tintorería.

En la calle Orense, próxima a la tintorería, permanecían apostados los policías, a cuyo frente estaba el inspector Sebastián Fernández Rivas. El taxi se detuvo enfrente y Jarabo bajó mientras dejaba a la espera a sus dos compañeras de juerga. Cuando le dieron el alto no opuso la más mínima resistencia. Era consciente de que no había nada que hacer.

Una vez en comisaría, puso como condición, para empezar a cantar de plano, que trajeran comida, para él y para quienes le iban a interrogar, desde el famoso restaurante Lhardy, así como una botella de coñac. Francés, por supuesto. Incluso consiguió que le dieran una inyección de morfina, dado que era adicto y llevaba toda la noche sin dormir.

En plan charla de sobremesa, fue contando toda la historia criminal surgida a raíz de que empeñara un solitario de oro. Afirmó que sentía hondamente la muerte de las dos mujeres, pero no la de quienes le habían chantajeado.

El Caso vendió con dicho suceso la cantidad de 480.000 ejemplares, un hito del periodismo al romper el techo de tirada en la prensa nacional. La rotativa no daba más de sí. El papel, cuya adquisición el Gobierno autorizaba por cupos de bobinas, se agotó. Hasta entonces Marca ostentaba el récord, con 300.000 copias tras el memorable gol de Zarra a Inglaterra en los mundiales de Brasil de 1950.

El público se volcó con tan apasionante historia y un protagonista de la alta sociedad. “Cuando mataban las clases pudientes, vendíamos mucho más de lo normal. Sexo y un criminal de la burguesía. La muerte de la chica de servicio fue lo que le supuso la pena capital. Los otros eran unos sinvergüenzas, unos usureros”, manifestaba el fundador del semanario, Eugenio Suárez.

El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Madrid en medio de gran expectación. Durante las cinco jornadas que duró la vista, el reo cada día estrenó indumentaria. Convicto y confeso, trató de justificar el ataque a la empleada del hogar, ajena a los tejemanejes de los prestamistas. “No quería matar a la criada, mi propósito era que no gritase”. Se mostró sumamente correcto en todo momento, haciendo alarde de su españolidad.

Sentencia: cuatro penas capitales. Tuvo el luctuoso honor de ser el último condenado a muerte, en garrote vil, por la justicia ordinaria. Un año más tarde del cuádruple asesinato se ejecutó la condena.

Incidentes en el cementerio

El día anterior a su cita con el cadalso mantuvo la serenidad, fumando de modo incesante. Eugenio Suárez le había hecho llegar una caja de habanos, a través del policía que lo interrogó, Sebastián Fernández, como reconocimiento a su infausta contribución al fulminante éxito de ventas del periódico de sucesos. También bebió abundante whisky. A las cinco de la mañana oyó misa y comulgó.

Vestido impecable, tranquilo, casi impasible, con la misma frialdad y orgullo que le habían caracterizado de siempre, acudió a su cita con el patíbulo. Tenía 36 años. De constitución rocosa y pescuezo fuerte, tardó veinte minutos en morir asfixiado. Era el cuatro de julio de 1959.

El verdugo, Antonio López Sierra, alias El Corujo, bastante débil físicamente, iba bebido y no acertaba a rematar su labor. Era costumbre hacer tomar unas copas a los sayones antes del ajusticiamiento para que, a última hora, no se echaran para atrás y cumplieran debidamente con su cometido.

El garrote consistía en un collar de hierro que, por medio de un tornillo con una bola al final, retrocedía hasta romper el cuello. Pero cuando no se hacía de modo correcto provocaba el estrangulamiento, con lo que la agonía se alargaba terriblemente

Antes del entierro se produjeron incidentes en el camposanto de la Almudena, al circular el runrún de que no había sido ejecutado gracias a su relación familiar con la judicatura. El condenado era sobrino del presidente del Tribunal Supremo, Francisco Ruiz Jarabo. Se rumoreaba que en el ataúd habían colocado el cuerpo de un gitano fallecido poco antes. En suma, que no había existido tal ejecución, dado el dinero y la influencia de su familia en las altas instancias, y que había escapado ya rumbo a América.

Un comisario que acompañaba a los empleados de pompas fúnebres exigió, para desmentir tal patraña, que se abriera el féretro de inmediato y fuera mostrado el cadáver. Al parecer el enterrador se negó, alegando que constituía una irregularidad manifiesta, por lo que el policía tiró de pistola y apoyó el arma en la sien del operario. A éste no le quedó otro remedio que levantar la tapa del ataúd.

Testigos presenciales manifestaron posteriormente que no habían reconocido a Jarabo, quizá por el sufrimiento experimentado durante su ejecución. No hubo periodistas que dieran fe de ello, dado que no se les permitió el acceso al sacramental.

Tras sepultar al difunto, quedó en el ambiente del cementerio un cierto halo de misterio. Comenzaba la leyenda sobre si continuaba con vida al otro lado del Atlántico. Incluso había quienes manifestaban haberlo visto después en Puerto Rico, donde seguía residiendo su familia.

Su abogado defensor, Antonio Ferrer Sama, tenía clara su personalidad. “La prensa ha titulado El crimen del siglo. Dada la gravedad de sus espantosos resultados, más que crimen del siglo titularía La personalidad psicopática del siglo. El caso Jarabo es excepcional dentro de la criminología, por no decir único. Los juristas y los médicos estudiarán su curva vital e investigarán todas las facetas de su rara existencia”.

Hace unos meses, con motivo de la emisión de la serie El Caso. Crónica de sucesos en TVE, se emitió un documental relacionado con la misma, Dos crímenes por semana. El tema del famoso asesino fue tratado por diferentes personas expertas en dicho suceso. Eugenio Suárez, en su última entrevista, dado que poco después fallecía por su avanzada edad, se reiteraba en el motivo del crimen y la condena. “Que maten a prestamistas de esos me parece una labor puramente de higiene social. Pero es que mató también a la criadita y, tal como empezaba a ponerse el servicio doméstico, eso ya no se perdonaba”.

La muerte de la sirvienta es lo que forzó su condena al garrote vil. Llevó una vida pendenciera, pródiga en alcohol, mujeres y drogas. Su final, antes o después, estaba cantado.

Un nombre destacado para el museo de asesinos célebres. Una historia, apasionante hasta el final, que permanece viva en el recuerdo.