A la Glorieta de Ruiz Giménez, enclavada en el distrito de Chamberí, le sucede algo extraordinario y digno de resaltar. A pesar de que con el paso del tiempo va viendo borrada su propia identidad, por aquello de que casi nadie le llama por su nombre, sin embargo refugia en su pasado un secreto sorprendente que ahora, en nuestros días, nos provoca cierta sorpresa y, a los más sensibles, un poquito de inquietud.
Nace fruto del encuentro y unión de otras calles como San Bernardo, Carranza o Alberto Aguilera y de hecho todo el mundo se refiere a ella con el nombre de Glorieta de San Bernardo, obviando de este modo el homenaje que en 1934 Madrid quiso rendir al político Joaquín Ruiz Giménez. Es muy poca la gente que utiliza su denominación oficial, optando por la oficiosa de ‘Glorieta de San Bernardo’, inducida por la presencia de la estación de metro que arrastra el mismo nombre.
En el centro de este lugar, hoy totalmente ignorado por culpa del tráfico tanto por los conductores como por peatones, llegó a instalarse un monumento en honor a los Héroes del Dos de Mayo, y también una escultura de Lope de Vega. Ambos pasaron con más pena que gloria por este lugar que, como os indicaba al principio, disimula muy bien su oscuro pasado y es que, en esta explanada, hace siglos, se emplazó uno de los quemaderos de la Inquisición.
Es decir, aquellas personas que eran condenadas a muerte por el Santo Oficio, a los días daban aquí con sus temblorosos huesos para terminar siendo quemadas vivas. Un poquito salvaje, ¿no creéis? De hecho, hay quien asegura que en esta zona todavía se escuchan, por las noches, lamentos y sollozos de algunas de las ánimas que aún merodean por aquí…
Hay que trasladarse al mapa del Madrid de la cerca de Felipe IV y entender que, lo que hoy es un nudo urbano bastante céntrico, en el Siglo XVII era un lugar situado extramuros, junto a la desaparecida Puerta de Fuencarral. Esto nos hace una idea del tamaño que tenía aquel Madrid ya que esta parte de la actual ciudad estaba por entonces fuera de la misma.
Por suerte, esta macabra función terminó por desaparecer, no solo de esta glorieta sino de todas las calles de Madrid y este lugar fue retomando un uso mucho más residencial y liviano. Aquí estuvo también el primer Hospital de la Princesa, desde 1856, denominado así por la futura Isabel II pero su presencia en este lugar resultó bastante efímera.
Hoy, si pasamos por aquí nos fijamos casi sin querer en unos llamativos edificios de hormigón, casi ocultos detrás de un montón de verdes plantas que se descuelgan y enredan por toda su fachada. Como si quisieran escapar del triste secreto que deambula por este sitio.
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